viernes, noviembre 30, 2012

Coleccionar y recordar



La obsesión de los seres humanos por ser recordados siempre me ha obsesionado y los museos son la máxima expresión de esta ilusión. Yo estudié historia porque quería trabajar en un museo. En ese momento, estaba fascinada por los  objetos que guardaban las personas en edificios grandilocuentes para recordar el pasado y enaltecer el arte y me imaginaba trabajando en el Louvre cuando grande. Y claro, cuando uno tiene dieciocho años puede impresionarse muy fácilmente con que tengan medio Partenón en la mitad de Londres. 

Ya en la Facultad de Historia entendí que detrás del proceso de acumulación de objetos hay otras historias que contar. Por ejemplo, la de una nación que desea reforzar los cimientos de su existencia, llevando su mito fundacional hasta el Tigris y el Éufrates o hasta tan lejos donde pudiera hacerlo con el fin de construir un pasado digno de un imperio. También está la historia de una nación que ya no es imperio pero que conserva los objetos y el museo como recuerdo de lo que fue y del poder que sigue ejerciendo. Y por supuesto, también está la historia de unos académicos que deciden qué y cómo hay que recordar el pasado y organizan esos objetos de una forma u otra. Finalmente, también está la historia de los visitantes, muchas veces turistas, que se pasean por el museo e interpretan esos objetos desde sus propias vidas.

Si bien cada vez estoy más lejos de ese sueño adolescente, sigo visitando museos con fascinación tratando de ver qué tipo de realidad quieren representar. La semana pasada estuve en el castillo de Bamburgh, en la frontera de Inglaterra con Escocia, en el que debido a que las cosas realmente finas están en una casona más cómoda a algunas millas del castillo o en un apartamento en Londres, habían expuesto en vitrinas las vajillas completas, un par de armaduras y las escopetas de cacería de alguien que había vivido allí. Yo, como tercermundista, estaba impresionada de todas maneras. Caminé los corredores en silencio, con las manos atrás de la espalda, con una especie de respeto solemne. Al fin y al cabo, las vajillas de porcelana con dibujos de pájaros y las escopetas de cacería son elementos tan exóticos para mí como lo son de cotidianos para los ingleses. Las historias de glorias pasadas, en cambio, si me parecieron extrañamente familiares. 

Hace unos años estuve en un pequeño museo en Paraty, en Brasil, en el que habían recogido objetos de las familias de pescadores de la zona con el fin de darle a los visitantes del lugar una mirada a la vida cotidiana de la región. Las familias podían entregar los objetos que quisieran, así que había desde fotografías de la familia y documentos de archivo, hasta redes de pescar, juguetes de niños y utensilios de cocina. Los curadores habían hecho un trabajo muy especial juntando todos los objetos que entregaron las personas para narrar una historia coherente. El museo era un lugar colorido, alegre, vibrante y familiar. Contrario a muchos museos que tienen que hacer esfuerzos extraordinarios y a veces artificiales para que la gente se divierta, aquí uno entraba e inmediatamente caminaba al ritmo de los objetos expuestos. No recuerdo que hubiera música, pero sí mucha cadencia. Se trataba de un alegre museo del presente. 

Me encantan las propuestas del Museo Nacional de recoger objetos de la historia reciente colombiana, algunos de los cuales han sido muy controversiales, como el poncho de Tirofijo. Como no teníamos ni los recursos ni las pretensiones de  unirnos al saqueo imperial que alimentó los grandes museos del mundo, hicimos lo propio con lo que teníamos a la mano. Unas piezas de oro de por aquí, otras piedras de por allá, un poco de arte religioso, otro poco de arte moderno. Ahora, en un nuevo viraje, por el panóptico han pasado camisetas de jugadores de fútbol memorables, Grammys y otros objetos que hablan de la nación que estamos construyendo. Pareciera que esos objetos no tienen mucho en común pero para uno, que sabe qué significan pero no puede explicarlo, tienen sentido, así no los entienda. Me encantaría poderme quitar el vestido de colombiana para poder pasearme por el Museo Nacional con la mirada de un turista, como lo hice en Bamburgh y en Paraty a ver si entiendo lo que realmente hay detrás de esos objetos. Definitivamente haría que mi trabajo como historiadora fuera más fácil. 

miércoles, noviembre 21, 2012

Redes y reflexión en la Fundación Social



La organizaciones jesuitas siempre han llamado la atención de quienes estudian la administración. Un amigo decía en forma de chiste que ese éxito se debía a que, como los planeadores, los jesuitas sabían que tenían que tener una ala en cada lado, y por eso manejaban con tanta gracia entidades como el CINEP, hacia la izquierda y la Pontificia Universidad Javeriana, un poco más a la derecha. Otros, un poco más serios, afirman que el éxito se debe a una fórmula infalible de liderazgo que mezcla la disciplina militar, la mística religiosa y una gran capacidad de innovación. De hecho, se han publicado varios best sellers sobre esto que después de un rápido furor comercial, caen rápidamente al olvido. El caso de la Fundación Social, estudiado juiciosamente por un grupo de profesores e investigadores de la Universidad de los Andes, muestra que si bien las intuiciones anteriores son parcialmente ciertas, la fórmula es mucho más compleja*. Incluso, a partir de la lectura del libro Lo social y lo económico: ¿Dos caras de una misma moneda? escrito por Dávila, Dávila, Grisales y Schnarch el año pasado, podríamos concluir que la verdadera receta está en la capacidad de la organización de pensar sobre sí misma. Es decir, de reflexionar, actuar y volver a reflexionar sobre la actuación y en la de tejer redes bastante poderosas.

La Fundación Social, el grupo empresarial dueño de varias entidades financieras que incluyen el Banco Caja Social y la fiduciaria Colmena, fue fundada por el padre Campoamor hace más de cien años con el objetivo de luchar contra las causas estructurales de la pobreza. La organización surgió del marco de los Círculos de Obreros de la época. Un siglo después, esta organización, que puede describirse según los autores del estudio de caso mencionado como una fundación con empresas y no como una empresa con fundación, ya no está regida por los jesuitas, pero sigue manteniendo el objetivo y el espíritu con los que fue fundada.  Sus planes estratégicos todavía siguen la lógica de la reflexión, acción, reflexión que impusieron los jesuitas, la noción de la responsabilidad pública de los actores privados está a la orden del día y el objetivo no ha cambiado. De hecho, la junta directiva de la organización, que cumple con las funciones estratégicas normales de cualquier junta que haga bien su trabajo, le sigue responde a una instancia más alta, encargada de pensar en la coherencia de la organización y en que efectivamente la reflexión sea parte del día a día gerencial. 

La insistencia en la reflexión-acción-reflexión, que seguramente le suena a pesadilla a más de un administrador, se debe por una parte a que la receta ha funcionado exitosamente. No en vano la Fundación Social es una de las organizaciones financieras más antiguas del país. Pero por otra, se debe a que los jesuitas, al estar a cargo de muchas de las instituciones educativas por las que pasa la élite colombiana, no necesitan de una empresa cazatalentos para reclutar los gerentes que mejor pueden acomodarse al tipo de organización que fundaron. Muchos de sus gerentes no solo son cercanos a los jesuitas por razones personales, sino que fueron formados en sus aulas. Incluso desde niños. Cualquier persona que haya tenido un maestro que lo haya marcado en el colegio sabe el poder que puede tener esto. Esto les ha permitido tejer una de las redes más sólidas y poderosas del país y asegurarse que de ahí, puedan siempre tener cerca a las personas mejor preparadas, dentro de lo que les interesa, para manejar sus organizaciones. Esto es tan así, que una década los jesuitas dieron un paso al lado en la Fundación Social y esta no solo no ha cambiado su rumbo, sino que los laicos que ahora están a cargo han reafirmado que el norte de la organización sigue siendo el mismo que le imprimió Campoamor. 

*Dávila L. de Guevara, J. C., Dávila L. De Guevara, C., Grisales Rincón, L. A., & Schnarch González, D. (2011). Lo social y lo económico: ¿Dos caras de una misma moneda? La Fundación Social y sus empresas (1984-2010). Bogotá: Ediciones Uniandes, 275 pp.

Publicado inicialmente acá: http://www.eltiempo.com/blogs/economia_domestica/2012/11/redes-y-reflexion-en-la-fundac.php

miércoles, noviembre 14, 2012

Caca de perro

Supongo que todas las obsesiones son con cosas pequeñas. Las grandes no despiertan ese tipo de pasiones. Yo me obsesioné con los ratones que viven en mi casa. Soñaba con ellos dormida y despierta. Me imaginaba que si llegaba a regresar a la casa a una hora inusual, me los iba a encontrar desbaratando la casa. Porque claro, cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta y encima,  porque los ratones saben la hora conocen mi horario perfectamente. Les compré trampas y rezaba para que no cayeran. Lo único peor que convivir con los ratones era encontrarme sus cadáveres atrapados en un resorte o peor aún, verlos agonizar en un charco de pegante. La obsesión se me pasó cuando entendí que no podía hacer nada al respecto. Mi mamá lo dijo mejor que nadie en el mundo "téjales suetercitos y deje de joder". Después me obsesioné con la basura de mi oficina, que siempre sacaba yo, pero se me pasó rápido.

Mi última obsesión es un bollo de caca de perro que apareció enfrente de la puerta de la casa del vecino.  He seguido todo el proceso desde el día en que apareció, hace una semana, hasta hoy, cuando el vecino le echó agua y quedaron los pedacitos regados por toda la acera. En el intermedio, trató de correrlo con el menú de un pizzería que ofrecía descuentos a estudiantes. Durante días, el bollo estuvo ahí sentado, con el menú incrustado en la mitad. Ayer, Amelia se cayó saliendo de nuestra puerta y por poco cae encima del bollo con menú. Las dos sufrimos mucho, pero yo sufrí más que ella a pesar de no haber sido la accidentada.

