miércoles, agosto 19, 2009

Refrescante: el papá de los blogs

http://krugman.blogs.nytimes.com/
Según mi hermano P., que ha visto a Krugman en varias conferencias, es mucho mejor leerlo que oirlo. Yo no pude llegar a la conferencia que dio esta mañana en el Tequendama--a pesar de tener escarapela, invitación y ganas--así que no podría confirmar su afirmación, pero puedo asegurar que es uno de los mejores blogs que he leído (aquí lo tacharía como tacha él) y pondría al lado: el mejor.  Al lado del de Gladwell.
Gente inteligente con sentido del humor. Refrescante.

lunes, agosto 17, 2009

De obviedades

Creo que me gustaba más mi blog cuando era relativamente anónimo y podía ser una versión un poco más sofisticada de “mi querido diario”, si eso fuera posible. Escribir sobre temas serios me jodió.

Ahora, cuando la vara está puesta un poco más alta, y se espera que escriba cosas relativamente interesantes, no tengo nada que decir. Mi vida está copada minuto a minuto por una y otra obligación y no he tenido tiempo de respirar. Tengo contabilizado el tiempo que puedo perder. A duras penas he escrito un par de ideas en un libreta roja que cargo en la cartera. La libreta es más bonita que útil: roja, marca moleskine que me trajo A. de un viaje de trabajo.

Para seguir añadiendo a la lista de quejas, las iniciales-que pretendían mantener el anonimato de las personas sobre las que escribía tienen poco sentido. A. es A. y la nueva A., pues la nueva A. De ahí en adelante todos tienen nombre y apellido. Y hasta contexto. Horrible.

A., el primero, está viendo una de esas películas gringas en las que dicen fuck, fucking y todas las posibles conjugaciones de to fuck por lo menos diez veces por minuto. El protagonista es el novio de Juno, de Juno, pero eso no salva la peli de las obviedades. Todo indica que al final el nerd se come a la mona. La nueva A. se durmió hace poco después de haber estado absolutamente insoportable todo el día. Desde las seis de la mañana. Parece que son los dientes. Y yo, estoy tratando de trabajar—lunes festivo por la noche—porque estoy atrasadísima en todas las cosas que tengo que hacer. En medio de mi cansancio delirioso lo único que se me ocurre es que voy a terminar como una de esas mamás de película gringa en la que sale un psicólogo como Dr. Phil que parecen las reinas del suburbio pero toman vodka en vez de agua embotellada y se roban la ritalina de sus hijos.

Por ahora, voy a tomarme otro café a ver que pasa. Mañana será otro día, a la expectativa de que hoy acabe temprano.

jueves, julio 02, 2009

...y así se ve el mundo en Guainía según J, el jefe (3)

"... y nos quedamos sin noche romántica, eso sí, la Cruz del Sur seguía colgada vertical en el horizonte, ni una gota de ron o aguardiente o mambe o lo que fuera porque todo lo hubiera valido, en cambio una medioaguapanela sin queso la cual casi toda me la bebí yo, con una carpa en el corredor en lugar pero no en el lugar de la Maloca orientada en el sentido de la Vía Láctea, con un sánduche de atún y mayonesa Fruco (acaso era Comapán) cuando esperábamos el caldo de pescado, espesado con yuca y ají en polvo más picante que cualquier chile mexicano que haya probado, un colchón solitario en forma de camello que me levantó a la madrugada suplantando el testimonio de los vaivenes de encuentros fortuitos de una hamaca con toldillo que se guindaba como lo pudiese haber hecho Richard Evans Schultes, unos indios que esperaban a que nos fuéramos para volver a su cotidianidad y unas indias que se embadurnaban de bloqueador solar tres o cuatro veces al día -yo, por factura de los años, me sumaba a ese ritual de la mañana (patético), y en la popa de nuestro Calypso, yo entre mangueras y bidones de combustible me elevaba como Remedios, la Bella, hasta donde no llegan ni los más altos pájaros de la memoria.

Pero allí estábamos tratando de apropiarnos de un mundo que nunca nos pertenecerá por mas competitividad que se le meta."

miércoles, julio 01, 2009

Así se ve el mundo en Guainía (2)

Hace unas semanas estuve en Puerto Inirida en tal vez la empresa más absurda que he emprendido en mi vida: la instalación de la Comisión Regional de Competitividad de Guainía, la última que faltaba para completar todos los departamentos.  32 monas en el álbum.

