martes, agosto 28, 2012

Primer reporte desde Hull: ciudades que no son de postal

Quedarse dentro de los límites de lo que es aceptable para los turistas es lo más cómodo, por supuesto, pero sobre todo es lo más agradable. Los pastos cortados, la gente feliz y las cosas evidentemente interesantes, como los cuadros que hemos visto miles de veces en textos escolares y en propagandas de champú. Sin embargo, hay lugares con su propia belleza y sus muchísimos problemas que suponen un reto para sus visitantes. Kingston upon Hull es uno de esos. Los indicadores de desarrollo de la ciudad son los peores de todo el Reino Unido, incluyendo las ciudades más apartadas de Escocia y de Irlanda del Norte. El embarazo adolescente es un problema real y el desempleo juvenil es equiparable al de Bogotá. Las tasas de alcoholismo y drogadicción son muy altas, aunque los lugareños dicen que se debe a que los mejores centros de rehabilitación del país están en la ciudad. En el índice de competitividad de las ciudades del Reino Unido, Hull ocupa el último puesto: 43 entre 43.

Las razones, por supuesto, son históricas. La economía de Hull estaba basada en la industria pesada, que comenzó a caer estrepitosamente en las últimas décadas del siglo XX en la medida en que las fábricas salieron de Europa occidental hacia lugares donde la fuerza laboral pedía menos prestaciones y las materias primas eran más baratas. La universidad, sin embargo, es bastante buena y está ranqueada muy bien entre sus pares en el Reino Unido. Por eso, alrededor del campus están los barrios elegantes, que siguen siendo bastante humildes para estándares europeos, con sus jardines cuidados y las aceras desyerbadas. Hacia el centro de la ciudad la cosa se va poniendo complicada. Uno sabe eso porque los últimos remansos del verano son flores de diente de león que ya miden 50 centímetros y las latas de cerveza sin recoger. La arquitectura por supuesto no se benefició de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.

En todo caso, y a pesar de todo, la ciudad tiene su encanto. El río es grande y profundo. Está lleno de barcos. Hay algunas edificaciones del puerto viejo preciosas. Los edificios de los puertos viejos, altos, delgados, puntiagudos y con esos labrados sencillos (al fin y al cabo, eran bodegas, no había que excederse en el rococo) siempre me han encantado y aquí quedan un par en pie. La universidad es maravillosa. Los jardines ingleses en esta época del año, cuando se está acabando el verano y están a punto de marchitarse son preciosos. Ya dejaron de cortarlos y cuidarlos y se ven abejorros aprovechando las últimas flores y un desorden exquisito. La gente es amable. Particularmente amable. E interesante. Los hulleños tienen una larga tradición revolucionaria que data del siglo XIII que contaré en otro post. Además hay algo en el aire que me ha hecho trabajar con una eficiencia que me tiene hasta extrañada. Espero que ese algo en el aire dure hasta diciembre. Y sí, aunque la ciudad no es de postal, tiene sus ángulos, como Bogotá. Sobre todo, será mi casa estos meses y seguramente la aprenderé a querer, como uno quiere a la Carrera Séptima toda rota, trancada y pintorreteada.

Por el momento, descubrí que el lugar que más me hace sentir en casa en esta ciudad es la sala de cine. Las salas de cine y los productos que ofrecen, desde las películas hasta la confitería, son iguales en todo el mundo. Así, no hay nada más reconfortante que una balacera de dos horas y unas palomitas para los viajeros que comenzamos a extrañar nuestra casa.

miércoles, agosto 15, 2012

¿Intelectuales nazis?

(Aviso: este post está largo y aburrido)

Escribir sobre el nazismo es enredado y difícil y por eso hay que comenzar siempre con una aclaración: los revisionistas me parecen de lo más cafre que ha producido la academia mundial y creo que todo lo que sucedió alrededor del nazismo, desde el desdén generalizado de la ciudadanía frente a lo que estaba sucediendo, hasta las atrocidades cometidas en los campos de concentración, está en el top 3 de eventos vergonzosos de la historia de la humanidad. Pero también creo que cuando uno quiere explicar las cosas, es necesario dar cuenta del contexto y de la época y tratar de saber qué estaba pensando la gente cuando sucedieran las cosas, con la claridad absoluta de que explicar no es justificar.

