El año pasado conocí una mujer increíble: Margalit Mokyr. Debería haberme más emocionado haber conocido a su marido, una de las eminencias de la historia económica, pero conocer a Margalit fue uno de los mejores momentos del sonso 2014. Mi tarea era entretenerla mientras su marido estaba dictando conferencias y no me arrepentí ni un minuto de haberme perdido las charlas magistrales. Margalit se abrió campo en la bioquímica en un momento en el que todas las puertas estaban cerradas para las mujeres. Trabajó mucho y llegó a ser una eminencia en su campo. Me contó que el punto álgido de su carrera había sido cuando se había dado cuenta de que tenía las mismas publicaciones que los profesores con los que trabajaba y que estaba rumbo a estancarse en la posición de "glorified technician". Ahí decidió hacer su doctorado, que sacó en menos de dos años y dedicarse después a ser colega y después jefe de los hombres con los que había trabajado.
Cuando la conocí estaba esperando a Julia. Invité a Margalit a pasear por la Candelaria y le mostré todas las cosas que me gustaban. De todas las frases maravillosas que me dijo durante nuestras charlas y caminatas por Bogotá en los días hay una que me está resonando en la cabeza mientras empaco el pinche extractor de leche materna con la lonchera correspondiente y las pilas recién sacadas del congelador para que no se dañe el producto, junto con los libros, el computador, los documentos que no he leído, los marcadores de todos los colores para el tablero, la billetera y el carné de la universidad: "Darling, who has time for breastfeeding when you have a career?" Claramente es un consejo que no seguiré, pero cómo me gustaría tener la frescura y la claridad para saber que no puedo hacer todo a la vez. Menos expectativas por un lado para mantener las del otro. Y para entender que la "Sinfonía de Julia" no es la mejor música de fondo para escribir. Ay.
jueves, enero 22, 2015
jueves, noviembre 27, 2014
Gente
Me sentaron al lado de una mujer que acababa de tener un bebé, como yo. Era su primera salida de noche desde que había dado a luz y estaba emocionada. Quería hablar de bebés y partos. Yo no tanto, pero igual compartimos historias sobre nuestros hijos. Que los grandes estaban muy grandes, que los colegios y qué cuáles sí y cuáles no. Que los chiquitos divinos, pero que qué cansancio acumulado. Que el de ella comía cada tres horas y la mía cada cuatro. Y le conté, en forma de chiste, que como J había estado 15 días en cuidados intensivos, me la habían entregado ya entrenada en régimen militar. Obviamente le tuve que contar entonces que por qué un bebé que había nacido a término de un embarazo que en general estuvo bien estuvo hospitalizado. Conté la historia de las bacterias sub clínicas, de las infecciones neonatales, de las neumonía, del neumotórax, de todos los tubos, del uno en cien mil, del susto y una versión reducida de las cosas que vivimos como autómatas mientras J se puso muy enferma y después se mejoró. Siguió la conversación. La compañía estaba inmejorable y la copa de vino que me di permiso de tomar estaba deliciosa. Sirvieron la comida. Siguió la conversación. La carne, como estábamos en un restaurante muy refifi estaba un poco cruda, como toca. Deliciosa. Me la estaba comiendo con gusto hasta que la señora que también había tenido bebé me preguntó si estaba amamantando a mi bebé. Le dije que obvio. Me preguntó si no pensaba que estaba un poco cruda y si no me daba miedo. La miré con cara de por qué miedo, no es un steak tartare. Le dije que yo no me estresaba con esas cosas. Que menos lactando. Que el cuento de la carne recocida en el embarazo era más un miedo de gringos y que si uno era prudente y sabía dónde estaba comiendo podía relajarse. Ella me contestó que el pescado también estaba un poco crudo. Le contesté algo parecido que con la carne. Me preguntó si la infección que había tenido Julia no había sido por eso. Que tal vez J se había infectado porque yo comía carne y pescado que no estaban bien cocidos y que ella sí no tomaba esos riesgos.
martes, julio 29, 2014
Dos anotaciones
Leí hace un ratico este artículo de Antonio García sobre los problemas de la estimulación temprana y no podría estar más de acuerdo con lo que está diciendo. Me precio de que mi hija ve monitos viejos con buena música y sin mensajes educativos de ningún tipo, que le gusta que le lean y que ya casi le gusta leer solita y que tiene un gusto impecable para la literatura infantil. De hecho, la he visto conversar tranquilamente con libreros sobre lo chistoso que son los libros de Roald Dalh, sobre como los cuentos de Tony Ross son buenísimos para los niños, pero que no le gustan a todos los papás y sobre como ya le gustan los libros largos y no solo los corticos. Amelia mezcla princesas rosaditas y príncipes azules con películas de Miyazaki sin solución de continuidad y la pasa bien. Hace poco, gracias al poder y la autonomía que le da el control "intuitivo" del Apple TV a una niña de 5 años, descubrió lo que hoy se catalogarían como programas hipsters--la Pantera Rosa y las Aventuras de la pequeña Lulú--y ahora son sus favoritos. En esencia, estoy de acuerdo con García, pero hay dos cosas que quisiera añadirle a su reflexión.
La primera, que va con un gran mea culpa, es que la risita socarrona que nos sacan los papás que les ponen Mozart con parlantes a los pobres fetos viene acompañada de una suficiencia y una arrogancia enormes. Yo soy una de esas mamás arrogantes y suficientes que ni siquiera entra en las discusiones sobre estimulación temprana con otros papás porque ya "sé" que mi hija está sobrada. Uno está consiente de que hacer eso es totalmente ridículo porque en el fondo "one knows better" y sabe que el chino sabrá quién es Mozart y eventualmente se lo gozará, como también sabrá que John Petrucci es grande también. También sabe que un hijo de uno no necesita monitos bilingües políticamente correctos porque tendrá mucho mejor criterio que eso y que el chino se pasará Dora la Exploradora con los cortos de Kentridge. En fin, que a los niños hay que exponerlos a todo y que raspándose las rodillas, oyendo conversaciones de adultos y aprendiendo a disfrutar pero a ser críticos con Disney van a salir bien. Así es como saldrán igual de snobs a uno.