Le dedicamos mucho tiempo a planear una presentación que fuera relevante para la situación del departamento. Sabíamos que hablar de un documento Conpes de Competitividad, de sectores de clase mundial e incluso de formalización, no tenía ningún sentido. Decidimos hablar del desarrollo empresarial responsable, de la importancia de aprovechar las condiciones particulares del departamento, de proteger el ambiente y ofrecerles nuestro apoyo incondicional para elaborar planes de negocio atractivos para inversionistas. Con proyecciones, p y g y todo el cuento. Hasta estudios de mercado.  La presentación, por supuesto, la hicimos en Power Point.

Como los vuelos a Puerto Inírida salen cada tres días, tuvimos que viajar el domingo a primera hora para poder ir a la instalación el martes. Además, le habíamos dedicado mucho tiempo a pensar en cómo participan los indígenas de esta historia y sentíamos que habíamos hecho un buen trabajo. 

Sin embargo, en los días antes de la instalación, en los que tuvimos la oportunidad de navegar por los ríos de la estrella fluvial de Humboldt, visitar los caseríos ribereños, pasar la frontera con Venezuela, quedarnos en El Remanso con una comunidad puinave y conocer los cerros de Mavecure, nos fuimos dando cuenta de lo equivocada que era la ilusión de pertinencia de nuestra presentación.

Primer alerta: Llegamos a Puerto Indírida y nos estaba esperando una chalupa en el puerto sobre el río. El puerto, que fue el primer tropiezo con la realidad, tenía espacio para que atracaran dos embarcaciones. Las embarcaciones, que podían ser voladoras o chalupas, dependiendo del tamaño del motor, eran cascaron de lancha con un techo hechizo y dos motores. Las más bonitas, que usaban los indígenas (90% de la población, segunda alerta), eran de grandes troncos de ceiba talladas.

Nuestro guía, era el dueño del hotel, secretario de la próxima a instalarse Comisión, amigo del gobernador, visionario del turismo en el departamento y el ingeniero más prestante de Inírida. Todo a la vez (tercera alerta). Como era de esperarse era de Bogotá, blanco, y había llegado al Guainía un poco por descarte y un poco por seguir los pasos soñadores de sus padres que se habían instalada allí hace mucho tiempo. En la tienda de su hotel, vendían chocolates americanos, cervezas, gaseosas y revistas de actualidad (con dos meses de atraso, pero Cosmopolitan, Soho, Playboy y Maxim’s de todas formas).  En la de enfrente, vendían frutas, hamburguesas y perros. Sin embargo, en la mayoría de las tiendas, a pesar de su vivacidad, se conseguían productos de tercera con etiquetas similares a las de los productos de marca. Yo compré shampoo de manzanilla Jennyjol & Jennyjol y rinse Suedal, hechos en Neiva.

Al final del primer día de nuestro espectacular viaje, que incluyó una parada en Venezuela a tomar cerveza Polar, la original pola, y un chapuzón en el río Atabapo antes de su desembocadura en el río Guaviare, llegamos a El Remanso, sobre el río Inírida. Mi jefe, J., que había trabajado a finales de los 80’s en un programa de saneamiento básico con las comunidades indígenas del Putumayo y Vaupés, tenía una idea romántica de lo que iba a ser nuestra noche con los puinaves. Él estaba soñando con una noche veinteañera en una maloka, condimentada con mambecito, el cigarrillo húmedo que todavía le quedaba en el fondo morral y con las historias del capitán (recuerdos bastante fuera de lugar para un graduado de MBA, ex consultor y experto en competitividad).

Cuando llegamos, la comunidad estaba preparándose para un encuentro evangélico en Puerto Inírida al que iban a asistir todos las comunidades indígenas del Inírida, del Guaviare y del Atabapo. Tenían conectada la planta eléctrica porque unas niñas estaban ensayando la canción, que parecía sacada del CD de la Tigresa del Oriente, que iban a presentar en el encuentro. Todo esto se hacía en la capilla, centro de reunión de la comunidad, que queda justo al lado de la sala de computadores. Doña Gloria, la señora que limpiaba la escuela, no nos quiso vender una piña a pesar de que le rogamos por horas. ¿De qué servían 15,000 pesos si se quedaban sin provisiones para el viaje al encuentro? (quinta alerta)

El segundo día fue absolutamente idílico. Sustuvimos conversaciones de pseudointelectuales blancos con ínfulas de exploradores durante la caminata a la punta del cerro y todo fue exactamente lo que nos estábamos esperando. Vi un par de orquídeas que no conocía, recogí semillas de un sietecueros blanco y de uno amarillo para mi amigo E. y nos bañamos otra vez en el río en una playita que no tenía nada que envidiarle a Aruba.