Quisiera entender en qué estaba pensando mi vecino cuando decidió que echarle agua al bollo y esparcirlo por la acera era una buena idea. Tal vez pensó que las personas iban a ir pasando y se iban a llevar los pedacitos de bollo pegados a sus zapatos. Claro, no sin antes soltar un madrazo. O tal vez pensó que el bollo iba a llegar eventualmente a la calle, pero no hizo la tarea suficientemente bien como para que eso pasara. Aunque creo que en verdad estaba pensando que el agua iba a hacer que el bollo desapareciera mágicamente. Llevo 20 minutos sentada en las escaleras de mi casa, con la puerta abierta, tiritando del frío y mirando el andén. Supuestamente estoy esperando una caja del ron de Laura que debe de estar llegando entre las 10:24 y las 11:24, pero en verdad estoy viendo pasar la gente, a ver quién va a ser el infeliz que se va a llevar uno de los pedazos de bollo en su zapato.

Nunca había estado en mi casa de Hull a esta hora y entendí por qué. Espero que el cartero llegue rápido y yo pueda devolverme a la oficina, ojalá sin llevarme en el zapato un pedazo de la mierda del vecino.
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El ron llegó a las 11:57.

martes, noviembre 13, 2012

Trapitos al sol que no son noticia

Las discusiones entre los directivos de las organizaciones públicas y privadas y sus departamentos de comunicaciones son eternas y difíciles. Los primeros creen que ese maravilloso suceso que tanto les conviene divulgar merece la primera página de todos los periódicos y los segundos saben que eso no va a pasar. Los comunicadores dentro de las organizaciones saben las buenas noticias no suelen ser noticias y están conscientes de que en un país en guerra con una situación política tan compleja, la mayoría de la información que producen las empresas, y en especial todas las relacionadas con sus magnánimas campañas de responsabilidad social, no llama la atención de los periodistas. Y pues claro, los empresarios no están interesados en ventilar sus trapos sucios y los periodistas tampoco lo están en investigarlos. Los primeros, además de lo que deben reportar por ley según el tipo de sociedad que sean, no tienen la obligación de hacer pública su información privada y los segundos no necesariamente quieren morder la mano que les da de comer.

Todo esto funciona divinamente hasta que se quiebra el sistema. Por ejemplo, hace un mes Daniel Pardo hizo público que Kien y Ke publicaba reportajes pagados Pacific Rubiales sin el sello de “publirreportaje” llevando a que, ahora sí, los periodistas se preguntaran por la relación entre los millones y millones pagados por esta petrolera en publicidad a otros medios de comunicación y el tipo de noticias que divulgaban sobre la compañía. Más recientemente, en un acto entre valentía e ingenuidad, Vladdo publicó un trino diciendo que había rumores de que Interbolsa estaba ilíquido, echando la última gota que se necesitaba para que se derramara espectacularmente el escándalo sobre el que se cotilleaba desde hacía semanas en los baños turcos de los clubes privados y que cada día que pasa comienza a oler más a estafa.

Además de los medios especializados, que por lo demás también pecan de falta de investigación, el periodismo económico se enfoca en temas públicos en el más estricto sentido de la palabra, y dependen de datos del Banco de la República y del DNP para nutrirse, relegando la esfera de lo empresarial a replicar información de analistas o, en el peor de los casos, a publicar casi textualmente comunicados de prensa enviados por las empresas para llenar espacio. Y así, como los periodistas no están pendientes de qué tipo de decisiones se toman en los gremios, cómo están conformadas las juntas directivas y qué tipo de alianzas se están haciendo, por nombrar solo tres aspectos de las empresas que se pueden estudiar con información accesible para todo el mundo, no están preparados para atar cabos o intuir ventarrones. Pecando de antipática lucidez a posteriori, si un periodista hubiera estado revisando con juicio el movimiento de las acciones en la BVC no se le habría pasado el raro comportamiento de las acciones de Fabricato. Y si además el periodista en cuestión supiera algo del sector textil y manufacturero y tal vez algo de historia empresarial, se habría dado cuenta de que había algo raro mucho antes de que se derramara la copa. Algunos analistas sí lo estaban haciendo y alcanzaron a sacar su plata a tiempo. Incluso algunos más precavidos sabían desde el principio que ahí no se podía invertir.

Mi invitación a que los periodistas cubran los temas empresariales como lo hacen con algunos temas políticos y gubernamentales no soluciona las discusiones entre gerentes y comunicadores sobre qué es una noticia, pero definitivamente le da a los periodistas independencia y libertad para que ellos puedan decidirlos solos. Conocer cómo y por qué se toman decisiones en el sector privado no solo no es imposible, sino que es indispensable y forma parte de la función social de los medios de darle a su público elementos para comprender mejor la realidad. Finalmente, informar adecuadamente sobre las decisiones del sector privado es un paso indispensable para reconocer que lo público, que burdamente se puede definir como lo que nos concierne y afecta a todos, no se limita exclusivamente al Palacio de Nariño.  


Publicada inicialmente acá: http://www.eltiempo.com/blogs/economia_domestica/2012/11/trapitos-al-sol-que-no-son-not.php

martes, noviembre 06, 2012

Los niños y las instituciones, el regreso


W. Richard Scott*, uno de los más célebres teóricos del institucionalismo, señala que existen tres tipos de instituciones: las regulativas, las normativas y las cognitivas. Las instituciones regulativas son aquellas que se expresan en reglas, leyes y normas, que tienen una función instrumental y cuya legitimidad está basada en las sanciones. Las instituciones normativas son las que tienen su origen en la obligación social. Funcionan en la medida en que las personas se apropien de esas normas y le den valor a los certificados, acreditaciones y demás sellos de garantía que las autentican. Este tipo de instituciones tienen un origen moral. Finalmente, las instituciones cognitivas son todas esas pautas de comportamiento que damos por hecho y que no cuestionamos. Las adoptamos imitando el comportamiento de las demás personas y están fundamentadas en la cultura. Son todas esas pautas que consideramos correctas porque sí y que no cuestionamos porque no se nos ocurre hacerlo. 

Las instituciones, por supuesto, son construcciones sociales y parte del proceso de educar a un niño es enseñarle a vivir dentro del marco de estas reglas de juego. Las instituciones cognitivas las aprenden los niños al vernos mover por el mundo. Su efectividad reside precisamente en que no las enseñamos explícitamente sino que las transmitimos a través de nuestro comportamiento. Es precisamente por no tratar de enseñarlas directamente que los niños--casi siempre--las aprenden tan bien. Sin embargo, la enseñanza de las instituciones normativas es un poco más compleja porque casi siempre es explícita. Contrario a lo que quisieran pensar muchos fanáticos religiosos, "la moral" no viene en el código genético. Los niños van aprendiendo qué es lo que consideramos moralmente apropiado y a través del sello autoritario de nuestra aprobación van comenzando a comportarse como nosotros quisiéramos que lo hicieran. El territorio de disputa de las instituciones normativas es más amplio de lo que uno pensaría y todas las peleas que incluyen a un papá  diciendo "¡Cómo se te ocurre!" están en este plano. Les contaré en unos diez años, pero me imagino que la mayoría de las discusiones de los papás con sus hijos adolescentes se dan aquí.   

El gran campo de batalla con los niños más pequeños, no obstante, está en territorio de las instituciones regulativas: la hora de dormirse, la hora de vestirse, la hora de comer, etc. Mi experiencia ha mostrado que las pequeñas reglas del día a día funcionan en la medida en que uno  las haga parecer instituciones normativas y le dé un estatus profundo a la cotidianidad estableciendo rituales que la legitiman. El ejemplo perfecto de esta situación es el baile sagrado de la piyama, los cuentos y el beso de las buenas noches a la hora de dormir.  Una institución regulativa sencilla como la hora de dormir gana peso en la medida en que uno le de estatus de obligación social. 

Los niños aprenden muy rápido cuáles son las instituciones normativas y regulativas y parte del proceso de crecer saludablemente es tantear el terreno: ir viendo hasta dónde pueden estirar las reglas y hasta dónde pueden ir conquistando territorio sin que el adulto a cargo se desespere o su pequeño mundo se caiga en pedazos. Lo raro es que a pesar de esta rebeldía natural, los niños también son muy sensibles a los cambios institucionales. Es decir, a los cambios en las reglas de juego de sus vidas cotidianas. 

Un ejemplo clarísimo de esta sensibilidad ha sido la entrada y la salida del colegio de mi hija. Ella entendió rápidamente que contrario a lo que sucedía en Bogotá, dónde la hora de entrada y salida era fija, estaba determinada por un bus que la transportaba y sobre el cuál sus papás no tenían control alguno, la entrada y salida de la guardería en Inglaterra depende exclusivamente de a qué horas quiera yo dejarla y recogerla. Así, mis súplicas desesperadas de "Apúrate que nos cogió la noche" que formaban parte de nuestra cotidianidad matutina dejaron de tener sentido y la hora de recogida del colegio se volvió un tema de negociación. Mi hija está absolutamente consiente de que si la recojo tarde es porque preferí quedarme trabajando en vez de pasar la tarde con ella y sabe que me siento mal cuando lo hago. En términos de Scott, sabe que al aprovecharme de la flexibilidad de la institución regulativa de la hora de recogida de su colegio, estoy poniendo a tambalear la institución normativa que determina cómo considero yo que debe portarse una buena mamá y toco las fibras de la institución cognitiva de mi absoluta e indiscutible responsabilidad sobre su bienestar.