La segunda es una reflexión más sincera y práctica. Creo profundamente que la mejor forma de educar niños felices que puedan enfrentar este mundo es con sentido del humor. Hay que burlarse de uno, hay que burlarse de los hijos. El domingo por la mañana tuve una discusión sentida con Amelia porque se quejó de que A y yo escogíamos los planes solo pensando en nosotros y no en ella. Rápidamente le contesté que no se confundiera, que si ella no estuviera estaríamos A y yo solos tomando champaña en un spa carísimo que podríamos pagar porque no tendríamos que pagar colegio bilingüe gomelo ni clases de taekwondo. Más tarde, estábamos contándole la historia a mi mamá, como recreando las ocurrencias de Amelia y las mías con la pregunta y la respuesta y Ame fue la que añadió: "acuérdate que me dijiste que era un spa carísimo en el que no se podían llevar niños" y se murió de la risa. Creo que el único defecto real de la aproximación a la educación que critica García es la ausencia absoluta de humor y eso sí es grave. ¿Cómo puede uno hablarle a un feto a través de un aparato de 300 dólares sin morirse de la risa?
Me imagino que unos 15 años Amelia será una víctima de la educación que recibió y podrá quejarse de como su mamá le mamaba gallo y la ponía a leer libros que no estaban de moda, de la misma manera como su vecina será víctima de unos papás que le jalaron a Mozart a través de parlanticos y a Baby Einstein en pantallas full HD. Ya ella lo discutirá con su psicoanalista y yo cumpliré con ayudarla a pagarlo.
La primera, que va con un gran mea culpa, es que la risita socarrona que nos sacan los papás que les ponen Mozart con parlantes a los pobres fetos viene acompañada de una suficiencia y una arrogancia enormes. Yo soy una de esas mamás arrogantes y suficientes que ni siquiera entra en las discusiones sobre estimulación temprana con otros papás porque ya "sé" que mi hija está sobrada. Uno está consiente de que hacer eso es totalmente ridículo porque en el fondo "one knows better" y sabe que el chino sabrá quién es Mozart y eventualmente se lo gozará, como también sabrá que John Petrucci es grande también. También sabe que un hijo de uno no necesita monitos bilingües políticamente correctos porque tendrá mucho mejor criterio que eso y que el chino se pasará Dora la Exploradora con los cortos de Kentridge. En fin, que a los niños hay que exponerlos a todo y que raspándose las rodillas, oyendo conversaciones de adultos y aprendiendo a disfrutar pero a ser críticos con Disney van a salir bien. Así es como saldrán igual de snobs a uno.
La segunda es una reflexión más sincera y práctica. Creo profundamente que la mejor forma de educar niños felices que puedan enfrentar este mundo es con sentido del humor. Hay que burlarse de uno, hay que burlarse de los hijos. El domingo por la mañana tuve una discusión sentida con Amelia porque se quejó de que A y yo escogíamos los planes solo pensando en nosotros y no en ella. Rápidamente le contesté que no se confundiera, que si ella no estuviera estaríamos A y yo solos tomando champaña en un spa carísimo que podríamos pagar porque no tendríamos que pagar colegio bilingüe gomelo ni clases de taekwondo. Más tarde, estábamos contándole la historia a mi mamá, como recreando las ocurrencias de Amelia y las mías con la pregunta y la respuesta y Ame fue la que añadió: "acuérdate que me dijiste que era un spa carísimo en el que no se podían llevar niños" y se murió de la risa. Creo que el único defecto real de la aproximación a la educación que critica García es la ausencia absoluta de humor y eso sí es grave. ¿Cómo puede uno hablarle a un feto a través de un aparato de 300 dólares sin morirse de la risa?
Me imagino que unos 15 años Amelia será una víctima de la educación que recibió y podrá quejarse de como su mamá le mamaba gallo y la ponía a leer libros que no estaban de moda, de la misma manera como su vecina será víctima de unos papás que le jalaron a Mozart a través de parlanticos y a Baby Einstein en pantallas full HD. Ya ella lo discutirá con su psicoanalista y yo cumpliré con ayudarla a pagarlo.
lunes, mayo 26, 2014
Más historias típicas colombianas
M nos invitó a seguir contando historias sobre la familia. Hay una vena escribidora entre las mujeres de mi casa y creo que la invitación puede llevar a algo bonito. El problema es que se nos tiene que pasar la pena de escribir. Yo no sé si celebrar o morirme de la angustia con los lectores del blog y me siento más cómoda cuando publico cosas muy serias que llevan muchas citas como coraza. Sé que mi mamá tiene cuadernos con notas que desaparece antes de que alguien pueda verlos. C es más abierta a publicar por lo que es literata y sé que tiene una novelita en proceso que está muy bien. Lo que he leído del proyecto me ha encantado. Hasta ahora solo ha publicado la traducción de unos poemas, pero eso muestra que ella sí venció el miedo. P escribe poesía y pinta y como artista, parece ser la que menos miedo le tiene a salir del clóset como escritora. A escribe fórmulas médicas y papers sobre vacunas, pero con esa pasión con la que oye boleros, debe tener un par de cuentos guardados por ahí. M sí es escritora de verdad. Talentosa y cuidadosísima pero también le tiene pánico a publicar. O tal vez lo que tiene es una fe inmensa en las pequeñas editoriales independientes de Cataluña que le han publicado sus cosas, no sé.