Ahora sí: Reichel-Dolmatoff fue nazi. Eso dijo Oyuela-Caycedo en el congreso de americanistas que se celebró en Viena hace un par de meses. Dijo también que no solo había simpatizado con el nacionalsocialismo sino que también había participado directamente de una masacre. Incluso, dice que hay indicios de que él mismo le disparó a un hombre mayor, según una posible transcripción de su diario en una publicación llamada La revolución alemana. Después dice que se desapareció unos años y volvió a aparecer en Francia como miembro de la resistencia antihitleriana, movimiento que auspicio su venida a Colombia como un perseguido del nazismo. La historia completa no la sabremos nunca: si efectivamente se trata de una posible historia de redención, como lo sugiere Camilo Jiménez en su artículo de Arcadia, o si Reichel-Dolmatoff se disfrazó de antihitleriano para poder salir de Europa limpio. Yo por lo menos sé que me gustaría creer la primera tesis, convencida de que los científicos, por su formación, tienen una profunda capacidad de autoreflexión y de transformación, aunque también sé que difícilmente hay suficiente información para confirmar una tesis o la otra. Es muy posible que Reichel-Dolmatoff ni siquiera le hubiera contado la historia completa a su esposa, ni a sus hijos. También es muy posible que las piezas encontrados por Oyuela-Caycedo armen un rompecabezas diferentes al que él armó. O tal vez sí. Al fin y al cabo Reichel-Dolmatoff era joven, blanco y cristiano en Austria en los 30 y así mucha gente no sepa de historia, por lo menos casi todos hemos visto La Novicia Rebelde y sabemos qué estaba pasando por allá en esos años. No sé.

Lo que sí sé es que esta noticia ha causado un gran revuelo en la academia colombiana y que es un buen momento para pensar sobre los orígenes de la antropología en Colombia y sobre sus fundamentos, comenzando por la reflexión más evidente: la antropología en general tiene orígenes oscuros. La antropología, como lo recordó @pcastano en Twitter ayer, es una ciencia que comenzó sirviendo los intereses colonialistas de las naciones europeas bajo la premisa básica de que para conquistar, había que conocer. Y así también surgió la arqueología, el siguiente paso después de la conquista, motivada por el interés de llevar bellas evidencias del territorio conquistado para exhibir en las metrópolis. Además, la guerra y los saltos en la ciencia siempre han estado íntimamente relacionados, y no solo en las ciencias duras. No más la expedición de Richard Evan Shultes al Amazonas colombiano fue financiada por el gobierno estadounidense con el propósito de buscar fuentes de caucho sostenibles, material esencial para los equipos de guerra. Hay gente que ha escrito con seriedad sobre estos temas, pero solo quería dar una idea.

Así, en el fondo no sería tan raro que el trabajo de Reichel-Dolmatoff estuviera inspirado en el nazismo, o en su posterior antinazismo, quien sabe. Mircea Eliade, también antropólogo y padre de algunos de los conceptos clave de la antropología moderna, como la idea de arquetipo, fue un nazi puro y duro. Lo que sí es absoluto es que es evidente que la exploración de los pueblos indígenas en Colombia tenía que comenzar por ahí, por un europeo interesado en esos temas por X o Y razón, porque los colombianos no lo iban a hacer (para entender eso, los invito a echarse una repasadita de la historia del siglo XIX colombiana). Las revelaciones de Oyuela-Caycedo sobre Reichel Dolmatoff son una invitación a hacer esta reflexión con seriedad.

Pero en esta polémica también hay otra historia. La de un investigador que decide sacar sus denuncias cuando el otro ya está muerto y no puede defenderse*. Ahí también hay otro ejercicio de sociología del conocimiento que alguien debería emprender. Otra vez, no sé cuál sería la conclusión de tal trabajo. Tal vez, si me permiten la referencia obligada a Eliade, otro intelectual cuestionado, estamos en una discusión metida en el mito del eterno retorno.

*NOTA: Hay que aclarar que Oyuela-Caycedo no hubiera podido hacer esas denuncias cuando Reichel-Dolmatoff estaba vivo porque según la nota, las pesquisas son recientes y Reichel se murió en 1994.