La forma como los niños van comenzando a jugar bajo las reglas de la vida cotidiana, es decir, las instituciones, es un recordatorio de dos cosas aparentemente contradictorias pero que deben coexistir para que la vida en sociedad sea armoniosa. Primero de por qué las instituciones son esenciales para que podamos vivir en comunidad y segundo, de por qué es necesario tener conciencia sobre las instituciones para poder cuestionarlas en el momento en el que dejen de cumplir su papel. Ojalá logre transmitirle a mi hija la institución cognitiva más importante de todas, que dé por hecho que nada se puede dar por hecho.

* Scott, W. R. (1995). Institutions and Organizations. Thousand Oaks: Sage Publications.

En Twitter: @CristinaVelezV

martes, octubre 30, 2012

Los niños y las instituciones

Ame entendió rapidamente que la hora en la que se acaba el colegio en Hull depende de mí y no del colegio, contrario a lo que sucede en su colegio de Bogotá, donde la hora de salida es fija y determinada por la entidad. Ha sido duro para nuestra relación ya que tiene absoluta conciencia de que cuando la recojo tarde es porque preferí quedarme trabajando en vez de pasar la tarde con ella. Por supuesto, ha llevado a que la hora de la recogida se vuelva un tema más sobre la mesa; rápidamente entendió que se trata de algo flexible y que está sujeto a negociación y que ella puede usarlo para conseguir cosas. Por ejemplo, hace unos días me dijo que si la dejaba irse disfrazada, se quedaba hasta más tarde "feliz". Se fue vestida de Mérida, con arco y flechas incluídos.
A mí, obviamente se me mueven las fibras más profundas de la maternidad, sobre todo cuando sé que su mejor amigo del jardín es un niño autista, porque es el único otro del salón que no habla inglés (ni nada) y que claramente Ame está por fuera de su zona de confort. Es cierto que el hecho de que se haya adaptado a estas condiciones adversas como pudo habla bien de ella, pero a uno no deja de arrugársele el corazón.
Hoy me mató cuando me dijo con ojos suplicantes que por favor la recogiera después del almuerzo. Le dije que sí, pero cuando iba saliendo por la puerta del jardín, salió corriendo y me aclaró. "Mentiras mamá, más tardecito. Recógeme después del postre".

De la cortesía a la igualdad


Una amiga me advirtió, con algo de ingenuidad, que la noción de igualdad de género era tan profunda en Inglaterra, que no debía esperar ningún tipo de ayuda para subir una maleta pesada o para que me cedieran el puesto a mí o a mi hija en el bus, el tren o cualquier otra parte. Después de tres meses de vivir en Inglaterra, con la única compañía de una niña de cuatro años, puedo decir que mi amiga estaba equivocada, en Inglaterra todavía falta mucho camino por recorrer en el debate por la igualdad de género. 

Tenía razón en que no debía esperar gestos de cortesía de extraños, pero a veces, y muy felizmente, alguien aparece para sorprenderlo a uno. A menudo me he visto empujando un coche--con una niña de 15 kilos encima--jalando una maleta y cargando un morral, mientras jóvenes saludables pasan a mi lado sin inmutarse, concentrados en cogerle la mano a su novia o no quemarse con su café recién comprado. Pero ese no es un problema de género, es un problema de cortesía. Tan es así que hace unos días una bellísima mujer que cuenta con mi eterno agradecimiento me ayudó a subir el coche de mi hija desde la plataforma del metro hasta la calle. Era una de esas plataformas que están cerca del noveno círculo del infierno y ella me dio una mano mientras subíamos lo que parecían millones de escalones.

Pero no tenía razón en que todavía los temas relacionados con la sexualidad se manejan en términos diferentes cuando se trata de hombres o de mujeres. Hace unas semanas pararon el tren en el que iba para bajar a cinco señores. Ellos venían de un partido de fútbol en el que aparentemente había ganado su equipo y claramente estaban pasados de copas. Supe que estaban diciendo groserías porque la señora que iba a mi lado se paró furiosa a decirles que tuvieran cuidado con lo que estaban diciendo, que en el tren había niños, refiriéndose a mi hija que estaba a mi lado sin inmutarse con lo que estaba pasado. Me enteré después que la gota que rebosó la copa fue un chiste con alto contenido sexual que tengo que confesar que no entendí. El acento de Yorkshire todavía se me escapa. La señora los denunció ante las autoridades y las autoridades le hicieron caso. El tren se demoró treinta minutos mientras bajaron a los señores e hicieron preguntas. Nadie dijo ni una palabra en el resto del recorrido.

Hace una semana pasó algo similar pero con consecuencias diferentes. También había un grupo de personas borrachas en el tren. En este caso las personas llevaron su entusiasmo etílico más allá que los del primer tren. Hubo desnudez, concurso de eructos y cosas que no puedo describir sin tener que poner un aviso de "exclusivo para mayores de 18". La gran diferencia con el grupo de la semana anterior es que eran mujeres y que, tal vez por eso, nadie las denunció. Incluso, el conductor les preguntaba maliciosamente cómo iban las chicas necias del tren cuando pasaba en frente de ellas y ellas a su vez le pegaban nalgadas con las botellas de cerveza. Él se reía, ellas se reían aún más y los demás suspirábamos de la desesperación. El tren no tuvo demoras pero el viaje fue eterno.

Estos ejemplos muestran que no es que mi amiga no haya entendido bien el problema de género, sino que la igualdad de género es una noción que no nos hemos acabado de inventar. Si el que se hubiera quitado los pantalones fuera un hombre y no una mujer, el tren habría parado en seco sin importar dónde estuviéramos. Si en vez de haber sido una mujer pegándole unas nalgadas a un conductor hombre, se hubiera tratado de un hombre pegándole unas nalgadas a una conductora mujer, la cosa habría llegado al periódico. Tal vez a la primera plana. Pareciera como si estuviéramos muy bien entrenados para identificar las agresiones sexuales de hombres a las mujeres hasta el punto de confundir la patanería y la descortesía con violencia sexual y dejamos pasar las agresiones de género femeninas más evidentes. Claramente esto no significa que las agresiones sexuales de los hombres no sean gravísimas, si no que las de las mujeres también lo son. Sobre todo, significa que la igualdad debe pasar porque se le exija respeto a todo el mundo y que midamos las agresiones con la misma vara.

Es posible que en un par de generaciones las mujeres evolucionen en criaturas que pueden empujar coches con una mano, cargar maletas con la otra y dar compota con la tercera, pero por el momento, hay que concentrase en entender con claridad los diferentes escenarios para aprender de esta situación y tal vez lograr una convivencia más amable. Por un lado, hay dejar claro que las agresiones de género, y en particular las agresiones sexuales, son ofensivas tanto en hombres como en mujeres, que en Colombia, en el norte de Inglaterra o en cualquier lugar del mundo y que hay que denunciarlas en ambos casos. Sin embargo, también hay que entender que dejar de ayudar a alguien que está encartado con un bebé, una maleta o una guitarra, no es un asunto de género, sino más bien uno de cortesía y que confundir la descortesía con la igualdad de género es una canallada que enaltece la patanería y simplifica el debate. Al fin y al cabo, ¿usted, lectora mujer, no ayudaría a un hombre que está encartado con un bebé en un coche, una pañalera y un café hirviendo tratando de subir unas escaleras?

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PD: Sé que había dicho que iba a escribir sobre la educación como marcador de clase, pero la entrada está todavía en construcción. Tal vez será la de la próxima semana. O de la que le sigue. 

En Twitter: @CristinaVelezV

viernes, octubre 26, 2012

La cabeza del ratón vista desde la cola del león


Los rankings siempre son antipáticos. Los primeros lugares se los pelean los mismos de siempre y los de atrás están luchando por subir algunos peldaños, a sabiendas de que nunca van a llegar arriba. 

Sin embargo, los rankings son los termómetro que miden desde la competitividad de un país, como el Doing Business del Banco Mundial cuya versión de 2013 acaba de ser publicada, hasta el prestigio de las universidades, como el QS University World Rankings y algo dicen. Por una parte, es sus versiones detalladas, le pueden decir a una organización qué puede hacer para parecerse más a los primeros. Por otra, debido a que los criterios de medición son consistentes con el tiempo, dejan ver qué tanto ha cambiado una cosa frente a sí misma y frente a los demás en el tiempo.

Esto no implica que no se deba criticar el termómetro con el que se miden las cosas. Por mi parte, creo que hay que cuestionar cualquier instrumento de medición en el que los primeros siempre son los mismos. De hecho, soy de las que cree que hay que cuestionar todo por principio (gracias, Mamá) y por supuesto, el ranking QS no está exento de ese escudriño. Una crítica a este indicador puede seguir la línea de este artículo de Howard Hotson en el London Review of Books, en el que defiende a capa y espada la institucionalidad académica británica sobre la americana haciendo un análisis estadístico básico. Sin embargo, la batalla que Hotson está luchando es entre los primeros y los segundos y excluye a todos los demás. Otra es la crítica que se puede hacer desde la mitad de ranking y por supuesto, otra aún desde el final. 

Tengo que confesar con mucha vergüenza que siento algo de orgullo cada vez que veo que mi alma mater sube puestos en el QS. De hecho, hace uno días me pillé a mí misma corrigiendo a un directivo de la universidad que hoy me alberga--una universidad pequeña de provincia que a pesar de ser inglesa está en el final del ranking--aclarándole que la Universidad de los Andes estaba por encima de una universidad mexicana de la que estaban hablando e incluso de la misma universidad en la que la conversación estaba teniendo lugar. Después de que se me pasó la pena, ese episodio me llevó a pensar en qué es lo que realmente significan estos indicadores para las universidades que están en la cola. Concluí que, como lo indica la naturaleza de comparativa de cualquier ranking, se trata de algo absolutamente relativo. Por un lado, en un decoroso puesto 335 en 2012 escalando unos 180 peldaños, los Andes se perfiló como la sexta mejor universidad de América Latina y la primera de Colombia. Por otro, la Universidad de Hull, ubicada en algún lugar entre las 501 y las 550 y en un proceso de descenso vertiginoso, ha sido una especie de desgracia local: una organización que vive en la sombra de quienes alguna vez se pasearon por sus corredores como Anthony Giddens y Philip Larkin, pero que hoy solo refleja la decadencia de la ciudad en la que está y la inminencia de lo que es más que obvio: a pesar de contar con una rectora baronesa, Hull no está, ni estará jamás, en las ligas de Oxbridge. 