Hay otra historia de con fincas y sensación de inseguridad que quisiera contar y ahí va. Es un borrador y la iré mejorando en estos días:
Según me ha contado mi mamá, mi abuela tuve un renacer religioso extremo precisamente en el momento en el que la primera de sus hijas que se iba a casar, decidió hacerlo por lo civil. Después de este estrellón contra la pobre educación religiosa que habían recibido sus hijos, decidió cambiar a sus dos hijos menores a colegios religiosos y comenzó un rarísimo peregrinaje de reencuentro con el catolicismo de su infancia. Su nietos, por supuesto, fuimos de alguna forma blancos del proceso. A M y J no los bautizaron porque M siempre ha sido la más seria con sus cosas. A y mi mamá, más pusilánimes, nos bautizaron y nos acolitaron lo de la primera comunión con fiesta, vestido y ponqué. Una de las formas que tenía mi abuela de asegurarse de que no nos perdiéramos en el camino del ateísmo era invitarnos a misa el domingo. No sé si a M lo invitara, pero estoy segura de que en algún momento fue. Ir a misa el domingo en Guasca lo ponía a uno en un lugar alto de los favores de la abuela y podía llevar incluso a que le regalaran panelita o paleta en la tienda de la plaza del pueblo. Yo siempre caía en la trampa de la misa de pueblo porque desde chiquita tengo un afán de complacer casi patológico. Y claro, ir a misa y rezar con mucha convicción, incluyendo quedarse arrodillado un poquito más tiempo que el de al lado después de la comunión, significaba ser la favorita de mi abuela así fuera por un ratico no más.
Además de las invitaciones para ir a misa, mi abuela soltaba cuentos de santos de vez en cuando. Los cuentos de santos iban a acompañados de las figuritas con las que fue llenando su cuarto después de la muerte de mi abuelo. Las figuritas pegan con la casa porque la casa es colonial, pero sobre todo, las figuritas tienen historias. Sin embargo, antes de que pudiera poner las figuritas en las paredes de su cuarto, cosa que mi abuelo, con su rigurosidad arquitectónica, no habría permitido, también nos contaba cuentos bíblicos.
Del que más me acuerdo, porque todavía me da miedo, fue del día de los Santos Inocentes. Para mí, el 28 de diciembre era una excusa para hacerle trampas y chistes a los adultos. De hecho, recuerdo un día en el que mi papá me mandó a llenar la cantimplora de aguardiente porque nos íbamos a montar a caballo y yo la llené con agua. Él y los otros adultos que iban con nosotros al paseo no habían llevado suéter, a pesar de que íbamos al páramo, porque llevaban guaro para calentarse. Ya se imaginarán la cara de todos cuando sacaron la cantimplora para calentarse. Sin embargo, en algunas vacaciones de diciembre, mi abuela me contó la historia de cuando Herodes mandó a matar a todos los niños de Israel para que Jesus no lo destronara. La historia le dio otra dimensión al 28 de diciembre y éste se volvió para mí el día más aterrador del año, que de alguna manera compensaba la felicidad desbordada de mi cumpleaños y de Navidad en los últimos días. Por alguna razón, yo decidí que Herodes (que en mi cabeza fue Poncio Pilatos, se me cruzaron las historias en algún momento porque tampoco tuve una buena educación religiosa, como que de eso ya no dan) atacaba de noche después del caminito por la huerta, justo antes de voltear a la casa adjunta donde dormíamos los niños y los papás con hijos más chiquitos. Creo recordar que esa asociación es porque la historia me la contó justamente mientras hacíamos ese trayecto, pero creo que es un recuero creado después.
Por esta tergiversación de la historia, y la suma de Herodes, Poncio Pilatos y los miedos reales de la presencia de las FARC a finales de los 90 en todo el Guavio, todavía le tengo pánico a hacer esa caminata de noche sola. Quedo muy orgullosa de mi misma cada vez que tengo la valentía para hacer la travesía sola sin correr como una demente, pero en mis 32 años, solo lo he podido hacer un par de veces. No he vuelto a misa en Guasca desde hace casi 20 años, pero lo volvería a hacer para comprarle una panelita a mi abuela en la tienda.
Hay otra historia de con fincas y sensación de inseguridad que quisiera contar y ahí va. Es un borrador y la iré mejorando en estos días:
Según me ha contado mi mamá, mi abuela tuve un renacer religioso extremo precisamente en el momento en el que la primera de sus hijas que se iba a casar, decidió hacerlo por lo civil. Después de este estrellón contra la pobre educación religiosa que habían recibido sus hijos, decidió cambiar a sus dos hijos menores a colegios religiosos y comenzó un rarísimo peregrinaje de reencuentro con el catolicismo de su infancia. Su nietos, por supuesto, fuimos de alguna forma blancos del proceso. A M y J no los bautizaron porque M siempre ha sido la más seria con sus cosas. A y mi mamá, más pusilánimes, nos bautizaron y nos acolitaron lo de la primera comunión con fiesta, vestido y ponqué. Una de las formas que tenía mi abuela de asegurarse de que no nos perdiéramos en el camino del ateísmo era invitarnos a misa el domingo. No sé si a M lo invitara, pero estoy segura de que en algún momento fue. Ir a misa el domingo en Guasca lo ponía a uno en un lugar alto de los favores de la abuela y podía llevar incluso a que le regalaran panelita o paleta en la tienda de la plaza del pueblo. Yo siempre caía en la trampa de la misa de pueblo porque desde chiquita tengo un afán de complacer casi patológico. Y claro, ir a misa y rezar con mucha convicción, incluyendo quedarse arrodillado un poquito más tiempo que el de al lado después de la comunión, significaba ser la favorita de mi abuela así fuera por un ratico no más.
Además de las invitaciones para ir a misa, mi abuela soltaba cuentos de santos de vez en cuando. Los cuentos de santos iban a acompañados de las figuritas con las que fue llenando su cuarto después de la muerte de mi abuelo. Las figuritas pegan con la casa porque la casa es colonial, pero sobre todo, las figuritas tienen historias. Sin embargo, antes de que pudiera poner las figuritas en las paredes de su cuarto, cosa que mi abuelo, con su rigurosidad arquitectónica, no habría permitido, también nos contaba cuentos bíblicos.