Fuentes para consultar sobre esta polémica:

http://www.revistaarcadia.com/impresa/polemica/articulo/el-pasado-nazi-reichel-dolmatoff/29258
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/08/120814_colombia_antropologia_nazi_reichel_dolmatoff_aw.shtml

miércoles, agosto 08, 2012

Esto escribió Christopher Hitchens sobre Larkin y sobre Hull

"It is inescapable that we should wonder how and why poetry manages to transmute the dross of existence into magic or gold, and the contrast in Larkin’s case is a specially acute one. Having quit Belfast, he removed himself forever to Hull, a rugged coastal city facing toward Scandinavia that, even if it was once represented in Parliament by Andrew Marvell, in point of warmth and amenity runs Belfast a pretty close second. Here he brooded biliously and even spitefully on his lack of privacy, the success of his happier friends Amis and Conquest, the decline of standards at the university he served, the general bloodiness of pub lunches and academ­ic sherry parties, the frumpy manipulativeness of women­folk, and the petrifying imminence of death. (Might one say that Hull was other people?) He may have taken a sidelong swipe at the daffodils, but he did evolve his own sour strain and syncopation of Words­worth’s “still, sad music of humanity.” And without that synthesis of gloom and angst, we could never have had his “Aubade,” a waking meditation on extinction that unstrenuously contrives a tense, brilliant counter­poise between the stoic philosophies of Lucretius and David Hume, and his own frank terror of oblivion."

Lo publicó en The Atlantic (¿dónde más?) en mayo de 2011. Las bastardillas son mías. Aquí el link completo: http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2011/05/philip-larkin-the-impossible-man/8439/?single_page=true

Mi herbario

La primera vez que quise aprenderme el nombre de las matas fue cuando chiquita. Debía tener unos 9 o 10 años. Mi tío, un agrónomo filósofo, me ayudó a hacer un herbario para comenzar la tarea. Inicialmente comenzó como un proyecto para el colegio, pero se volvió mucho más ambicioso después. Por lo menos la idea era ambiciosa. Recogimos hojas de los caminos de Guasca y de las matas que había en la finca. Puse las hojas a secar en un libro muy grande con hojas de papel de seda y tomé apuntes sobre cada planta en un cuaderno bonito que iba a ser el herbario. Tengo un vago recuerdo de que se trataba de un libro especial, con hojas protectoras entre cada cartulina gruesa y tapas de madera, pero tendría que confirmarlo con alguien porque también tengo la sospecha de que me lo inventé. En todo caso, era un libro bonito y me parecía maravilloso. La edad que tenía en ese momento la calculo porque me acuerdo que marqué las hojas con letra pegada perfecta y eso solo era posible antes de entrar a bachillerato, momento en el que los gringos le daban a uno permiso de echar por la borda los años y años de planillas de penmanship que hizo durante la primaria y lo dejan escribir como uno quiera.

En esos días, mi abuela Mady me había mostrado un herbario que ella había hecho cuando chiquita. También me mostró unas planillas de colores perfectas que había hecho cuando estudiaba para ser delineante de arquitectura, una de esas carreras permitidas para las señoritas de la sociedad bogotana, que era compatible con casarse y tener hijos. A mí me parecía que uno tenía que tener en la vida un herbario y unos pantones hechos por uno. Unos que pudiera mostrarle a mis nietos algún día, o a un novio si me conseguía uno. Sin embargo, tenía clarísimo, o por lo menos eso recuerdo, que la posibilidad de ir a buscar hojas era mucho más divertida con mi tío, el agrónomo filósofo, que con mi abuela. Para empezar, mi abuela se sabía los nombres de las matas del jardín--y efectivamente tenía un jardín precioso--pero no tenía cara de saberse las del monte, aunque ahora que lo pienso tal vez sí. Mi tío, en cambio, se sabía todos los nombres de las matas del monte y las que no, se las inventaba sin ningún pudor. Para terminar, mi abuela siempre fue un poco seria y el tío agrónomo filósofo era simpático y tenía excelentes historias.

No sé al fin qué pasó con el herbario. Sé que entregué la tarea porque yo siempre entrego la tarea. También sé que me aprendí muchos nombres de muchas plantas. Pero el gran proyecto, el de hacer un herbario con todas las matas del valle de Guasca, nunca lo acabamos. Seguramente todavía hay hojas secándose en algún libro de alguna biblioteca de mi familia que alguien algún día va a descubrir. Una excusa sería que mi tío y mi tía se separaron, pero eso fue muchos años después. Una década más tarde, de hecho. Pero la verdadera explicación es que aprenderme el nombre de todas las matas es una ambición infantil equivalente a llegar a la luna en un cohete de cartón.