Yo tuve Legg Perthes en mi cadera izquierda hace 22 años. Mi perfil era el de cualquier libro de ortopedia pediátrica: una niña inquieta, deportista, menor de 8 años con un cojeo raro. Mi papá había tenido una osteocondritis avascular en la rodilla y mi tío había tenido Perthes en ambas caderas. Era un caso rarísimo. Hasta el momento no se habían reportado casos de Perthes en una misma familia. Un doctor a quien detesté publicó un paper documentando el caso y lanzando la idea de que se trataba de una enfermedad hereditaria. La tesis ya está descartada. Lo de mi familia fue solo una mala racha. Lo busqué porque me dio susto de que Amelia fuera a heredarlo.
De haber pasado por dos cirugías difíciles y dolorosas a los 7 años, me quedó un umbral del dolor ridículamente alto. No me duelen las cosas. Me aparecen morados que no me acuerdo cómo me hice. Hace un mes me dio una otitis terrible y me di cuenta cuando la infección estaba avanzadísima solo porque me empezaron a dar mareos. No sentí las contracciones cuando iba a nacer Amelia. Me fracturé el cóndilo una vez y me di cuenta meses después cuando se me desencajó la mandíbula. Cosas así.
También me quedó una capacidad de aguante importante. Nadé, nadé y nadé porque eso era lo único que me iba a permitir recuperar la fuerza de mis piernas para caminar sin cojear. Todavía, cuando nado, siento que lo estoy haciendo por eso. Me senté en la banca muchísimos años con una ilusión infinita hasta que por fin fui titular del equipo de basket de mi colegio. Aunque corría chueco, nunca paré de hacerlo. Corría más rápido que las niñas que caminaban derecho y podían usar tacones. Cuando me gradué, me gané el premio a la mejor deportista de mi curso. Me volví estoica, juiciosa y paciente. Muy paciente.
Mis papás son los protagonistas de esta historia. Ellos fueron los que tomaron las decisiones correctas en el momento correcto. Por ejemplo, prefirieron que me hicieran una cirugía experimental en lugar de enyesarme las piernas dos años. Ellos sabían que inmovilizar a una niña hiperactiva como yo habría sido un desastre. Hoy hay artículos sobre las secuelas psicológicas de esos tipos de tratamientos y la cirugía es el tratamiento estándar. Como secuela, solo me quedó una cicatriz de 25 centímetros--que tiene su encanto--en el muslo izquierdo. Se ve cuando me pongo las espantosas pantalonetas de correr. Tampoco trataron la enfermedad como si fuera un problema. Hacían parecer todo como algo normal. Una casualidad que se iba a superar facilísimo. Ahora que soy mamá sé que les debió costar mucho trabajo hacer que yo creyera eso y se los agradeceré siempre.
Hace unos meses corrí una carrera de 5k y hace unas semanas una de 10k. Mañana voy a correr 18k. Todo esto es porque estoy entrenando para la Media Maratón de Bogotá. Corro chueco, todavía lo hago. Nunca me enderecé del todo. Mi papá ha estado pendiente de los tiempos que me he hecho. Al principio pensé que se trataba de una de esas cortesías paternales ante las locuras de los hijos, pero hoy me di cuenta de que se trataba de mucho más. A mí se me había olvidado lo del Perthes y me parecía más que normal que estuviera corriendo. Al fin y al cabo, eso lo hace mucha gente cuando cumple 30. Hasta Murakami lo hizo. Vendió su bar y se dedicó a escribir y a correr. Yo no tenía un bar, pero decidí dedicarme a estudiar y a correr para poder estudiar sin enloquecerme.
Pero que yo corra no tiene nada de obvio y mis papás lo saben. Lo que no les he dicho es que yo corro porque puedo. Y que puedo gracias a ellos.
sábado, junio 25, 2011
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5 comentarios:
me encantó el post. me gustaría leer y encontrar más cosas así.
Fuerte historia, bonita lección. Yo creo que el amor verdadero lo hace a uno valiente y lo que compartes sobre tu vida es una prueba más para reafirmar mi fe en el amor más bonito que uno tiene en la vida: el de su familia. Que corras contenta y fuerte en la Media Maratón de Bogotá! : }
Esta mamá quedó completamente enternecida y para siempre enamorada de su niña.
Que lindo post Cris!
Me fascina tu blog.
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