Sin embargo, el punto es el mismo para la cabeza del ratón y la cola del león: ninguno de los dos será llegará nunca a ocupar un puesto en la melena y eso no necesariamente es malo. Tampoco es bueno. Simplemente nos indica que en la medida en que los indicadores se hagan para premiar lo que hacen tan bien quienes ocupan los primeros puestos, las universidades en la cola podrán luchar para escalar posiciones, a sabiendas de que el tope natural, tanto de Hull como de los Andes, debe de estar alrededor del puesto 150 en el mejor de los casos. Ni la una ni la otra pueden competir con los detalles de fina coquetería de las primeras universidades del mundo como las bibliotecas interminables, el salón aquel en el que Newton dio clase, o números de dos dígitos de ganadores de premios Nóbel en la nómina. Sin embargo, sí pueden diferenciarse en otros aspectos y llegar a definir, en sus propios términos, cuáles son los temas en los que van a ser líderes mundiales. Así, algún día podrán llegar a ocupar los primeros puestos de otros rankings; de rankings elaborados con las reglas que ellas mismas crearon.
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Aprovechando esta inspiración meta-académica (¡qué palabrota!), en la próxima entrada voy a escribir sobre la educación como marcador de clase. 
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Posdata: Después de haber publicado la entrada anterior y de haber recibido una llamada transatlántica de mi abuela para felicitarme y todo, me di cuenta de que hubiera sido mucho más acertado traducir idleness como ociosidad y no como holgazanería. Les pido mil disculpas.

El viejo arte de la vida cotidiana


Desde la fundación en 1993 de la revista The Idler, que se traduce en algo así como El holgazán, Tom Hodgkinson ha invitado a sus lectores a trabajar menos, a gozar más, a tomar mucho vino y por qué no, a aprender a tocar el ukulele. 

Para lograrlo hay que renunciar a muchos de los supuestos placeres de la vida moderna, que son, según él, los que hacen que la relación entre individuo y corporación se perpetúe, amarrándonos a trabajos que detestamos y llevándonos a llenar nuestros vacíos con cosas que no necesitamos y que no podemos pagar. Hodgkinson nos invita a vivir vidas más sencillas en las que recuperemos el viejo arte de la vida cotidiana y el placer de las tareas domésticas. 

Fuera de los consejos prácticos, que están escritos más para provocar y hacer reír que para ser tomados en serio--por ejemplo, dice que los niños adoran a una mamá tomada--Hodgkinson parece tener mucha razón. Somos capaces de comprar aparatos que no necesitamos, que supuestamente nos van a hacer la vida más fácil, pero no sabemos remendar un par de medias, hacer nuestro propio pan o siquiera arreglar el artilugio que acabamos de comprar cuando se dañe. La moraleja del manifiesto del holgazán es que la tranquilidad, y por ende, los espacios para vagar, no vienen empacados en un contenedor que salió del puerto de Shanghái, sino en las decisiones que tomemos sobre cómo llevar nuestras vidas. 

Lo más atractivo de la propuesta de Hodgkinson es que invita a una forma de hipismo sin los discursos psicodélicos y abraza-árboles que suelen darle erisipela a quienes, como yo, nos creemos racionales y científicos. La idea es que recuperemos nuestra casa y nuestras vidas, trabajemos menos y vivamos la vida que realmente queremos y no la que nos venden en los comerciales de televisión. Obviamente, esto supone que dejemos de querer tantas cosas, que cortemos por la mitad la tarjeta de crédito y que, en cuanto a la educación de los hijos se trata, vayamos más al bosque que al centro comercial. La lógica que está detrás de esta propuesta es muy básica: entre más sencilla sea nuestra vida y menos plata gastemos, menos plata vamos a tener que hacer, y por ende, menos vamos a tener que trabajar. Hodgkinson no nos hace invitaciones a que cambiemos nuestras vidas por culpa, por misticismo, o por cosas profundas que muevan esas fibras que los escépticos no tenemos. 

Claro, para renunciar a nuestros trabajos de tiempo completo, fundar una revista y un movimiento pro holganazería, hay que dejar de comprar juguetes de plástico, empezar a entretener a nuestros hijos con piedras y hojas de papel y aprender a arreglar las cosas.  En esencia, hay que recuperar la vida doméstica para poder vivir vidas más tranquilas. Tal vez la semilla de un cambio real en la economía global: en un estilo de vida que permite tomar más trago, dormir más y ser más felices trabajando menos. 

jueves, octubre 25, 2012

La frase

"I wonder if you remember the story Mummy read us the evening Sebastian first got drunk--I mean the bad evening. Father Brown said something like 'I caught him . . . with an unseen hook and an invisible line which is long enough to let him wander to the ends of the world and still to bring him back with a twitch upon the thread.'"
- Cordelia Flyte, Brideshead Revisited

martes, octubre 02, 2012

Sobre la alienación y esas cosas

Acabo de salir un rato a tomar el sol para aprovechar un poco . Me encontré con el profesor venezolano que está haciendo su sabático acá. Tiene un color de piel bonito que esconde los años. No sabría si tiene setenta o cincuenta. No me acordaba de su nombre así que lo salude con el muy cordial "Profesor". Me sonrío y me armó conversación. Me preguntó en qué trabajaba y yo le pregunté en qué trabajaba. Me contó que estaba escribiendo un libro sobre una experiencia de educación experimental desde una perspectiva sistémica. Después me contó que el sol activaba un receptor clave para el sistema inmunológico y que me recomendaba que tratara de tomar sol cada vez que pudiera para que no me enfermara en el invierno. Después me dijo que sentía que la universidad había cambiado muchísimo. Que él había estado en Hull hacía veinte años y que claramente la tecnología y el mercado habían logrado que pasara de ser una universidad pequeña pero muy amigable a un lugar algo alienante e impersonal. Que unos baños tan limpios y una cafetería tan grande y estandarizada no parecían ser muy amigables con la construcción de conocimiento y de una comunidad académica real. Yo miré la taza desechable de capuchino de Starbucks que tenía en la mano sintiéndome culpable. Él también la miró y sonrío, diciéndome "¿Ves?" con su gesto. Después me dijo que educar a los niños en este mundo era un reto enorme y que teníamos que protegerlos de la alienación. Le dije que siempre tenía eso presente en la educación de mi hija y omití decirle que ese proceso me preocupaba más en mí que en Amelia. Él me dijo que para nosotros (incluyéndome en ese nosotros) ese proceso era menos grave porque teníamos un pie en un lado y otro en otro. Yo no le conté que todos mis levantes de adolescencia estuvieron mediados por ICQ.

Anoche estaba pensando precisamente que en Inglaterra había aprendido a través del ejemplo de Laura M y de Ángela y Jon a llevar una vida más austera y consciente y por ende, más consecuente con como me gustaría que fuera el mundo, pero esta mañana miré cada una de las fotos del desfile de Yves Saint Laurent y quise locamente tener unos vestido de esos para ponerme algún día. No sé si son sentimientos incompatibles, o si son claramente una expresión de ese proceso de alienación del mercado y la tecnología de los que hablaba el profesor venezolano. Pero después también pensé que me gusta el mercado y me gusta la tecnología como conceptos abstractos y como manifestaciones reales. Que el mercado permite que las personas actúen y existan libremente y se regulen sin que depender de un intermediario que limite su libertad y que también me permite comprar un vestido de YSL si algún día tengo la plata. Y que la tecnología permite que yo lea artículos académicos escritos en todas partes del mundo, incluso algunos encontrados de forma poco ortodoxa en páginas web escritas en cirílico, y que Amelia juegue a las muñecas con mi mamá a través de Skype mientras yo cocino mote de ñame en el norte de Inglaterra para invitar a ese profesor venezolano, con su familia, a comer a la casa.

No sé dónde estén mis pies en este proceso de alienación inevitable, pero esperaría buscar un terreno firme para poder tenerlos en los dos costados de los que habló el profesor venezolano y ayudar a Ame a que los ponga donde ella quiera, consciente de las consecuencias de su escogencia.

viernes, septiembre 28, 2012

Está haciendo un día soleado


Está haciendo un día soleado y no va a llover. Aprovecho y me pongo la pinta para salir. Llego a la universidad caminando como tumbao, porque claro, estoy echando pinta, y apenas me siento en el escritorio me doy cuenta de que tengo yema de huevo en el vestido y crema de dientes para niños en la bota izquierda. Suspiro. Pienso en Amelia que ya se las de de la que habla inglés y me acuerdo de cuando me dijo que no me preocupara por las manchas en su disfraz de sirena que no se ha quitado en un mes, que dijeramos que eran simples detalles. Me limpio con babas, agua de mi botella y una servilleta. La servilleta se deshace con el agua y la mancha del vestido queda peor. La mancha de la bota quita, pero tengo que urgar un poco. Me acuerdo de cuando me entrevistaron para un blog de moda. Mentí en la entrevista porque claramente no tenía muchas cosas interesantes que decir sobre el tema. Sin pudor, dije que ya no usaba vestidos de "difícil mantenimiento" ni zapatos de tacón porque cuando uno tiene hijos, no sabe cuando le van a untar helado de fresa o va a tener que cargar a un chino consentido por cuadras y cuadras. Nunca he usado tacones y casi siempre uso jeans. Pero claro, como hoy efectivamente tengo puestos un vestido de mandar a la lavandería y las botas italianas que alguna vez le robé a mi mamá, el destino tenía que saldar sus cuentas. Escribo esta bobada en vez de trabajar en el paper que tengo que presentar en un mes. Me doy cuenta de que estoy ensayando una forma verbal que nunca uso y que tal vez debería ensayar otras. Pienso que puedo usarla en mi paper, pero no sé si les parezca adecuado en Administrative Science Quarterly, el journal en el que quiero publicar algo algún día. Me muero de la risa y me vuelvo a acordar de Amelia, que ya casi cumple cuatro años y de Alejandro, que a pesar de viajar casi todas las semanas está aterrado de venir a Inglaterra porque cree que se va a perder haciendo la conexión en Madrid o en su defecto, llegando al "Left Lugagge" de Paddington Station, donde quedamos de encontrarnos el 3 de octubre a las once de la mañana.

lunes, septiembre 17, 2012

Lo que más nos gusta

Cuando fuimos a Mompox con el señor marido y mis padres, le preguntamos a un niño que pasaba por ahí por su lugar favorito de todo el pueblo. Emocionado, nos llevó donde estaba instalado el circo y nos mostró la jaula del león. El circo era, por supuesto, uno de esos circos pobres y tristes que deambulan de pueblo en pueblo y el león era realmente una leona, sin melena. Estaba flaca, cansada y con lo que parecía ser sarna. El niño se fue feliz de habernos mostrado lo mejor que había en todo Mompox.