En el tercer día vivimos la sumatoria de las cinco alertas sentadas en un quiosco a las afueras de la gobernación. Llegamos con nuestra memoria USB a la reunión, con el portátil cargado, listos para preparar la presentación que haría J. Primera sorpresa, no había video beam. Comenzamos a hablar y segunda sorpresa, el único empresario presente era nuestro guía que estaba representando al sector turístico, a la construcción y al comercio, todo en uno. Tercera sorpresa, el Gobernador, un señor absolutamente adorado, estaba totalmente enredado con líos políticos, investigado hasta las orejas y con un apoyo limitado debido a la polarización partidista. Cuarta sorpresa, la reunión duró más de tres horas y las quejas de la comunidad sumaron una lista interminable de agrabios.

El resultado: nuestra presentación interactiva y aparentemente aterrizada a la realidad del departamento quedó guardada en algún archivo cibernético en los servidores del Estado, ya que era la prueba del trabajo que habíamos ido ir a hacer a esas lejanas tierras y, nuestro discurso, “Colombia será un país de ingresos medios altos en el 2032 gracias a la promoción de la competitividad” se hizo añicos ante la realidad de un olvidado departamento del sureste colombiano, donde según afirmó uno de los asistentes a la instalación, “no hay ni contrabando.”

Lo más sorprendente es que todo nos haya sorprendido.

Así se ve el mundo en Guainía (1)

(Fotos del viaje a Guainía. El lugar es tan bonito, que las fotos las tomé con una cámara digital de tercera y así saileron.)


miércoles, junio 17, 2009

La vida contabilizada

Una de mis amigas más cercanas, D, me acusó hace poco de ser una “overachiever” (no encontré ninguna traducción aceptable en español y por eso se fue en inglés). A pesar de que lo dijo con mucho cariño, y de que claramente no era una acusación sino un piropo extraño, no se dio cuenta de la angustia que me generó este comentario. Lo único que me provocó fue salir corriendo a otro país que quedara tan lejos que lo que yo había hecho en la vida y lo que había dejado de hacer no significara nada.  

Contabilicé 1909 cosas relevantes en mi vida: 27 años, 172 centímetros de estatura, 1 amor, 4 años de matrimonio, 1 hija de 9 meses, 1 carrera, 1 maestría, 1 tesis guardada en un cajón con 136 páginas (incluyendo anexos), 1 artículo publicado en 1 libro del que salieron 800 ejemplares (que no leerá nadie), 5 kilos de peso que quisiera perder,  12 sueldos al año, 5 años de experiencia profesional, 15 matas de orquídeas en 1 balcón,  1 blog con 53 entradas y casi 4 años al aire, 20 árboles sembrados, 17 cicatrices que se ven, 5 libros en mi mesa de noche que no he terminado, 2 hermanos, 3 cuñados, 21 primos, 1 puerta roja, 13 pares de zapatos en el closet, más o menos 7 amigos del alma, unos 40 cercanos y 482 contactos en Facebook, sólo 45 en Asmallworld.

De ese total tengo que restar por supuesto el tiempo en que pienso en las cosas que no hice, 732 horas; en el que me arrepiento de las cosas que hice, 67 horas;  los kilómetros que me faltan por recorrer 1,000,000; las luchas que tendré que dar, las canas que me faltan por salir, lo que no ha salido bien y las 10,999 cosas que no se me han ocurrido más las 10 billones que nunca se me ocurrirán, para un saldo evidentemente negativo.

