Yo debería irme a vivir a Suecia en época de elecciones. O a Bélgica, mi alter patria que puede vivir seis meses sin que se defina quién es el primer ministro y no pase nada (hasta que se descarrila un tren y ahí sí se arma Troya).
La política me genera un ambivalencia terrible. Me atrae, pero la detesto. Me gusta, pero me repele. Me da angustia y me da risa. Me parece bonita y me parece un adefesio. Todo al tiempo o por pedazos dependiendo del día.
Estas elecciones, por ejemplo, decidí coleccionar los volantes que me dan en la calle. Bajo el riesgo de que me boten por hacer proselitismo político, tengo el panfleto de José Galat en mi escritorio. Me encanta porque parece sacado de Popular de Lujo y de un manual para señoritas del siglo XIX, como éste. Tengo muchos otros, del Mira, de Mapi Velasco, de Clara Rojas, de Roy Barreras, de un par de goditos y de otros del Polo. Me falta del de Nerú, el de Aura Cristina y me muero por tener uno de Piedad. Los voy a poner en un álbum para la posteridad. Incluso, cargo unos de Isabel Londoño en mi maleta para entregarle a las personas que no saben por quién votar a la Cámara (eso sí es en serio, en verdad me encantan sus propuestas y lo confieso, soy feminista y de las mamonas).
En Twitter estoy siguiendo a algunos candidatos y me han bombardeado por Facebook los candidatos jóvenes.
No me he perdido ni un debate y de hecho, ayudé a construir el fondo de un debate con candidatos a la Cámara sobre regalías en Votebien. Así mismo, he seguido LaSillaVacía religiosamente, y los blogs sobre el tema con aún más fervor. Y por supuesto, ayer estuve pegada a la pantalla de mi computador viendo el debate de los candidatos jóvenes al Congreso.
Ahora sí entrando en materia, este debate alimentó tanto mi angustia electoral, que quería compartir mis impresiones. Advierto desde antes, que como todo en la vida, son tendenciosas y sesgadas. Por eso precisamente son MIS impresiones.
Había cinco candidatos. Dos liberales, Camilo de Guzmán y Simón Gaviria; uno de la U, Jorge Enrique Gómez; una de Cambio Radical, Lina Valenzuela y uno de Movimiento Social Indígena que estaba representando a Fajardo que no me acuerdo cómo se llama.
Por lo general, los candidatos jóvenes gustan porque son sinónimo de pureza e inocencia, como una especie de ninfas impúberes, cuando hay varios candidatos que a unos tiernos 25 años ya han cambiado de partido un par de veces, participado en torcidos, comprado líderes, etc. Sin embargo, éstos parecen ser de los "buenos".
Hubo tres cosas que me llamaron la atención del debate.
Uno, cuatro de los cinco candidatos, es decir, los cuatro de los que me acuerdo el nombre, son de colegios bilingües de élite de Bogotá. Sin que eso sea algo determinante, sí me pareció interesante que todos hayan (hayamos) jugado juntos partidos en la Uncoli. Y no de cualquier miembro de la Uncoli, sino de la crema de la crema de la Uncoli. Vaya diversidad.
Dos, las mujeres estábamos subrepresentadas y no sólo en número sino en calidad. Lina tiene las mejores intenciones, pero no tenía ni idea de lo que estaba haciendo: ¿Incentivos tributarios para las madres cabeza de familia? ¿Qué es eso? Si todas las madres solteras declararan renta, no habría ningún problema social: ellas estarían mandando en el Congreso desde hace rato.
Tres, la preparación se notan. Al margen de la edad (los candidatos oscilaban entre los 27 y los 34), a los que mejor le fue fue a los mejor preparados y no solo por la cancha sino por el tiempo que le dedicaron a armar su discurso. Lo primero que tiene que hacer un candidato es aprenderse un discurso de un minuto explicando porqué la gente tiene que votar por él o ella. Eso lo enseñan en Política 101 y se llama el discurso del ascensor.
Camilo de Guzmán fue el rey en este aspecto. 59 segundos y lo había dicho todo. Claro, contundente y convincente. Simón Gaviria se concentró en lo que ya había logrado. Muy bien, se nota que tiene cancha. El de la U casi se muere de un paro cardiaco de la emoción. No entendí nada porque estaba preocupada porque se iba a caer de la silla. Lina Valenzuela usó solo 15 segundos y dijo poco dejando mucho que desear: "Voy a apoyar a las madres solteras porque necesitan mucho apoyo."
La cereza del helado fue candidato del MSI que en un minuto no solo logró que se me olvidara su nombre para siempre sino que le hizo perder varios votos a Fajardo, comenzando por el mío. "Yo no estoy en un movimiento político ni en un partido, estoy en un proyecto personal en torno al doctor Sergio Fajardo. Él es el que va a recobrar la moral, la ética y la seguridad urbana y la confianza." Dijo además que le había parecido excelente conocer otros jóvenes candidatos y que le habían hecho pensar en que los partidos no eran tan malos después de todo, aunque su proyecto era apoyar a Fajardo.
Quedé en pánico. ¿Cómo así que se trata de un proyecto "personal"? ¿Qué pasa con las instituciones? ¿No han visto lo que pasa con los proyectos en torno a una persona? ¿Será que son los únicos que necesitan cuatro años más para saber que lo que le hace falta a este país son instituciones y partidos sólidos y no un Mesías? No sé si Fajardo sea efectivamente un Uribe de blue jeans pero sus áulicos definitivamente lo ven de esa forma.
La conclusión final es que seguiré buscándole el lado amable a las campañas, seguiré tomando gotas de pasiflora del Dr. Bach para sobrevivir estos meses y que en la política, definitivamente los prefiero mayorcitos, aunque me encantaría volver a ver a Gaviria en la Cámara y ver a de Guzmán estrenándose.
viernes, febrero 19, 2010
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