Amelia ha tenido reacciones parecidas acá. Lo que más le gustó de todo Robin Hood Bay fue el helado con pepitas de colores, de Whitby el paquete de papas que encontramos enterrado en la arena mientras hacíamos un castillo muertas del frío en la playa y de York, el carrusel.

Los adultos vamos perdiendo el sentido de lo verdaderamente grandioso con el tiempo. Necesitamos ruinas, historias y caminatas contemplativas con mirada de oh-qué-interesante por los pasillos de un museo para escoger cuidadosamente, y sin irnos a equivocar, qué es lo que más nos gustó. No nos atrevemos a confesar que lo que siempre preferimos es la cerveza del final, cuando ya estamos en la casa.


Las ruinas de la abadía de Whitby, construida entre el siglo XI y XIII por los monjes Benedictinos y abandonada a su suerte en el siglo XV debido a la falta de interés de los peregrinos en ir hasta allá, y por ende, a la quiebra.

martes, septiembre 11, 2012

Una licencia astrológica

Esto me dijo Mavé esta semana, y todo parece recobrar su sentido inicial:

    Capricornio
    23 de diciembre al 21 de enero
Estaba encerrado en rutinas que no lo dejaban avanzar como Dios manda, corriendo el riesgo mortal de   estancarse. Es el momento de empezar nuevos proyectos para terminarlos en diciembre. La tranquilidad que se deriva de no saltar matones, como dice el lenguaje popular, le permitirá darle rienda suelta a su sibaritismo que se opone a contar centavos. Tiene derecho a hacer los viajes aplazados y a renovar su clóset de izquierda a derecha. Velas rojas, muchas velas rojas. 

Tomado de: http://www.elespectador.com/tarot#capricornio

sábado, septiembre 01, 2012

Gente que hace que todo funcione

En un día en el que todo puede pasar mal, las cosas terminan funcionando gracias a gente maravillosa que se cruza por mi camino. Vamos a un restaurante costoso (pero maravilloso) y por alguna razón el mesero nos regala un postre solo porque le preguntamos si era bueno ("It's on me, girls!"). Me monto al tren, no me bajo donde toca, me voy para otro lado y el señor del tren no me dice nada cuando ve que el tiquete no corresponde con el viaje ("It's okey, love. I won't say anything. The ticket to the airport will only cost you 3 quids at the next station"). Trato de llegar al hotel del aeropuerto, donde me voy a quedar esta noche con mi mamá y Ame que llegan en un par de horas después de un viaje trasatlántico y no logro llegar a pesar de que veo el letrero luminoso. Me separan unos muros y una autopista enorme. Me monto en un taxi, el señor se burla de mi un rato y yo también y me lleva por un cuarto de la tarifa de salida del aeropuerto. ("I wouldn't want you to be climbing walls like a crazyperson. Just give me five and go have a rest. It's not everyday I get to drive a Colombian a couple of blocks".)

martes, agosto 28, 2012

Primer reporte desde Hull: ciudades que no son de postal

Quedarse dentro de los límites de lo que es aceptable para los turistas es lo más cómodo, por supuesto, pero sobre todo es lo más agradable. Los pastos cortados, la gente feliz y las cosas evidentemente interesantes, como los cuadros que hemos visto miles de veces en textos escolares y en propagandas de champú. Sin embargo, hay lugares con su propia belleza y sus muchísimos problemas que suponen un reto para sus visitantes. Kingston upon Hull es uno de esos. Los indicadores de desarrollo de la ciudad son los peores de todo el Reino Unido, incluyendo las ciudades más apartadas de Escocia y de Irlanda del Norte. El embarazo adolescente es un problema real y el desempleo juvenil es equiparable al de Bogotá. Las tasas de alcoholismo y drogadicción son muy altas, aunque los lugareños dicen que se debe a que los mejores centros de rehabilitación del país están en la ciudad. En el índice de competitividad de las ciudades del Reino Unido, Hull ocupa el último puesto: 43 entre 43.

Las razones, por supuesto, son históricas. La economía de Hull estaba basada en la industria pesada, que comenzó a caer estrepitosamente en las últimas décadas del siglo XX en la medida en que las fábricas salieron de Europa occidental hacia lugares donde la fuerza laboral pedía menos prestaciones y las materias primas eran más baratas. La universidad, sin embargo, es bastante buena y está ranqueada muy bien entre sus pares en el Reino Unido. Por eso, alrededor del campus están los barrios elegantes, que siguen siendo bastante humildes para estándares europeos, con sus jardines cuidados y las aceras desyerbadas. Hacia el centro de la ciudad la cosa se va poniendo complicada. Uno sabe eso porque los últimos remansos del verano son flores de diente de león que ya miden 50 centímetros y las latas de cerveza sin recoger. La arquitectura por supuesto no se benefició de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.

En todo caso, y a pesar de todo, la ciudad tiene su encanto. El río es grande y profundo. Está lleno de barcos. Hay algunas edificaciones del puerto viejo preciosas. Los edificios de los puertos viejos, altos, delgados, puntiagudos y con esos labrados sencillos (al fin y al cabo, eran bodegas, no había que excederse en el rococo) siempre me han encantado y aquí quedan un par en pie. La universidad es maravillosa. Los jardines ingleses en esta época del año, cuando se está acabando el verano y están a punto de marchitarse son preciosos. Ya dejaron de cortarlos y cuidarlos y se ven abejorros aprovechando las últimas flores y un desorden exquisito. La gente es amable. Particularmente amable. E interesante. Los hulleños tienen una larga tradición revolucionaria que data del siglo XIII que contaré en otro post. Además hay algo en el aire que me ha hecho trabajar con una eficiencia que me tiene hasta extrañada. Espero que ese algo en el aire dure hasta diciembre. Y sí, aunque la ciudad no es de postal, tiene sus ángulos, como Bogotá. Sobre todo, será mi casa estos meses y seguramente la aprenderé a querer, como uno quiere a la Carrera Séptima toda rota, trancada y pintorreteada.

Por el momento, descubrí que el lugar que más me hace sentir en casa en esta ciudad es la sala de cine. Las salas de cine y los productos que ofrecen, desde las películas hasta la confitería, son iguales en todo el mundo. Así, no hay nada más reconfortante que una balacera de dos horas y unas palomitas para los viajeros que comenzamos a extrañar nuestra casa.

miércoles, agosto 15, 2012

¿Intelectuales nazis?

(Aviso: este post está largo y aburrido)

Escribir sobre el nazismo es enredado y difícil y por eso hay que comenzar siempre con una aclaración: los revisionistas me parecen de lo más cafre que ha producido la academia mundial y creo que todo lo que sucedió alrededor del nazismo, desde el desdén generalizado de la ciudadanía frente a lo que estaba sucediendo, hasta las atrocidades cometidas en los campos de concentración, está en el top 3 de eventos vergonzosos de la historia de la humanidad. Pero también creo que cuando uno quiere explicar las cosas, es necesario dar cuenta del contexto y de la época y tratar de saber qué estaba pensando la gente cuando sucedieran las cosas, con la claridad absoluta de que explicar no es justificar.

Ahora sí: Reichel-Dolmatoff fue nazi. Eso dijo Oyuela-Caycedo en el congreso de americanistas que se celebró en Viena hace un par de meses. Dijo también que no solo había simpatizado con el nacionalsocialismo sino que también había participado directamente de una masacre. Incluso, dice que hay indicios de que él mismo le disparó a un hombre mayor, según una posible transcripción de su diario en una publicación llamada La revolución alemana. Después dice que se desapareció unos años y volvió a aparecer en Francia como miembro de la resistencia antihitleriana, movimiento que auspicio su venida a Colombia como un perseguido del nazismo. La historia completa no la sabremos nunca: si efectivamente se trata de una posible historia de redención, como lo sugiere Camilo Jiménez en su artículo de Arcadia, o si Reichel-Dolmatoff se disfrazó de antihitleriano para poder salir de Europa limpio. Yo por lo menos sé que me gustaría creer la primera tesis, convencida de que los científicos, por su formación, tienen una profunda capacidad de autoreflexión y de transformación, aunque también sé que difícilmente hay suficiente información para confirmar una tesis o la otra. Es muy posible que Reichel-Dolmatoff ni siquiera le hubiera contado la historia completa a su esposa, ni a sus hijos. También es muy posible que las piezas encontrados por Oyuela-Caycedo armen un rompecabezas diferentes al que él armó. O tal vez sí. Al fin y al cabo Reichel-Dolmatoff era joven, blanco y cristiano en Austria en los 30 y así mucha gente no sepa de historia, por lo menos casi todos hemos visto La Novicia Rebelde y sabemos qué estaba pasando por allá en esos años. No sé.

