Me gusta creer que en ciertos ámbitos de mi vida he logrado proyectar la imagen de una persona que sabe que exactamente qué quiere. Sin embargo, los que más me conocen saben que eso es el más frágil de todos los disfraces, hasta el punto que un buen amigo mío, sabiamente, me dijo que tenía que dejar de ser una veleta. Esa observación me pareció absolutamente acertada, tanto que voy a adoptar el nombre Cristina Veleta.
En los últimos tres años he cambiado de trabajo cuatro veces sin solución de continuidad. Pasé de maestra de colegio y estudiante de maestría, al tiempo, a hacer de asistonta durante año y medio de una política, a relacionista pública por tres meses, a contratista del DNP desde hace quince días. Tan veleta que cuando renuncié al trabajo de asistonta le juré a mi jefe que lo hacía porque lo mío era el mundo académico y que odiaba la política, para saltar al sector privado lejos de la academia y volver a saltar al DNP cerquita de la política.
Las decisiones que he tomado en el plano profesional siempre han sido ridículamente amplias. Estudié historia, después de haber pasado una semana por la facultad de economía porque “lo que hay que aprender en la universidad es a pensar, no a hacer un oficio. Un oficio se aprende en cualquier momento”. Y tengo que confesar que durante la universidad alcancé a tener un cupo en la facultad de medicina del Rosario y pensé mucho en cambiarme a varias carreras desde derecho hasta ingeniería. Finalmente, terminé historia con honores, que no queden dudas, pero sin tener la más remota idea de qué hacer de ahí en adelante.
Me he casado con muy pocas cosas en la vida. De hecho, creo solo me he casado con mi esposo y con el color 9-10 de L’Oreal para mi pelo.
Tengo que confesar abiertamente que no tengo ni idea que quiero hacer con mi vida. Aunque he aprendido a lidiar con ella, no se me ha quitado la sensación de domingo por la noche de estar perdida en el mundo desde que tenía trece años.
Nunca pasé por una etapa punk o una etapa gomela y de alguna forma extraña, a pesar de mi total incertidumbre, siempre he seguido siendo bastante parecida a lo que era y estoy segura de que lo seguiré haciendo a pesar de que no tenga ni idea cómo o dónde. Tal vez, la explicación es que lo verdaderamente fundamental nunca cambia, que lo esencial existe, a pesar de todo lo que uno pueda hacer. Sin embargo, aunque sigo teniendo dudas sobre si existe lo esencial o si es una gran mentira como cuando fui maestra, pseudo política, relacionista pública, o proyecto de historiadora; la veleta, por definición, gira alrededor de un eje vertical impulsada por el viento y de alguna manera sirve para señalar direcciones.
Tengo esperanzas, creo, mientras siga con la capacidad de saber cual es la dirección del viento y ajustarme a él, sin perder la cordura y volarme detrás.
martes, febrero 27, 2007
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