A y yo estamos casados hace cinco años. Los mismos años que tiene este blog. Hace un par de años, nos lanzamos en la aventura loca de tener un hijo. Lo pensamos muchísimo hasta un día en que dejamos de pensarlo tanto y juash: la pequeña A fue concebida.
Ambos somos profesionales, tenemos maestrías, ingresos estables, familias que nos apoyan, un proyecto de vida compartido, una niñera de miedo y a pesar de que la gente suele considerarnos como “buenos papás” la cruda verdad es que estamos absolutamente engalletados la mitad del tiempo. Las preocupaciones sobre la paternidad/maternidad solo se han complicado con el tiempo. Ya sabemos qué hacer cuando la niña tiene mocos, no hay necesidad de llamar a la pediatra, pero estamos en la etapa en que hay que comenzar a implementar disciplina en serio y los dos nos morimos del susto. Adoptamos el sistema “time out” que bautizamos como “tacho” porque los dos le tenemos fobia al spanglish excesivo, un poco por una postura más snob de los que salpican el español con inglés mal pronunciado (con ese comentario ya no tengo que explicar porque se trata de una postura extra snob.)
Tener un hijo es un camello. Es una maravilla, pero un camello.
Además, parafraseando las sabias palabras de mi mamá, en la vida todo se puede echara para atrás (ella diría: “Se puede voltear un camión lleno de huevos, no me voy a voltear yo que tengo dos”) excepto tener un hijo. Además de que apenas nacen uno entra directamente al mundo de los “papás” sin solución de continuidad y le cambia un chip en el cerebro que se acuerda de los domingos sin hacer nada y de las rumbas hasta que cantaran los pajaritos con nostalgia, lo más absoluto es que niños no se pueden devolver.
Hoy me enteré de unas cifras de salud pública que me dejaron absolutamente aterrada y me pusieron a pensar sobre la maternidad. Provenían de una experta salubristas. Si yo, que tengo la infraestructura supuestamente ideal para tener un bebé y soy considerada “fresca” por la gente a mi alrededor, me complico la vida, ¿qué pasa con las madres solteras de 15 años en la quinta loma de Ciudad Bolívar?
Según Profamilia, en 2008 hubo alrededor de 400,000 abortos ilegales en Colombia, mientras los casos de abortos avalados por la decisión de la corte, no llegaron a 10.
Así mismo, mientras ha habido una disminución importante en la fertilidad de las mujeres colombianas mayores de 18, acercándose a las tasas de los países europeos, la fertilidad de mujeres menores de 18 se ha triplicado en los últimos 15 años. Es decir, si una mujer llega a los 18 sin tener hijos, lo más probable es que cuando los vaya a tener, sea fruto de una decisión responsable y pensada. Si en cambio tienen un hijo antes de esa edad, entran en la peor trampa de pobreza que además afecta de peor manera a las mujeres. (Nota: mi fuente tenía cuatro whiskys encima, pero estoy segura de que los datos son bastante certeros, la desviación etílica no debe ser muy significativa).
En los cuatro años que llevo trabajando en temas de política pública, no he visto ni un Conpes sobre el tema: ¿Dónde hemos fallado? ¿Por qué ayudar a que las mujeres decidan de forma responsable sobre su fertilidad no es una prioridad?
Todavía existe esa angustia de Guerra Fría de que hablar de salud sexual es hablar de implementar métodos anticonceptivos a la fuerza a la población más pobre sin ni siquiera preguntarle o de meterse en un lío religioso de la Madonna.
Sin embargo, le tengo fe al siglo XXI y creo firmemente de que no sólo estamos listos para abordar el tema con seriedad, si no que es la hora de hacerlo. Si una mamá estrato 6 con todos los juguetes a veces se siente desprotegida (especialmente a la hora de balancear trabajo-familia) que pasa con una niña de Sisbén 1?
No se me ocurre ninguna solución en el momento, pero claramente es un problema que hay que atender. Con urgencia.
martes, marzo 23, 2010
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