Lo que sí sé es que esta noticia ha causado un gran revuelo en la academia colombiana y que es un buen momento para pensar sobre los orígenes de la antropología en Colombia y sobre sus fundamentos, comenzando por la reflexión más evidente: la antropología en general tiene orígenes oscuros. La antropología, como lo recordó @pcastano en Twitter ayer, es una ciencia que comenzó sirviendo los intereses colonialistas de las naciones europeas bajo la premisa básica de que para conquistar, había que conocer. Y así también surgió la arqueología, el siguiente paso después de la conquista, motivada por el interés de llevar bellas evidencias del territorio conquistado para exhibir en las metrópolis. Además, la guerra y los saltos en la ciencia siempre han estado íntimamente relacionados, y no solo en las ciencias duras. No más la expedición de Richard Evan Shultes al Amazonas colombiano fue financiada por el gobierno estadounidense con el propósito de buscar fuentes de caucho sostenibles, material esencial para los equipos de guerra. Hay gente que ha escrito con seriedad sobre estos temas, pero solo quería dar una idea.

Así, en el fondo no sería tan raro que el trabajo de Reichel-Dolmatoff estuviera inspirado en el nazismo, o en su posterior antinazismo, quien sabe. Mircea Eliade, también antropólogo y padre de algunos de los conceptos clave de la antropología moderna, como la idea de arquetipo, fue un nazi puro y duro. Lo que sí es absoluto es que es evidente que la exploración de los pueblos indígenas en Colombia tenía que comenzar por ahí, por un europeo interesado en esos temas por X o Y razón, porque los colombianos no lo iban a hacer (para entender eso, los invito a echarse una repasadita de la historia del siglo XIX colombiana). Las revelaciones de Oyuela-Caycedo sobre Reichel Dolmatoff son una invitación a hacer esta reflexión con seriedad.

Pero en esta polémica también hay otra historia. La de un investigador que decide sacar sus denuncias cuando el otro ya está muerto y no puede defenderse*. Ahí también hay otro ejercicio de sociología del conocimiento que alguien debería emprender. Otra vez, no sé cuál sería la conclusión de tal trabajo. Tal vez, si me permiten la referencia obligada a Eliade, otro intelectual cuestionado, estamos en una discusión metida en el mito del eterno retorno.

*NOTA: Hay que aclarar que Oyuela-Caycedo no hubiera podido hacer esas denuncias cuando Reichel-Dolmatoff estaba vivo porque según la nota, las pesquisas son recientes y Reichel se murió en 1994.


Fuentes para consultar sobre esta polémica:

http://www.revistaarcadia.com/impresa/polemica/articulo/el-pasado-nazi-reichel-dolmatoff/29258
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/08/120814_colombia_antropologia_nazi_reichel_dolmatoff_aw.shtml

miércoles, agosto 08, 2012

Esto escribió Christopher Hitchens sobre Larkin y sobre Hull

"It is inescapable that we should wonder how and why poetry manages to transmute the dross of existence into magic or gold, and the contrast in Larkin’s case is a specially acute one. Having quit Belfast, he removed himself forever to Hull, a rugged coastal city facing toward Scandinavia that, even if it was once represented in Parliament by Andrew Marvell, in point of warmth and amenity runs Belfast a pretty close second. Here he brooded biliously and even spitefully on his lack of privacy, the success of his happier friends Amis and Conquest, the decline of standards at the university he served, the general bloodiness of pub lunches and academ­ic sherry parties, the frumpy manipulativeness of women­folk, and the petrifying imminence of death. (Might one say that Hull was other people?) He may have taken a sidelong swipe at the daffodils, but he did evolve his own sour strain and syncopation of Words­worth’s “still, sad music of humanity.” And without that synthesis of gloom and angst, we could never have had his “Aubade,” a waking meditation on extinction that unstrenuously contrives a tense, brilliant counter­poise between the stoic philosophies of Lucretius and David Hume, and his own frank terror of oblivion."

Lo publicó en The Atlantic (¿dónde más?) en mayo de 2011. Las bastardillas son mías. Aquí el link completo: http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2011/05/philip-larkin-the-impossible-man/8439/?single_page=true

Mi herbario

La primera vez que quise aprenderme el nombre de las matas fue cuando chiquita. Debía tener unos 9 o 10 años. Mi tío, un agrónomo filósofo, me ayudó a hacer un herbario para comenzar la tarea. Inicialmente comenzó como un proyecto para el colegio, pero se volvió mucho más ambicioso después. Por lo menos la idea era ambiciosa. Recogimos hojas de los caminos de Guasca y de las matas que había en la finca. Puse las hojas a secar en un libro muy grande con hojas de papel de seda y tomé apuntes sobre cada planta en un cuaderno bonito que iba a ser el herbario. Tengo un vago recuerdo de que se trataba de un libro especial, con hojas protectoras entre cada cartulina gruesa y tapas de madera, pero tendría que confirmarlo con alguien porque también tengo la sospecha de que me lo inventé. En todo caso, era un libro bonito y me parecía maravilloso. La edad que tenía en ese momento la calculo porque me acuerdo que marqué las hojas con letra pegada perfecta y eso solo era posible antes de entrar a bachillerato, momento en el que los gringos le daban a uno permiso de echar por la borda los años y años de planillas de penmanship que hizo durante la primaria y lo dejan escribir como uno quiera.

En esos días, mi abuela Mady me había mostrado un herbario que ella había hecho cuando chiquita. También me mostró unas planillas de colores perfectas que había hecho cuando estudiaba para ser delineante de arquitectura, una de esas carreras permitidas para las señoritas de la sociedad bogotana, que era compatible con casarse y tener hijos. A mí me parecía que uno tenía que tener en la vida un herbario y unos pantones hechos por uno. Unos que pudiera mostrarle a mis nietos algún día, o a un novio si me conseguía uno. Sin embargo, tenía clarísimo, o por lo menos eso recuerdo, que la posibilidad de ir a buscar hojas era mucho más divertida con mi tío, el agrónomo filósofo, que con mi abuela. Para empezar, mi abuela se sabía los nombres de las matas del jardín--y efectivamente tenía un jardín precioso--pero no tenía cara de saberse las del monte, aunque ahora que lo pienso tal vez sí. Mi tío, en cambio, se sabía todos los nombres de las matas del monte y las que no, se las inventaba sin ningún pudor. Para terminar, mi abuela siempre fue un poco seria y el tío agrónomo filósofo era simpático y tenía excelentes historias.

No sé al fin qué pasó con el herbario. Sé que entregué la tarea porque yo siempre entrego la tarea. También sé que me aprendí muchos nombres de muchas plantas. Pero el gran proyecto, el de hacer un herbario con todas las matas del valle de Guasca, nunca lo acabamos. Seguramente todavía hay hojas secándose en algún libro de alguna biblioteca de mi familia que alguien algún día va a descubrir. Una excusa sería que mi tío y mi tía se separaron, pero eso fue muchos años después. Una década más tarde, de hecho. Pero la verdadera explicación es que aprenderme el nombre de todas las matas es una ambición infantil equivalente a llegar a la luna en un cohete de cartón.

miércoles, mayo 23, 2012

Mañana son mis exámenes comprehensivos

El otro día le preguntaron a Falcao, un hombre muy religioso y devoto, si le rezaba a Dios cuando iba a cobrar un penalti. Después de mirar al periodista con cara de perplejidad le dijo que claro que no lo hacía, que Dios estaba tanto con él como con el portero del otro equipo. Que más bien le pedía fuerza para entrenar y ser disciplinado. No es que me vaya a unir a la iglesia de Falcao o que vaya a dejar atrás muchos años de ateísmo vehemente, pero me pareció una reflexión muy bonita.

En términos de no creyentes, podríamos poner el caso de la suerte. En español le desean a uno buena suerte cuando tiene que pasar un reto, como si la suerte fuera lo que va a determinar el resultado. En francés, en cambio, le desean a uno bon courage. Para mis exámenes mañana necesito más "courage", que suerte. Ya estudié todo lo que pude y ya entendí que no son para tanto. Que todo el mundo pasa los comprehensivos en algún punto y que hacer de un examen el centro de la vida es para bobos sin inteligencia de contexto. Así que fui valiente (tuve courage) e hice lo que pude: estudiar mucho. Mañana y el viernes necesitaré un poco más de valentía y muchísima claridad. Pero la suerte está echada y desde hace rato estoy en el plano del "courage".

jueves, mayo 10, 2012

Frases que me ponen nerviosa

En un artículo de Ouchi y Wilkins, publicado en 1985 en el Annual Review of Sociology dicen lo siguiente sobre el debate entre los métodos cualitativos y los cuantitativos en el estudio de la cultura organizacional: "Although rarely written in journal articles, it is often said by those who are statistically inclined that organizational culture has become the refuge of the untrained and the incompetent, who will degrade this new field if they are not rooted out" (p. 478).
¡Plop!
Aunque no estoy en el campo de la cultura organizacional, bajo esa idea yo sería desyerbada bien rápido y eso que sé hacer regresiones con cierta gracia, incluyendo las multinivel...

lunes, marzo 05, 2012

Como si fuera primero de enero, mañana, 7 de marzo de 2012, comienzo dieta, empiezo a madrugar de verdad, vuelvo a correr, montaré más bicicleta, empiezo a reforzar la estudiada para los comprensivos con juicio, escribiré otras cosas como ejercicio por una hora al día y me pondré seria en serio. Ah, y dejaré de tomar trago temporalmente, café y coca cola light. Lo puse por escrito. Lo voy a cumplir.