La conclusión de este estúpido listado, que parece un poema de agenda—y de los malos—es que cada vida se mide desde su propia perspectiva. No significa nada. Probablemente, la acusación de D venía más de sus propias angustias  que de la percepción real sobre mi vida. Lo único que tendría que decirle es que dentro de mis cuentas están las miles de veces en las que pensé que tal vez debí hacer las cosas de otra manera y el terror de estar perdiendo el tiempo en cosas que realmente no importan.


jueves, mayo 21, 2009

Encuentros cercanos de tercer tipo con la diversidad

En los últimos días he tenido encuentros cercanos de tercer tipo que han puesto a cuestionarme seriamente sobre el significado de la diversidad. Los tres encuentros me han puesto a pensar en el tema por diferentes ángulos.
El primer encuentro, fue un artículo de William Deresiewicz señalando con alfileres untados de ácido las fallas de la educación de élite. Básicamente, Deresiewicz dice que a pesar de la diversidad de la que se prestan las famosas “Ivy Leagues”, dentro de sus paredes cubiertas de hiedra hay estudiantes de todas partes del mundo, pero cortados con la misma tijera. Él no lo pudo haber dicho mejor: "Treinta y dos sabores, todos vainilla". En su artículo, el autor confesó que se había enfrentado de frente a esta realidad cuándo, a pesar de todos sus estudios (Msc, MPhil, Phd), estuvo toda una mañana tratando de averiguar de qué diablos podía hablar con el plomero que estaba arreglando un tubo roto en la cocina.
Esta situación me acordó de mi vida escolar. Me eduqué en un colegio americano, de élite, en el que la diversidad era uno de los temas de los que se ufanaban sus directivos. Fui al colegio con niños y niñas de la India, de Corea, de Estados Unidos, de Japón, de Egipto, de Israel, etc. Sin embargo, al final, todos éramos hijos de hombres de negocios o, en su defecto, como solía pasar con los que venían de lugares recónditos, de diplomáticos de alto nivel. Todos, a pesar de la diferencia de colorido, hablábamos el mismo idioma y manejábamos los mismos códigos. Tanto, que en ese momento, teníamos sueños bastante parecidos: llegar a una de esas universidades con paredes cubiertas de hiedra o, en su defecto, a una de las tres universidades privadas bogotanas a las que se nos ocurría que podíamos ir.
El segundo encuentro, fue una reunión de representantes de los departamentos del país—a quienes los tecnócratas se refieren como “las regiones”—para hablar sobre competitividad. El evento, en el que sentaron en un mismo recinto a los representantes de las Comisiones Regionales de Competitividad del Guainía, de Antioquia y de Bogotá-Cundimarca bajo el supuesto equivocado de que hablaban el mismo idioma, fue una verdadera Torre de Babel. No había que tener una mirada etnográfica entrenada para darse cuenta del señor con la camisa rosada y la corbata naranja que estuvo evidentemente incómodo todo el día porque no manejaba el discurso, del que sí tenía puesta la corbata italiana pero estuvo aburrido todo el evento porque ya se sabía la lección, de los funcionarios de una entidad conocida por contratar “gomelitos” y de los de la otra que tiene gente que lleva más de 15 años en un puesto, etc.
Tan fue así, que en no menos de cuatro horas, logré copiar en mi cuaderno de apuntes las siguientes frases:
  • La competitividad no es una moda, es un compromiso de todos.” (presentador del evento)
  • “Esto hay que untarlo de sociedad civil.” (dirigente gremial)
  • “Me excusarán por no estar vestido como andino.” (representante de un departamento del Caribe)
  • “Voy a ser rapidita en mi presentación. Pero no creerán que para todo soy así.” (representante de un departamento de la Amazonía)
  • “Eso no estaba en el programa.” (viceministro de la cartera encargada de organizar el evento)
Así mismo, la diversidad era tan atropellante, que el viceministro encargado del evento se trabó por lo menos diez veces tratando de decir la palabra “homogenizar” en su discurso. No sé si fue una traición del subconsciente o la evidencia básica de que precisamente no se trataba de eso.
El tercer encuentro fue gracias a una de las invitaciones más honrosas que me han hecho en mi vida: el homenaje a Jacobo Pérez Escobar en la celebración del Día de la Afrocolombianidad de la Fundación Color de Colombia. El primer golpe de este encuentro fue la evidencia de la persistencia de la discriminación racial en el país. El segundo, fue la oportunidad de oír las palabras de uno de los hombres más maravillosos y con más clase y finura con los que me he encontrado en mi vida, el homenageado Pérez Escobar, quién hizo denuncias graves sobre las amenazas a nuestra constitución y sobre el racismo latente en la sociedad colombiana, con la sutileza que sólo tienen las personas con su inteligencia.
El cuarto, que fue el más grave, fue el desdén de una colega historiadora (blanca, de colegio y universidad de élite, que siempre ha sobresalido por sus aptitudes académicas) por la importancia del evento al que nos habían invitado. Por arrogante, no entendió que estaba pasando ahí. Volviendo a la metáfora de Deresiewicz, en un salón en el que a pesar de la enorme diversidad y explosión de sabores, estábamos hablando el mismo idioma, ella no logró saborear algo diferente que vainilla.
¿Cuáles son las reflexiones finales de estos tres encuentros?
  • La diversidad no se puede “crear”. Si algo o alguien se ufana de su diversidad, es porque sufre del síndrome de "32 sabores, todos vainilla".
  • Hay más diversidad dentro del país, que entre jóvenes con trasfondos similares de países antípodas. Hoy en día, la diversidad tiene un contenido de clase social enorme. Me atrevería a decir que muchas veces los asuntos de clase sobrepasan los raciales.
  • Hay que tener cuidado con la sentencia de Deresiewicz: la capacidad de entender el mundo de una persona, bien sea un académico o un plomero, recae en su habilidad de hablar varios “idiomas” y manejar—o por lo menos reconocer—los diferentes tipos de códigos sociales.
  • Finalmente, que tengo que conseguirme la biografía del Negro Robles escrita por Jacobo Pérez.