Del que más me acuerdo, porque todavía me da miedo, fue del día de los Santos Inocentes. Para mí, el 28 de diciembre era una excusa para hacerle trampas y chistes a los adultos. De hecho, recuerdo un día en el que mi papá me mandó a llenar la cantimplora de aguardiente porque nos íbamos a montar a caballo y yo la llené con agua. Él y los otros adultos que iban con nosotros al paseo no habían llevado suéter, a pesar de que íbamos al páramo, porque llevaban guaro para calentarse. Ya se imaginarán la cara de todos cuando sacaron la cantimplora para calentarse. Sin embargo, en algunas vacaciones de diciembre, mi abuela me contó la historia de cuando Herodes mandó a matar a todos los niños de Israel para que Jesus no lo destronara. La historia le dio otra dimensión al 28 de diciembre y éste se volvió para mí el día más aterrador del año, que de alguna manera compensaba la felicidad desbordada de mi cumpleaños y de Navidad en los últimos días. Por alguna razón, yo decidí que Herodes (que en mi cabeza fue Poncio Pilatos, se me cruzaron las historias en algún momento porque tampoco tuve una buena educación religiosa, como que de eso ya no dan) atacaba de noche después del caminito por la huerta, justo antes de voltear a la casa adjunta donde dormíamos los niños y los papás con hijos más chiquitos. Creo recordar que esa asociación es porque la historia me la contó justamente mientras hacíamos ese trayecto, pero creo que es un recuero creado después.
Por esta tergiversación de la historia, y la suma de Herodes, Poncio Pilatos y los miedos reales de la presencia de las FARC a finales de los 90 en todo el Guavio, todavía le tengo pánico a hacer esa caminata de noche sola. Quedo muy orgullosa de mi misma cada vez que tengo la valentía para hacer la travesía sola sin correr como una demente, pero en mis 32 años, solo lo he podido hacer un par de veces. No he vuelto a misa en Guasca desde hace casi 20 años, pero lo volvería a hacer para comprarle una panelita a mi abuela en la tienda.
lunes, mayo 19, 2014
Una típica historia colombiana
La primera vez que fuimos a Medellín después de que se muriera mi bisabuela y de que vendieran la casa de La Florida en El Poblado, dónde pasamos algunas vacaciones alrededor de una pileta fría que fungía de piscina, fue al matrimonio de un primo de mi papá. O de una prima, no me acuerdo bien. Fuimos los primos grandes y los chiquitos se quedaron en Bogotá. El tío (¿o la tía?) se estaba casando con el heredero de un empresario antioqueño de esos importantes que son casi próceres y como la cosa de seguridad estaba complicada, todos los eventos estaban llenos de escoltas, policías y para rematar, nos iban diciendo dónde y a qué horas era todo solo unas horas antes de que empezara. Todo era secreto y sorpresa, para no darles pistas a unos malos que no sabía bien quiénes eran. Tan complicado era el tema de la seguridad en Medellín en ese momento, que hasta habían secuestrado a un primo de mi papá, que no era tan prestante ni tan rico como los de la familia del futuro cónyuge del tío o tía, y el Gaula lo acababa de liberar. Después de eso, tanto el liberado como sus hermanos habían empezado a andar armados. Me acuerdo perfectamente del tema de las armas porque hubo muchas levantadas de cejas y chasquidos de lenguas frente a ese hecho por parte de los que venían de Bogotá y sobre todo por parte de mi mamá.
El domingo después del matrimonio nos fuimos a pasar el día en la finca de los tíos de mi papá en Rionegro. Rionegro es un lugar muy familiar para los bogotanos porque hay feijoas, hace frío y lo que podíamos hacer los niños era lo mismo que hacíamos en Guasca o en Cajicá mientras los adultos también hacían lo mismo que acá: hablar y tomar cerveza. O camparis. O tal vez ginebra. O algo. Un detalle irrelevante para los 10 años que tenía en ese momento. La finca quedaba en la cima de una montaña y se llegaba por una pequeña carretera destapada rodeada de bosques. Mientras los adultos se acomodaron y por turnos miraban por un novedosísimos telescopio que uno de mis tíos armados había comprado, seguramente al mismo tiempo que habían comprado las armas que no sabían cómo usar pero que los iban a proteger de otro secuestro, los niños nos fuimos a buscar greda en el bosque porque íbamos a hacer yo no sé que cosa. Con el telescopio se veía toda la vereda, incluyendo la carretera destapada que solo llegaba a la finca en la que estábamos.
Nos embarramos mucho buscando una mina de greda perfecta, porque lo que habíamos visto hasta el momento nos parecía solamente tierra mojada. Cuando por fin creímos haberla encontrado, llegó mi mamá corriendo a toda velocidad. Mi mamá tiene patas largas, mucho más largas que las mías, y creo que ese fue el día en el que más rápido corrió en toda su vida. Nunca nos llamó y nunca gritó, pero cuando nos encontró se llevó el dedo a la boca suplicándonos con sus ojos que hiciéramos silencio y nos arrastró a la parte alta de un potrero corriendo igual de rápido que ella. No me acuerdo bien, pero seguro se llevó al hombro a alguno de los más chiquitos que iba con nosotros. En la cima, nos hizo acostar en un pastizal y por primera vez habló en susurros y nos dio la orden más perentoria que me han dado en mi vida: "No hagan nada de ruido. Si tienen que hacer pipí, háganse en los calzones que después lo resolvemos".
No me acuerdo bien cuánto tiempo estuvimos en el pastizal, pero pudo haber sido una hora o una eternidad. Seguro nos picaba todo por el pasto, pero ninguno dijo absolutamente nada. Oímos unas motos que pasaron y un señor furioso gritando que los hijueputas se habían escapado. Lo siguiente que oímos, un tiempo después, fue a mi abuelo que pasó llamando a mi mamá diciendo que ya todo había pasado. Mi mamá igual no respondió hasta que se aseguró de que estuviera solo.
Bajamos del potrero, nos montamos en un carro y nos fuimos al aeropuerto sin almorzar y sin despedirnos. Después oímos historias de mujeres embarazadas que se metieron debajo de las camas para esconderse y de primos de mis papás sacando unas armas que no sabían usar y que afortunadamente no tuvieron que hacerlo y de mucho susto.
La siguiente vez que fui a Medellín fue de adulta, en algún viaje de trabajo.