lunes, febrero 20, 2012

Cómo funciona lo de la bicicleta

Aquí va una historia sencilla:
Yo empecé a andar en bici en Bogotá hace muchos años. La primera época me duró poco y fue a principios de siglo. Mi mamá montaba también e íbamos a hacer vueltas en bicicleta y a pasear y éramos felices. Como todavía era estudiante, siempre estaba vestida de tenis y jeans y por lo tanto la pinta no era un problema. Iba en una bici de montaña verde con amarillo que me habían regalado de quince.
Después de salir de la universidad no volví a montar en bicicleta nunca. A pesar de que durante un año viví muy cerca del trabajo prefería caminar o coger taxi cuando llovía. Después, me fui a trabajar al centro. Ahí sí que era absolutamente imposible usar la bicicleta. Los horarios se pusieron demasiado pesados (nunca salía antes de las ocho de la noche) y la pinta más exigente (había que vestirse como gente grande). Ahí comencé a irme en bus, en taxi o en el mejor de los casos, compartiendo carro con algún compañero de trabajo. Mi bici verde con amarillo estuvo acumulando polvo durante un buen tiempo.
La vida dio más vueltas y hace dos años terminé de regreso en la universidad con cinco años de estudio por delante. Un día vi que había una caravana de bicicletas que salía del norte e iba a mi universidad. Salía a las 6 de la mañana. Saqué la bicicleta, la limpié, la arreglé y compré un casco nuevo. Llegué a la cita a las 6:01 y ya no había nadie. Como ya estaba vestida, lista y con la bicicleta en orden, decidí seguir mi camino. Llegué a la universidad empapada en sudor, casi no encuentro el camino cuando se acabó la ciclorruta de la 13 y mi pelo estaba más desastroso de lo normal. Sin embargo, estaba absolutamente feliz. Seguí haciéndolo a menudo. Cada vez llegaba menos sudorosa y comencé a coger cancha. Incluso comencé a cargar impermeable en el morral para los aguaceros. Algunos ciclistas serios me dieron tips y rutas y la bici se volvió un hábito. Un hábito muy feliz.
Un año después de estar yéndome a la universidad en bicicleta, dos señores me asustaron en la 13 con 25, ya llegando a la ciclorruta de la 24. Creo que estaban tratando de robarme la bici. O tal vez solo querían asustarme. No pasó nada pero pasé tan mal rato que ese día tomé la decisión de no volver al centro en bicicleta hasta que arreglaran bien la conexión entre la ciclorruta de la 13 y la de la 24 y la situación de seguridad se mejorara un poco, consiente de que en esta ciudad eso significa nunca.
Afortunadamente esa restricción no me impide hacer el resto de mis vueltas en bici. Cualquier cosa entre la calle 34 y la 170 y los cerros y la autopista a la que vaya sola, voy en bici. Ya puedo montar en tacones, aunque nunca con los de chicanear realmente, porque los pedales quedan marcados en la suela de cuero. Lo sé porque así dañé unas baletas de charol rojo de una marca italiana cara y elegante.
Mi plan favorito en bici es ir peluquería. Me encanta salir con el pelo perfecto y las uñas recién pintadas montando en bici y con el casco colgado del manubrio para que no se me dañe el blower. Sé que esto último no es lo más inteligente del mundo, pero me hace profundamente feliz. Una pequeña contradicción que me da la sensación--falsa, yo sé, pero qué importa--de ser toda una transgresora: una mona pelilisa (temporalmente) y uñiarreglada andando a toda velocidad por la carrera 11 en una bicicleta de montaña verde con amarillo, guerrera y bastante masculina.

domingo, febrero 12, 2012

Un intento de obituario, que es más una entrada de un (querido) diario

Llamé a mi tío A a contarle que el señor colombiano al que le dieron la nacionalidad belga el mismo día que a C, Tomás Uribe Mosquera, se había muerto. Me contestó un "Ah..." bastante condescendiente, como si estuviera loca, preguntándose por qué lo llamaba un domingo a las 9 de la noche a decirle eso. La verdad, y no pude explicarle, es que me dio mucha tristeza cuando me enteré de su muerte. Aparentemente, le dio un cáncer de esos espantosos que se lo llevó bastante rápido. Yo no tenía la suficiente confianza como para haberlo visitado ni la suficiente cercanía como para haberme enterado de su enfermedad antes. Sin embargo, es una de esas muertes que duelen un poco porque era una persona a la que admiré muchísimo.
La primera vez que lo vi en mi vida fue en una sesión solemne en una corte en Bruselas en la que lo estaban entrevistando para ver si le otorgaban la nacionalidad belga y mi tía política estaba en el mismo proceso. Ese día solo se nos presentó, dijo que también era colombiano y le deseó suerte a mi tía. En ese momento tenía 18 años y no tenía ni idea ni quien era ese señor y si que menos que mi camino de historiadora iba a tomar un viraje tan drástico que iba a terminar conociendo a este matemático experto en comercio exterior en algún momento de mi vida.
Unos años después, cuando comencé a trabajar en temas de comercio exterior por cuestiones del destino, Tomás Uribe le pidió a mi jefe, que también había sido jefe de él (con la diferencia de que yo era solo la asistente y tenía 23 años y él había sido el jefe negociador del Ministerio de Comercio cuando mi jefa había sido Ministra) que le diera una carta de recomendación para su aplicación como director de la Fulbright en Colombia y nos sentamos un par de horas a redactarla juntos. El puesto no le salió y unos años más tarde me lo encontré otra vez, en un puesto nuevo tanto él como yo, en el que yo estaba en el equipo que estaba defendiendo el TLC con Estados Unidos y él en el que estaba más o menos en contra. Para ser más específicos, yo trabajaba en el equipo de Agenda Interna del Departamento Nacional de Planeación y él era asesor del Partido Liberal en estos asuntos. El Partido Liberal había preparado un cuestionario de 50 preguntas sobre los temas más candentes del TLC que nos había tomado un mes responder trabajando día y noche. Y lo grave del cuestionario es que no era la típica crítica desinformada que preguntaba si el TLC le iba a permitir a los gringos patentar la riqueza étnica del país y esos mitos urbanos sin fundamento y para los cuales ya había una respuesta prefabricada, sino que atacaba realmente los puntos débiles del tratado. Tocaba las fibras sensibles.
Era evidente que el cuestionario no lo había preparado un político cualquiera y que tenía manos "técnicas" involucradas. Cuando llegamos a la reunión con los liberales a presentarles las respuestas y vi a Tomás sentado al lado de Cecilia López, fue más que evidente de donde había salido todo, de las manos más técnicas de todas. Me dio mucha felicidad verlo esa vez. Me dio felicidad porque me había puesto a pensar y porque estaba tratando de hacer lo mejor que le puede pasar a un país democrático: oposición sólida e informada. Al finalizar la reunión, él se acercó a mí y me preguntó que si ya no trabajaba más con Marta Lucía (la jefe inicial) y que si estaba en el DNP. Eso nunca pasa y me sorprendió gratamente. Normalmente, la gente "mayor" e importante, se acuerda de uno por el puesto y el contexto y no sería capaz de reconocerlo en otra parte. Él lo hizo y lo hizo de una forma amable. Recuerdo que durante la presidencia de Uribe, se presentaba siempre como Tomás Uribe, el bueno, no sin antes sonreír con la sonrisa más pícara que le permitía su caballerosidad casi decimonónica.
No sé porque Tomás Uribe nunca fue ministro, pero está claro que estuvo detrás de la formulación de la política comercial de este país como hacedor y como crítico, dependiendo del momento. Sus opiniones fueron siempre relevantes y acertadas porque como buen estudioso, lo que decía siempre tenía fundamentos teóricos y asideros prácticos, como deben ser las posiciones de cualquier tecnócrata serio.
Durante los últimos 8 años nos encontramos muchas veces más en lugares diversos. En reuniones de colombo-belgas, en conferencias sobre comercio y competitividad, en reuniones del sector-público privado, etc. Además, no me perdía ni una de sus columnas en Portafolio. En las reuniones sociales, siempre estaba con su mujer, una rubia muy bonita y tan elegante como él, a la que nunca conocí. En las reuniones de trabajo, siempre estaba vestido como un lord inglés, aunque casi que sobraría el como del simil. Tomás Uribe era un lord inglés, sin lo inglés, en todos los ámbitos de su vida. Por eso, a pesar de que nunca lo conocí bien, cuando mi amiga L me contó que Tomás se había muerto el viernes me dieron unas ganas inexplicables de llorar y como mi tío A no me paró bolas, me tocó escribir este post para explicar porque la gente tiene que saber quién fue Tomás Uribe, el bueno, porque lo admiraba tanto y sobre todo, para darle sentido a mi tristeza.

