Leí hace un ratico este artículo de Antonio García sobre los problemas de la estimulación temprana y no podría estar más de acuerdo con lo que está diciendo. Me precio de que mi hija ve monitos viejos con buena música y sin mensajes educativos de ningún tipo, que le gusta que le lean y que ya casi le gusta leer solita y que tiene un gusto impecable para la literatura infantil. De hecho, la he visto conversar tranquilamente con libreros sobre lo chistoso que son los libros de Roald Dalh, sobre como los cuentos de Tony Ross son buenísimos para los niños, pero que no le gustan a todos los papás y sobre como ya le gustan los libros largos y no solo los corticos. Amelia mezcla princesas rosaditas y príncipes azules con películas de Miyazaki sin solución de continuidad y la pasa bien. Hace poco, gracias al poder y la autonomía que le da el control "intuitivo" del Apple TV a una niña de 5 años, descubrió lo que hoy se catalogarían como programas hipsters--la Pantera Rosa y las Aventuras de la pequeña Lulú--y ahora son sus favoritos. En esencia, estoy de acuerdo con García, pero hay dos cosas que quisiera añadirle a su reflexión.
La primera, que va con un gran mea culpa, es que la risita socarrona que nos sacan los papás que les ponen Mozart con parlantes a los pobres fetos viene acompañada de una suficiencia y una arrogancia enormes. Yo soy una de esas mamás arrogantes y suficientes que ni siquiera entra en las discusiones sobre estimulación temprana con otros papás porque ya "sé" que mi hija está sobrada. Uno está consiente de que hacer eso es totalmente ridículo porque en el fondo "one knows better" y sabe que el chino sabrá quién es Mozart y eventualmente se lo gozará, como también sabrá que John Petrucci es grande también. También sabe que un hijo de uno no necesita monitos bilingües políticamente correctos porque tendrá mucho mejor criterio que eso y que el chino se pasará Dora la Exploradora con los cortos de Kentridge. En fin, que a los niños hay que exponerlos a todo y que raspándose las rodillas, oyendo conversaciones de adultos y aprendiendo a disfrutar pero a ser críticos con Disney van a salir bien. Así es como saldrán igual de snobs a uno.
La segunda es una reflexión más sincera y práctica. Creo profundamente que la mejor forma de educar niños felices que puedan enfrentar este mundo es con sentido del humor. Hay que burlarse de uno, hay que burlarse de los hijos. El domingo por la mañana tuve una discusión sentida con Amelia porque se quejó de que A y yo escogíamos los planes solo pensando en nosotros y no en ella. Rápidamente le contesté que no se confundiera, que si ella no estuviera estaríamos A y yo solos tomando champaña en un spa carísimo que podríamos pagar porque no tendríamos que pagar colegio bilingüe gomelo ni clases de taekwondo. Más tarde, estábamos contándole la historia a mi mamá, como recreando las ocurrencias de Amelia y las mías con la pregunta y la respuesta y Ame fue la que añadió: "acuérdate que me dijiste que era un spa carísimo en el que no se podían llevar niños" y se murió de la risa. Creo que el único defecto real de la aproximación a la educación que critica García es la ausencia absoluta de humor y eso sí es grave. ¿Cómo puede uno hablarle a un feto a través de un aparato de 300 dólares sin morirse de la risa?
Me imagino que unos 15 años Amelia será una víctima de la educación que recibió y podrá quejarse de como su mamá le mamaba gallo y la ponía a leer libros que no estaban de moda, de la misma manera como su vecina será víctima de unos papás que le jalaron a Mozart a través de parlanticos y a Baby Einstein en pantallas full HD. Ya ella lo discutirá con su psicoanalista y yo cumpliré con ayudarla a pagarlo.
martes, julio 29, 2014
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