El domingo después del matrimonio nos fuimos a pasar el día en la finca de los tíos de mi papá en Rionegro. Rionegro es un lugar muy familiar para los bogotanos porque hay feijoas, hace frío y lo que podíamos hacer los niños era lo mismo que hacíamos en Guasca o en Cajicá mientras los adultos también hacían lo mismo que acá: hablar y tomar cerveza. O camparis. O tal vez ginebra. O algo. Un detalle irrelevante para los 10 años que tenía en ese momento. La finca quedaba en la cima de una montaña y se llegaba por una pequeña carretera destapada rodeada de bosques. Mientras los adultos se acomodaron y por turnos miraban por un novedosísimos telescopio que uno de mis tíos armados había comprado, seguramente al mismo tiempo que habían comprado las armas que no sabían cómo usar pero que los iban a proteger de otro secuestro, los niños nos fuimos a buscar greda en el bosque porque íbamos a hacer yo no sé que cosa. Con el telescopio se veía toda la vereda, incluyendo la carretera destapada que solo llegaba a la finca en la que estábamos.
Nos embarramos mucho buscando una mina de greda perfecta, porque lo que habíamos visto hasta el momento nos parecía solamente tierra mojada. Cuando por fin creímos haberla encontrado, llegó mi mamá corriendo a toda velocidad. Mi mamá tiene patas largas, mucho más largas que las mías, y creo que ese fue el día en el que más rápido corrió en toda su vida. Nunca nos llamó y nunca gritó, pero cuando nos encontró se llevó el dedo a la boca suplicándonos con sus ojos que hiciéramos silencio y nos arrastró a la parte alta de un potrero corriendo igual de rápido que ella. No me acuerdo bien, pero seguro se llevó al hombro a alguno de los más chiquitos que iba con nosotros. En la cima, nos hizo acostar en un pastizal y por primera vez habló en susurros y nos dio la orden más perentoria que me han dado en mi vida: "No hagan nada de ruido. Si tienen que hacer pipí, háganse en los calzones que después lo resolvemos".
No me acuerdo bien cuánto tiempo estuvimos en el pastizal, pero pudo haber sido una hora o una eternidad. Seguro nos picaba todo por el pasto, pero ninguno dijo absolutamente nada. Oímos unas motos que pasaron y un señor furioso gritando que los hijueputas se habían escapado. Lo siguiente que oímos, un tiempo después, fue a mi abuelo que pasó llamando a mi mamá diciendo que ya todo había pasado. Mi mamá igual no respondió hasta que se aseguró de que estuviera solo.
Bajamos del potrero, nos montamos en un carro y nos fuimos al aeropuerto sin almorzar y sin despedirnos. Después oímos historias de mujeres embarazadas que se metieron debajo de las camas para esconderse y de primos de mis papás sacando unas armas que no sabían usar y que afortunadamente no tuvieron que hacerlo y de mucho susto.
La siguiente vez que fui a Medellín fue de adulta, en algún viaje de trabajo.
miércoles, abril 09, 2014
Por qué estamos como estamos
Hoy quería poner en Twitter que Gaitán había sido uno de los políticos más locos que había pasado por la historia de este país de políticos locos. Pero después pensé que si ponía un trino que dijera eso, iban a salir a acusarme de alegrarme de que hayan asesinado a Gaitán o me podrían tildar de ultrafachista.
Y ahí entendí que una de las muchas razones de por qué estamos como estamos es que perdimos la capacidad de entender que no estar de acuerdo no significa quererlo muerto. Y que el conflicto, la confrontación entre ideas y las posiciones políticas pueden ser fruto de debates largos, contundentes y seguramente maravillosos y no necesariamente de violencia. De hecho, cuando hay la posibilidad de discutir abiertamente sobre posturas y sobre política en general, la violencia deja de ser una opción. Así que aprovecho para decir por aquí, que tengo muchos caracteres disponibles para expresar una idea, que Gaitán estaba demente y que se abra el debate.
Y ahí entendí que una de las muchas razones de por qué estamos como estamos es que perdimos la capacidad de entender que no estar de acuerdo no significa quererlo muerto. Y que el conflicto, la confrontación entre ideas y las posiciones políticas pueden ser fruto de debates largos, contundentes y seguramente maravillosos y no necesariamente de violencia. De hecho, cuando hay la posibilidad de discutir abiertamente sobre posturas y sobre política en general, la violencia deja de ser una opción. Así que aprovecho para decir por aquí, que tengo muchos caracteres disponibles para expresar una idea, que Gaitán estaba demente y que se abra el debate.
lunes, febrero 24, 2014
¿Uno cómo diablos decide por quién votar?
Este es un post para mi amiga Camila, que el sábado me dijo que odiaba hablar de política en frente de gente como yo porque la miraba rayado. No me había visto a mí misma como alguien que mirara rayado a la gente por no saberse el nombre de los ministros o por no saber por quién votar. Pero sí es cierto que mi casa es profundamente política. Estamos pendientes desde Boston Legal, hasta House of Cards, desde las elecciones presidenciales en Estados Unidos, hasta las atípicas en Yopal. Las peores peleas que he tenido con Alejandro son por temas políticos. Y también hemos tenido excelentes momentos alrededor de política: el día en que nació Ame fue el último debate televisado entre Obama y McCaine y lo vimos completico en el hospital mientras la recién nacida dormía plácidamente. Pero para la tranquilidad de Cami, así como sé de política (y Alejandro sabe mucho más, debo hacer esa aclaración), no tengo ni idea de música, el campo en el que ella se mueve como un pez en el agua. Por ejemplo, hasta hace poco creía que The Whitest Boy Alive tenía que ser P, el esposo zimbabuense de MP o en su defecto mi cuñado James y no supe de Bruno Mars hasta hace 15 días. Mi iPod da pena y en mi carro hay CDs de canciones de niños y uno de Franco de Vita del 96. Y así como espero una asesoría de Cami para mejorar mi repertorio musical, decidí el sábado escribir una pequeña guía para decidir por quién votar. En este caso no voy a dar nombres propios, pero sí unas pautas para que cada quién escoja a su gusto.
