jueves, abril 19, 2007

Un chisme...

Según las revistas para hombres de negocios, que son como una “Cosmopolitan” con saco y corbata, lo más valioso que tienen los trabajadores con grandes aspiraciones son sus “networks”. Un network es una palabra elegante para decir redes de contactos. Es decir, que lo más valioso que usted tiene son todas las personas que ha conocido en su vida desde el día que nació hasta el presente. Es decir, vale el mancito que nació el mismo día que usted, (ojalá en la Clínica del Country o la Santafé, yo por mi parte nací en el Hospital Infantil, aunque les prometo que no tuve nada que ver). Vale la niña con la que fue a estimulación temprana, con los que fue a Kinder, al colegio, al campo de verano.

Si uno es además una niña bien burguesita, añadiría a esa lista a los del club, a los que juegan polo, a los que estaban en su clase de piano, a las niñas que conoció cuando vivió en Paris y a todas las personas que terminan siendo aliados naturales por afinidad social.

Hoy viví en vivo y en directo el poder del “networking” y fue tan basto que incluso valdría la pena hacer una gráfica interactiva como lo haría una de las revistas mencionas al principio de este blog pero yo no soy tan play como para tener un programa que me permita hacerlo bien y por lo tanto, tienen que imaginárselo.

Lo que sucedió fue lo siguiente: M.—amiga mía de toda la vida, desde estimulación temprana—me escribió por el MSN preguntándome si era cierto que C.—amiga de M y mía que cae dentro de la categoría “aliada por afinidad social” y “amiga de cuando viví en París” se iba a casar. Yo no tenía ni idea y salí corriendo a preguntarle a J.—amigo del Kinder de M y mío que también cae dentro de la categoría de aliado natural y además es ahora mi compañero de trabajo, quien por supuesto, también conocía a C. (creo que por “club” y “aliado natural”). J. le preguntó. a C2 por el Skype por el chisme y C2 le dijo que no sabía nada y que iba a preguntar. C2 es prima segunda de J, amiga mía del colegio y aliada natural de todos los mencionados con anterioridad y que se mencionarán a continuación.

Mientras tanto D. me llamó por teléfono a preguntarme si íbamos a almorzar y yo, por supuesto, antes de decirle que sí y de invitar a J. para que también fuera, le pregunté si el cuento de C. era cierto. D. hizo sus propias averiguaciones. Para ponerla en contexto, D. es amiga de M., J. y mía desde Kinder, aliada natural de C. y conoce a C2 y aunque no estoy segura, creo que son amigas también. Así misimo, al mismo tiempo que todo esto sucedía, M., J., C2, D y yo le escribíamos a C por el MSN para que nos confirmará el cuento. A todos nos llegó el siguiente mensaje:

C says:
quien le dijo esooooooooooo????????????/
C says:
NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
C says:
quien le dijooo?????

La culpable terminó siendo C3. una amiga de C, M y conocida mía de cuando vivimos en París, quien asumió que como C se fue a Mayami enamorada detrás de un tipo, se iba a casar.

En fin. Las redes son supremamente poderosas, de eso no hay duda. Sin embargo, no sé que tan útiles será que uno se entera de un chisme y a los 5 minutos, cuando se entera de que es falso, ya haya logrado difundirlo entre 8 personas. Y eso, (para los que me conocen en la vida real) que ni el Pine ni Mac fueron uno de los eslabones.

Por el momento, consideraré esta situación como un ejemplo del poder y de la inutilidad de la red alrededor mío.

jueves, abril 12, 2007

Bailarina independiente

Yo nunca me he considerado una buena bailarina, pero tampoco necesariamente una mala bailarina. Sin embargo, desde que decidí casarme con un cartagenero, descubrí que ser una bailarina promedio en los estándares cachacos es ser una pésima bailarina en los estándares costeños.

Por ejemplo, descubrí que el merengue—facilito y tipo licuadora en las fiestas de conjunto cerrado que me tocaron cuando chiquita—es lo más difícil de bailar. Incluso, descubrí que bailo mejor salsa que merengue y eso que bailar salsa en las minitecas a las que fui de adolescente era cosa de guapos y caleños. Y ni hablemos de un currulao, una cumbia y peor, de un mapalé. La familia de A. se muere de la risa cuando bailo, por lo que he decidido mejor posar de elegante, un pasito al lado, un pasito al otro lado, muy discreta, muy transparente, nunca pasar a la mitad del círculo y no bailar sino con A. a quien después de siete años de andar juntos ya le llevo más o menos el ritmo.

Sin embargo, hace un par de días me reconcilié con mi torpeza en la pista. En una comida estaban hablando de un político liberal y de su esposa y dijeron que ellos siempre eran los independientes de la fiesta. Por un momento pensé que se referían a su posición política ya que es un tipo liberal medio de derecha (su nombre comienza por R, su apellido por P, adivinen quien es) pero después descubrí que hablaban de su incapacidad de seguir el ritmo.

Decidí, después de oir eso, que yo no soy una mala bailarina, soy una bailarina independiente (y también soy liberal semi de derecha). Además, ¿Quién dijo que uno tenía que siempre seguir el ritmo del mismo tambor?

“March to the beat of your own drummer” me decían los profesores gringos en el colegio. Y yo les contesto: “And so I did.”