viernes, febrero 10, 2012

En medio

He estado leyendo mucha literatura de esas que están en la frontera de mi campo. En cristiano eso significa que son textos de autores que no le comen cuento a los otros y están tratando de decir cosas nuevas en vez de reafirmar lo mismo que dijo el otro o criticar desde el mismo marco lo que dijo aquel. El problema es que uno no sabe muy bien si esos que están en la frontera son iluminados o locos. Tampoco sé muy bien dónde está parada mi profesora, la que me ha presentado a Max Neef, a Beer y a esos personajes y quien probablemente será mi asesora. Su marido, un escocés genial, usa chanclas sin medias en Bogotá y no come carne. Ella no se peina y usa ropa orgánica. En mi cabeza obtusa esos son signos de alerta. Está muy bien tener un par de amigos jipis, pero no necesariamente dejar que guíen tu trabajo. Menos cuando se trata de tu tesis de doctorado.
Sin embargo, estos manes locos hablando desde la frontera parecen tener más respuestas para todo lo que no entiendo que los que me están hablando desde la frialdad (que ya se por fin se volvió un territorio cómodo para mí) de los modelitos inspirados en la microeconomía.
Esta angustia existencial académica se ha reflejado en otros aspectos de mi vida. Yo, que suelo ser muy buena observadora y no se me pasa ni un trébol de cuatro hojas en un pastizal o cualquier mata bonita en un balcón, no he visto sino palomas espichadas, ratas pasando por ahí, medias nonas abandonada que ya parecen parte del pavimento y cosas por el estilo. Trato de ver las cosas bonitas porque casi siempre tengo una monita de un metro al lado y quisiera que ella estuviera viendo como está floreciendo el sietecueros del vecino y no las manchas de orines en los postes.
Estoy pensando con mucho cuidado si doy el salto a la frontera. O si opto por una posición ambivalente como las que siempre termino asumiendo por cobarde, una pata en cada lado a pesar de que yo quede en el medio sin decidir a cuál le doy la espalda.
Trataré de ver muchas flores pequeñitas este fin de semana. De esas que uno ve acostado en el pasto cuando éste no está recién cortado pero le falta todavía un par de semanas más para que le figure guadañadora. Tal vez ahí encuentre algún tipo de respuesta.

miércoles, febrero 01, 2012

Coincidencias premonitorias: chismes de primera, segunda y tercera mano

Oír que alguien cuente un chisme que tu conoces de primera mano. No más me ha pasado un par de veces en la vida pero han sido momentos extraños. Se sienten como si hubiera una falla en el sistema. Al fin y al cabo, es una coincidencia extraordinaria y las coincidencias extraordinarias tienen el aire de ser premonitorias, así nunca lo sean.
La primera vez fue en una buseta escolar, regresando de clase de equitación. Las niñas del curso de arriba, que por alguna razón siempre me detestaron, iban en la silla de atrás mío hablando de una mujer tan mala, tan mala que primero le había quitado el papá a una niña, y después al otro. Una de ellas dijo que la mamá había dicho que esa señora era una puta. La señora en cuestión era mi tía más adorada (con perdón de mi otra tía que tal vez lea este blog, que es la segunda más adorada). Efectivamente, después de haber salido de un matrimonio asqueroso con un tipo malvado de quien todavía nos burlamos en la familia (más de 25 años después) y de haber salido durante años con un idiota detrás de otro idiota, estaba enamorada y a punto de casarse con un nuevo personaje. Y claro, lo único que los dos tenían en común es que tenían hijas de la misma edad que estudiaban en el mismo colegio. Y valga aclarar, me lo pide mi subconsciente moralista, ninguno de los dos estaba casado cuando ella empezó a salir con ellos y ella tampoco.
Ese día lloré con rabia. Yo siempre he llorado de la rabia más fácilmente que de la tristeza. No le conté a nadie hasta después de mucho tiempo. Fue a mi mamá. A mi tía no le he contado y no le contaré jamás. A pesar de que no tenía más de 10 años, sabía que lo que ellas estaban haciendo estaba mal y que seguramente estaban repitiendo las estupideces que decían sus mamás gordas y desocupadas en sus casas, mientras le daban órdenes a tres empleadas de cómo hacer las cosas. En esa época no había cogido auge el fenómeno de las cuchibarbies y las mamás que se quedaban en casa solían ser amargadas y feas. O por lo menos así las recuerdo. Las niñas chismosas de la silla de atrás crecieron para convertirse en exactamente lo que uno podría imaginarse en ese momento. O lo que yo me imagino en este momento que me hubiera imaginado en ese momento. Efectivamente hoy en día son fotocopias más flacas de lo que eran sus mamás. Tal vez esa era la premonición. Que esas niñas que estaban repitiendo lo que decían sus mamás, no tenían más remedio que convertirse en ellas.
Desde ese entonces, me ha pasado lo mismo varias veces. Ayer me volvió a pasar. Una vez como conocedora del chisme y otra como propagadora. Las dos en una misma comida de compañeras del colegio. La primera vez tuve la posibilidad de corregir el chisme. Una compañera, de esas a las que no se les mueve un pelo, no les sobra un gramo y que la cartera les combina con todo, estaba contando cómo su jefe, que era un metrosexual por excelencia (pero adorado, aclaró) lo había dejado la mujer por el entrenador del gimnasio. Obviamente, la historia incluía detalles específicos de como la víctima se peinaba, se vestía, qué comía y cómo había vuelto a su mujer una obsesa del ejercicio y las dietas como él. Tanto así que sus hijos de 6 y 8 años no comían dulce y tomaban jugos verdes como el que yo tomo ahora algunas mañanas cuando me acuerdo. Yo lo único que añadí, entre dientes, fue una precisión para hacerle justicia a la verdad. Que la esposa no se había ido con el entrenador sino con el masajista. Y que el masajista ni siquiera estaba bueno. Qué así de desesperada tenía que estar. Lo peor es que si tuviera que escoger lados en esa historia, debería estar con el esposo, que es al que conozco bien. Ambos están bien hoy en día. Ella yo no está con el masajista y los dos siguen corriendo y alimentándose de comida asquerosa sin sal ni dulce.
Acto seguido, otra amiga comenzó a contar la historia de como la chica del video de Luly Bossa con aquel man era tía de otro de nuestros compañeros del colegio. Yo abrí mi bocota para decir que Luly Bossa era una mamacita deliciosa, y sí, tenía muchas ganas de escandalizar un poquito a mis compañeritas, cuando me paró P y me dijo que Luly era su tía. Yo no pude hacer nada diferente sino reírme. D confesó que había ido a comprar el video y que le habían vendido el video equivocado. Eso sí escandalizó al público y generó más risas. Luly resultó siendo efectivamente la tía de P. La tía, tía, nada de grados extraños de consanguinidad, pero P no parece tener la fogosidad de su tía. O por lo menos no me han contado el chisme.

jueves, enero 26, 2012

El otro papelito que voy a botar...

El año pasado corrí un montón de carreras. Creo que ocho. Una de 5 kilómetros, una de 8 kilómetros, 4 de 10 kilómetros y una de 21 kilómetros.
Nunca fui veloz, pero las terminé todas. Solo caminé en la Media Maratón, en la de Unicef y en la de la Pradera. Las últimas dos fueron al final del año cuando ya había acumulado mucho cansancio.
Escribí los tiempos que me hice en post its que pegué por ahí y que voy a botar a a la caneca. Ahora que los reviso, no fueron nada buenos. Más bien fueron malos.

Este año espero mejorar los de las carreras de 10K así sea un par de minutos.

Tiempos de 10K en 2011:
1. 10K Los Lagartos; 1:05
2. 10 K de Nike: 1:10:37
3. 10 K de Unicef: 1:12:39
4. 10 K La Pradera: 1:15 algo

No más diálogos de sordos: una receta

En algún momento, un jefe que tuve fue invitado a una mesa redonda de expertos sobre cualquier tema en la Universidad de Stanford. No me acuerdo muy bien qué fue lo que lo ayudé a preparar para esa conferencia (mi trabajo consistía en gran parte en preparar conferencias y presentaciones para otros) pero me acuerdo perfectamente de las reglas de juego que mandaron los organizadores. Me acuerdo precisamente porque me encantaron y me parecieron brillantes. Las conferencias, charlas y foros que organizan en Colombia siempre me han parecido conversaciones de sordos y estos tipos parecen tener la clave para que se conviertan en diálogos interesantes.
Guardé el papel durante años y hoy, que amanecí con afán de organización decidí botarlo. No sin antes traducirlo y copiarlo en el blog para que lo use alguien que organice foros y quiera que éstos sirvan para que surjan nuevas ideas y no para afianzar reiteraciones de posiciones inamovibles. Ojalá.

Premisa básica:
La idea de una mesa redonda es hacer una lluvia de ideas, una evaluación y un refinamiento de ideas que se crean, se evalúan y se empujan. Por eso, debe ser en tiempo real y transdisciplinaria.

La mesa redonda debe comenzar por una pregunta que motive la discusión. Debe ser sugestiva pero medianamente aterrizada.

Para la generación de ideas y la lluvia de ideas, se deben tener en cuenta estos principios:
1. Evitar los juicios: Absténgase de juzgar las ideas que se están compartiendo-todas las ideas son bienvenidas sin importar que tan locas o crudas puedan parecer inicialmente.
2. Siga moviéndose: Evite la repetición y las discusiones circulares.
3. Piense por fuera del status quo: Motive y promueva las ideas conflictivas o diferentes.
4. Registre todo: Tome notas detalladas para hacer resúmenes de la discusión y vincular ideas.

Para la evaluación y el refinamiento de ideas, se deben tener en cuenta estos principios:
1. Sea constructivo: Haga buenas preguntas y asegúrese de que su evaluación de las ideas de los demás sea positiva.
2. Lleve las ideas de los demás a tuta (Piggy-back): Promueva que las partes desarrollen las ideas de los demás. Permita que cada idea lleve a nuevas ideas y construya sobre la creatividad de los demás.
3. Sea incluyente: Evalue las ideas de los demás desde la perspectiva de actores y grupos de interés diferentes al que usted representa.
4. Respete a los demás: Cada persona es valorada por su propia experiencia.

Hay dos principios adicionales que se deben cumplir en estas mesas redondas:
1. El organizador debe hacer la tarea de recopilar las ideas y reportarlas en un documento que se reparta entre los participantes.
2. Cuando las reuniones se hagan a puerta cerrada, hay una especie de principio de confidencialidad acotado. Es decir, los participantes pueden utilizar las ideas que surgieron del evento como quieran, pero no pueden decir de quién fueron. Es decir, no pueden revelar la identidad o las afiliaciones de quien propuso una idea determinada.

Eso es.
Para ver si aprendemos a hacer buenos foros en Colombia.