1. Predecible y consistente es bueno. Uno debería votar por alguien que uno sabe qué posición va a asumir en los diferentes escenarios posibles. Un congresista ideal tiene que ser predecible y consistente. La consistencia en este caso es una señal de que la persona sabe qué está haciendo y tiene claro qué quiere y para dónde va. Por eso me preocupan los candidatos que izan orgullosamente la bandera de la "apolítica". Prefiero por el contrario uno que tenga una posición política definida y clara. Un buen termómetro ideológico es ver cuál es la posición del candidato frente a los temas de libertades individuales (aborto, matrimonio igualitario, adopción igualitaria) y el tipo de control político que han hecho (es decir qué debates han organizado como congresistas o qué tipo de debates planean hacer).
2. ¿A mi sí me importa eso? Uno tiene que identificar cuáles van a ser los temas álgidos de las discusiones en el Congreso del periodo para el que va a votar y saber cuáles le importan y cómo le gustaría que su congresista votara en los diferentes escenarios. Por ejemplo, en el próximo periodo va a haber discusiones grandes sobre temas que se quedaron en el tintero en este: reforma a la justicia, reforma a la salud, reforma al sistema pensional. Depende de qué piense uno sobre estos temas, debería votar por alguien que esté de acuerdo con uno. Va a haber reformas políticas de fondo: están proponiendo la eliminación de la reelección y de la figura del vicepresidente. Por ejemplo, yo estoy de acuerdo con la primera y no necesariamente con la segunda, así que me interesa un candidato que sepa que va a votar a favor de la eliminación de la reelección. Si uno tiene intereses específicos, debe buscar candidatos que piensen igual que uno en esos frentes. Por ejemplo, si está en desacuerdo con los TLC, pues busque alguien que no solo tenga propuestas proteccionistas sino que no haya votado a favor de estos tratados en el pasado. Para mí un candidato anti TLC sería nefasto, pero eso es cuestión de gustos.
3. Un poco de "stalkeo". Uno tiene que hacer un chequeo mínimo de antecedentes. Una pasadita por la Misión de Observación Electoral, por la búsqueda de la media naranja política en La Silla Vacía (http://lasillavacia.com/elecciones) y por Congreso Visible no sobran. Si usted no tiene tiempo o no le interesa dar ese paso extra, por lo menos busque en Google el nombre de su candidato+parapolítica, o +corrupción o +carrusel para estar seguro de por quién está votando.
4. No siempre es cuestión de colágeno. Cuidado con los delfines y los "jóvenes". No porque un candidato sea modelo 80 significa que valga la pena. Hay muchos candidatos que han usado la bandera de la juventud para llegar al Congreso para hacer lo mismo de siempre o incluso peor.
5. Que hagan la tarea. Si es un candidato que ya ha sido congresista, revise su asistencia a las comisiones. ¡Imagínese votar por un tipo que se gana más de 24 millones de pesos de sus impuestos y no va a trabajar! Si no, pregunte por ahí si el personaje es juicioso. La hoja de vida puede ser un buen proxy para saber eso, pero acuérdese que ahí puede decir cualquier cosa.
6. El partido importa pero no determina. Revisen con cuidado el partido al que pertenece el candidato por el que planean votar y por quién esta rodeado. Uno no solo vota por un candidato sino por la lista entera. Es decir, su voto va a determinar no sólo si su candidato queda, sino cuantos candidatos de esa lista salen. No hay ni una sola lista totalmente limpia, así que en este caso hay que hacer un ejercicio de pesos y contrapesos.
7. Voten. Votar es muy importante. No importa qué tanto guayabo tenga, si se quiere quedar en la cama, si cumple años su mamá, si tiene que entrenar para la maratón, si le salió un paseo a tierra caliente y quiere broncearse: votar es probablemente más importante que cualquier otra cosa y por mal que le vaya, no toma más de una media hora. Ah, y no se les olvide aprenderse el número y el partido del candidato por el que van a votar antes de llegar al puesto. Los tarjetones son una ladilla y es mejor saber desde antes qué diablos va a hacer.
Ojalá esto sirva de algo...
1. Predecible y consistente es bueno. Uno debería votar por alguien que uno sabe qué posición va a asumir en los diferentes escenarios posibles. Un congresista ideal tiene que ser predecible y consistente. La consistencia en este caso es una señal de que la persona sabe qué está haciendo y tiene claro qué quiere y para dónde va. Por eso me preocupan los candidatos que izan orgullosamente la bandera de la "apolítica". Prefiero por el contrario uno que tenga una posición política definida y clara. Un buen termómetro ideológico es ver cuál es la posición del candidato frente a los temas de libertades individuales (aborto, matrimonio igualitario, adopción igualitaria) y el tipo de control político que han hecho (es decir qué debates han organizado como congresistas o qué tipo de debates planean hacer).
2. ¿A mi sí me importa eso? Uno tiene que identificar cuáles van a ser los temas álgidos de las discusiones en el Congreso del periodo para el que va a votar y saber cuáles le importan y cómo le gustaría que su congresista votara en los diferentes escenarios. Por ejemplo, en el próximo periodo va a haber discusiones grandes sobre temas que se quedaron en el tintero en este: reforma a la justicia, reforma a la salud, reforma al sistema pensional. Depende de qué piense uno sobre estos temas, debería votar por alguien que esté de acuerdo con uno. Va a haber reformas políticas de fondo: están proponiendo la eliminación de la reelección y de la figura del vicepresidente. Por ejemplo, yo estoy de acuerdo con la primera y no necesariamente con la segunda, así que me interesa un candidato que sepa que va a votar a favor de la eliminación de la reelección. Si uno tiene intereses específicos, debe buscar candidatos que piensen igual que uno en esos frentes. Por ejemplo, si está en desacuerdo con los TLC, pues busque alguien que no solo tenga propuestas proteccionistas sino que no haya votado a favor de estos tratados en el pasado. Para mí un candidato anti TLC sería nefasto, pero eso es cuestión de gustos.
3. Un poco de "stalkeo". Uno tiene que hacer un chequeo mínimo de antecedentes. Una pasadita por la Misión de Observación Electoral, por la búsqueda de la media naranja política en La Silla Vacía (http://lasillavacia.com/elecciones) y por Congreso Visible no sobran. Si usted no tiene tiempo o no le interesa dar ese paso extra, por lo menos busque en Google el nombre de su candidato+parapolítica, o +corrupción o +carrusel para estar seguro de por quién está votando.