martes, marzo 24, 2009

Don Chaid Neme

Hay pocas personas en el mundo que se merecen los títulos que ostentan. Hay pocos verdaderos doctores, profesores, señoras, señores, doñas y dones. Chaid Neme era una de esas pocas personas a las que nunca me hubiera podido referir sin decirle don. Porque era un Don de verdad. Una persona que trabajó incansablemente por el país con la inmensa generosidad de las personas grandes que no tienen que ser modestas porque hasta tienen permiso de recordar todos sus logros.
El último capítulo de mi tesis de maestría--que está guardada en un cajón desde hace cuatro años esperando a que me reconcilie con la historia--está dedicado a don Chaid. A partir de un memorable almuerzo al que me invitó su sobrina-nieta hace años, en los que me echó su cuento--ensayado millones de veces--sobre su llegada a Ocaña, sobre los comienzos de su empresa, sobre los descalabros y sobre los muchos éxitos que cosechó. Su historia era el mapa de su vida y la máxima expresión del sueño que trajo a los inmigrantes libaneses que llegaron al país a principios de siglo.
Lo triste es que lo único con lo que no me había peleado de mi tesis era con las páginas que le había dedicado a don Chaid y no alcancé a escribir nada cuándo estaba vivo.
Le debo a Rhanda ponerme juiciosa y sacar un artículo conmemorativo de su tío. Comenzará así:

La memoria funciona como un mapa del pasado: ambos son abstracciones, selecciones, adaptaciones y representaciones. Mientras un mapa nos permite movernos por un terriotiro, la memoria nos permite movernos por el pasado y por nuestros recuerdos, haciendo saltos impensables entre uno y otro, permitiéndonos adaptar y transformar ese pasado según las inquietudes del presente.
Don Chaid Neme, quien después de setenta años de vivir en Colombia sigue teniendo un pequeño dejo al hablar el español, sobre todo a la hora de pronunciar la "p" y la "v", es la memoria viva y el abuelo de los inmigrantes libaneses en Colombia. Don Chaid, dueño de la empresa más grande de producción e importación de autopartes del país, se ha convertido en una institución de la historia empresarial colombiana. Él se acuerda de todo y lo que no recuerda, simplemente no pasó. Después de haber contado la historia de su llegada al país millones de veces, don Chaid simplemente pone "rewind" y "play", repitiendo incluso los mismos chistes y ademanes: "Yo salí para América el 20 de mayo de 1927, el mismo día que Lindbergh emprendió vuelo para atravesar el Atlántico en avión por primera vez en la historia, él se demoró 33 horas y media, yo me domoré 72 días."
Hacer que don Chaid conteste una pregunta es una proeza titánica: simplememte las despacha con una afirmación irrefutable. Él está contando las cosas importantes que pasaron, las otras, simplemente no vienen al caso. Por ejemplo, al preguntarle sobre su relación con la élite ocañera y sobre los problemas que pudo haber afrontado como inmigrante, él responde: "el 95%, no, el 99% de las personas que viven en América son inmigrantes, yo soy un inmigrante más."
Don Chaid recuerda el maravilloso trato que le dieron los ocañeros al llegar a la ciudad, "cuando llegué a Ocaña, no encontré un pueblo, encontré una familia" y por eso, decidió quedarse.