Yo no conozco mucha gente que haya escrito libros de ficción. Conozco muchas que han publicado cosas de no ficción, comenzando por mi mamá y por quien está escribiendo. Mi mamá publicó un capítulo en un libro sobre derecho de tierra pensando en las comunidades afro y yo publiqué junto con dos ilustrísimos coautores un libro sobre la historia del Departamento Nacional de Planeación. Nada divertido. Nada creativo. Nada emocionante. Nada personal. Textos que se parecen más a una hoja llena de ecuaciones que a cualquier otra cosa.
Hace poco, mi tía, después de haber leído y editado muchas muchas, muchas, muchas páginas, se lanzó a publicar su primer libro. Lo publicaron en España en una edición tan bonita que dan ganas de servirla tibia con helado de vainilla. Trajo solo algunas copias y las dejó en la librería de su ex esposo que en el último año se ha convertido en mi segundo hogar. Yo compré una de esas pocas copias porque me moría de la emoción de tenerlo. Creo que fue un poco decepcionante para ella que yo, de todas las personas del mundo, hubiera comprado una de las pocas copias y no, por decir algo, algún escritor famoso e ilustre o alguien que supiera de literatura. Sin embargo, nunca me lo va a confesar.
El mismo día en que lo compré me senté a leer algunos de los textos del libro. Como eran ensayos cortos leí algunos en desorden.
Esa noche me soñé que mi tía se moría de una forma muy trágica. La muerte además coincidió con una pelea que habíamos tenido--en el tono más pasivo agresivo en el que he peleado en mi vida--sobre el menú de una noche de un viernes en Guasca. Yo estaba jugando a ser mi mamá, que siempre tiene todo bajo control y prepara comidas para 2 o 26 sin inmutarse, y lo estaba haciendo muy mal. Tan mal que terminé pasando por encima de lo que mi tía había preparado. No volví a leer ni una página ni le conté a mi tía sobre el sueño. El libro sigue en mi mesa de noche justo encima de La montaña mágica, que lleva ahí más de una década sin abrirse.
Anoche terminé la novela de un amigo a quien nunca he visto en mi vida. Una amistad de interacciones en el mundo 2.0. No sé ni siquiera si es un amigo, pero le tengo cariñito.
Me demoré mucho leyendo las primeras 30 páginas. Las leí muchas veces. Y cargué el libro un buen rato en la cartera. Me pareció muy conocida Ana, la protagonista, pero no le vi tanta gracia al principio. Sin embargo, a penas apareció D en la novela la cosa empezó a ponerse maravillosa. Me encarreté con la historia de la vida de la gorda a través de sus pasos y su cama que suena. Con la vida de Ana. Con su permanente sensación de ser inadecuada. Con la voz del narrador que va cambiando. Con la historia. Con Perro. Con la casa. Con las cosas. Con los electrodomésticos con nombre y personalidad. Terminé encantada y fascinada. El alivio fue que al final me terminó encantando la novela (tenía pavor de que no me gustara) y sobre todo, que no me soñé que el escritor se moría. Eso hubiera sido fatal porque hubiera tenido que contarle por Twitter o algo así horrible. Por el contrario, dormí divinamente y soñé con Ana. O con mi amiga que es igual a Ana. No me acuerdo bien.
En todo caso, espero que mi tía siga publicando textos de no ficción y espero que pueda lanzarme a escribir yo algo de no ficción. Ya que tengo treinta años no me debería dar miedo hacerlo.
(La novela en cuestión es Mudanza de Andrés Burgos)
sábado, diciembre 24, 2011
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