4. No siempre es cuestión de colágeno. Cuidado con los delfines y los "jóvenes". No porque un candidato sea modelo 80 significa que valga la pena. Hay muchos candidatos que han usado la bandera de la juventud para llegar al Congreso para hacer lo mismo de siempre o incluso peor.
5. Que hagan la tarea. Si es un candidato que ya ha sido congresista, revise su asistencia a las comisiones. ¡Imagínese votar por un tipo que se gana más de 24 millones de pesos de sus impuestos y no va a trabajar! Si no, pregunte por ahí si el personaje es juicioso. La hoja de vida puede ser un buen proxy para saber eso, pero acuérdese que ahí puede decir cualquier cosa.
6. El partido importa pero no determina. Revisen con cuidado el partido al que pertenece el candidato por el que planean votar y por quién esta rodeado. Uno no solo vota por un candidato sino por la lista entera. Es decir, su voto va a determinar no sólo si su candidato queda, sino cuantos candidatos de esa lista salen. No hay ni una sola lista totalmente limpia, así que en este caso hay que hacer un ejercicio de pesos y contrapesos.
7. Voten. Votar es muy importante. No importa qué tanto guayabo tenga, si se quiere quedar en la cama, si cumple años su mamá, si tiene que entrenar para la maratón, si le salió un paseo a tierra caliente y quiere broncearse: votar es probablemente más importante que cualquier otra cosa y por mal que le vaya, no toma más de una media hora. Ah, y no se les olvide aprenderse el número y el partido del candidato por el que van a votar antes de llegar al puesto. Los tarjetones son una ladilla y es mejor saber desde antes qué diablos va a hacer.
Ojalá esto sirva de algo...
martes, enero 14, 2014
Una historia de cobardía
Ayer salimos a caminar A y yo. Antes tuvimos la misma discusión de todas las veces que salimos a caminar. Yo siempre quiero caminar por deporte, con tenis y botella de agua y él siempre quiere hacer caminatas contemplativas, fumando y charlando. Logramos un acuerdo que nos servía a los dos. No íbamos a ir ni rápido ni despacio y la meta era llegar a Carulla a comprar unas manzanas para que la caminata tuviera un fin más allá de la caminada misma. A por supuesto se fumó uno o dos cigarrillos y yo por supuesto hice todos los esfuerzos por apretar el paso. Nuestras preocupaciones sobre la casa, el colegio, unas vacas que vamos a comprar y los planes de este año eran infinitas, y duramos unas buenas cuadras haciendo planes y sacando cuentas. Hasta que llegamos a la 86 con 11 y vimos como una mujer se botó al piso en posición fetal y comenzó a gritar. No dejaba que nadie se le acercara y solo gritaba que la vida en la calle era muy dura y que no podía más. No sé si me lo inventé, pero creo recordar que también gritó que no dijeran que la iban a ayudar si ni siquiera le iban a dar trabajo.
Nuestra cobardía no nos dejó acercarnos a la señora, pero sí para llamar al 123, cómo si eso fuera a solucionarle la vida. Un motociclista valiente parqueó su moto en frente de la señora para protegerla de los carros que cruzaban de la 11 hacia la 86. Rápidamente llegó un policía a encargarse de la situación y nosotros, como buenos ciudadanos autómatas, decidimos que nuestra responsabilidad llegaba hasta ahí. Lidiar con una señora en crisis botada en la calle era una tarea para los policías y nosotros habíamos cumplido nuestra misión quedándonos mirándola mientras llegaba alguien, como si tuviéramos una especie de mirada poderosa y protectora y como si nuestra angustia de 5 minutos mientras llegaba el policía era suficiente para decir que habíamos cumplido algún tipo de deber.
Caminamos unas cuadras más, compramos las manzanas y unos arándanos porque se veían deliciosos y dimos la vuelta. El regreso fue más contemplativo porque las eucaliptas de la 11 están florecidas y con la luz de los faroles las flores se veían preciosas y solo mencionamos el incidente de la señora un par de veces como una anécdota más. Pero hoy estoy teniendo fantasías de culpa como que debí de traerme a la señora para la casa, tal vez contratarla para hacer algo y arreglarle la vida. Al fin y al cabo, yo he tenido mucha suerte en la vida y ya con lo que soy, mis chances de llegar a la calle son inexistentes, al menos de que me vuelva adicta al bazuco o algo por el estilo, y por ende, mi obligación es ayudarla. Lo particular de esas fantasías es que son las mismas que tenía a los 8 años, cuando quería llevar a todos los "niños pobres", dicho con voz de reina de belleza, a mi casa para que se bañaran y jugaran con mis juguetes, porque eso les iba a solucionar la vida y porque claro, yo "era muy buena" y eso me iba a consagrar como alguien digno de hacer la primera comunión. Demasiados videos para ser atea hija de ateos...
Racionalmente sé que no puedo contratar a la señora porque ni necesito contratar a nadie ni tengo la plata para hacerlo. Tampoco podía llevar a una señora en plena crisis psicótica a mi casa, así fuera para que se bañara y jugara con mis juguetes. Lo particular es que después de haber pensado en esas posibilidades, la llegada del policía fue suficiente para que yo sintiera que había cumplido mi deber al decirle a A que llamara al 123, me desentendiera de la señora y siguiera mi camino hacia el supermercado.
Nuestra cobardía no nos dejó acercarnos a la señora, pero sí para llamar al 123, cómo si eso fuera a solucionarle la vida. Un motociclista valiente parqueó su moto en frente de la señora para protegerla de los carros que cruzaban de la 11 hacia la 86. Rápidamente llegó un policía a encargarse de la situación y nosotros, como buenos ciudadanos autómatas, decidimos que nuestra responsabilidad llegaba hasta ahí. Lidiar con una señora en crisis botada en la calle era una tarea para los policías y nosotros habíamos cumplido nuestra misión quedándonos mirándola mientras llegaba alguien, como si tuviéramos una especie de mirada poderosa y protectora y como si nuestra angustia de 5 minutos mientras llegaba el policía era suficiente para decir que habíamos cumplido algún tipo de deber.
Caminamos unas cuadras más, compramos las manzanas y unos arándanos porque se veían deliciosos y dimos la vuelta. El regreso fue más contemplativo porque las eucaliptas de la 11 están florecidas y con la luz de los faroles las flores se veían preciosas y solo mencionamos el incidente de la señora un par de veces como una anécdota más. Pero hoy estoy teniendo fantasías de culpa como que debí de traerme a la señora para la casa, tal vez contratarla para hacer algo y arreglarle la vida. Al fin y al cabo, yo he tenido mucha suerte en la vida y ya con lo que soy, mis chances de llegar a la calle son inexistentes, al menos de que me vuelva adicta al bazuco o algo por el estilo, y por ende, mi obligación es ayudarla. Lo particular de esas fantasías es que son las mismas que tenía a los 8 años, cuando quería llevar a todos los "niños pobres", dicho con voz de reina de belleza, a mi casa para que se bañaran y jugaran con mis juguetes, porque eso les iba a solucionar la vida y porque claro, yo "era muy buena" y eso me iba a consagrar como alguien digno de hacer la primera comunión. Demasiados videos para ser atea hija de ateos...
Racionalmente sé que no puedo contratar a la señora porque ni necesito contratar a nadie ni tengo la plata para hacerlo. Tampoco podía llevar a una señora en plena crisis psicótica a mi casa, así fuera para que se bañara y jugara con mis juguetes. Lo particular es que después de haber pensado en esas posibilidades, la llegada del policía fue suficiente para que yo sintiera que había cumplido mi deber al decirle a A que llamara al 123, me desentendiera de la señora y siguiera mi camino hacia el supermercado.
lunes, octubre 28, 2013
Mentiras verdaderas
Uno de los miedos más grandes que tengo es despertarme un día y darme cuenta que soy realmente un paquete chileno. Que no soy más que un montón de mentiras. Peor aún, que se trata de mentiras que fabriqué y me creí. Toda una impostora.
viernes, noviembre 30, 2012
Coleccionar y recordar
La obsesión de los seres humanos por ser recordados siempre me ha obsesionado y los museos son la máxima expresión de esta ilusión. Yo estudié historia porque quería trabajar en un museo. En ese momento, estaba fascinada por los objetos que guardaban las personas en edificios grandilocuentes para recordar el pasado y enaltecer el arte y me imaginaba trabajando en el Louvre cuando grande. Y claro, cuando uno tiene dieciocho años puede impresionarse muy fácilmente con que tengan medio Partenón en la mitad de Londres.
Ya en la Facultad de Historia entendí que detrás del proceso de acumulación de objetos hay otras historias que contar. Por ejemplo, la de una nación que desea reforzar los cimientos de su existencia, llevando su mito fundacional hasta el Tigris y el Éufrates o hasta tan lejos donde pudiera hacerlo con el fin de construir un pasado digno de un imperio. También está la historia de una nación que ya no es imperio pero que conserva los objetos y el museo como recuerdo de lo que fue y del poder que sigue ejerciendo. Y por supuesto, también está la historia de unos académicos que deciden qué y cómo hay que recordar el pasado y organizan esos objetos de una forma u otra. Finalmente, también está la historia de los visitantes, muchas veces turistas, que se pasean por el museo e interpretan esos objetos desde sus propias vidas.
Si bien cada vez estoy más lejos de ese sueño adolescente, sigo visitando museos con fascinación tratando de ver qué tipo de realidad quieren representar. La semana pasada estuve en el castillo de Bamburgh, en la frontera de Inglaterra con Escocia, en el que debido a que las cosas realmente finas están en una casona más cómoda a algunas millas del castillo o en un apartamento en Londres, habían expuesto en vitrinas las vajillas completas, un par de armaduras y las escopetas de cacería de alguien que había vivido allí. Yo, como tercermundista, estaba impresionada de todas maneras. Caminé los corredores en silencio, con las manos atrás de la espalda, con una especie de respeto solemne. Al fin y al cabo, las vajillas de porcelana con dibujos de pájaros y las escopetas de cacería son elementos tan exóticos para mí como lo son de cotidianos para los ingleses. Las historias de glorias pasadas, en cambio, si me parecieron extrañamente familiares.
Hace unos años estuve en un pequeño museo en Paraty, en Brasil, en el que habían recogido objetos de las familias de pescadores de la zona con el fin de darle a los visitantes del lugar una mirada a la vida cotidiana de la región. Las familias podían entregar los objetos que quisieran, así que había desde fotografías de la familia y documentos de archivo, hasta redes de pescar, juguetes de niños y utensilios de cocina. Los curadores habían hecho un trabajo muy especial juntando todos los objetos que entregaron las personas para narrar una historia coherente. El museo era un lugar colorido, alegre, vibrante y familiar. Contrario a muchos museos que tienen que hacer esfuerzos extraordinarios y a veces artificiales para que la gente se divierta, aquí uno entraba e inmediatamente caminaba al ritmo de los objetos expuestos. No recuerdo que hubiera música, pero sí mucha cadencia. Se trataba de un alegre museo del presente.
Me encantan las propuestas del Museo Nacional de recoger objetos de la historia reciente colombiana, algunos de los cuales han sido muy controversiales, como el poncho de Tirofijo. Como no teníamos ni los recursos ni las pretensiones de unirnos al saqueo imperial que alimentó los grandes museos del mundo, hicimos lo propio con lo que teníamos a la mano. Unas piezas de oro de por aquí, otras piedras de por allá, un poco de arte religioso, otro poco de arte moderno. Ahora, en un nuevo viraje, por el panóptico han pasado camisetas de jugadores de fútbol memorables, Grammys y otros objetos que hablan de la nación que estamos construyendo. Pareciera que esos objetos no tienen mucho en común pero para uno, que sabe qué significan pero no puede explicarlo, tienen sentido, así no los entienda. Me encantaría poderme quitar el vestido de colombiana para poder pasearme por el Museo Nacional con la mirada de un turista, como lo hice en Bamburgh y en Paraty a ver si entiendo lo que realmente hay detrás de esos objetos. Definitivamente haría que mi trabajo como historiadora fuera más fácil.
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