A. está muy preocupado porque Plutón perdió su planeteidad. Estuvo muy pendiente del debate en la televisión e incluso se puso furioso cuando se dio cuenta que había sido un complot planeado por la academia estadounidense: los gringos llegaron incluso a poner un modelo a escala del sistema solar en el museo de Historia Natural de Nueva York en el que no aparecía Plutón mucho antes de que realizara la votación. Plutón pasó de ser un planeta a un simple cuerpo celeste...que poca cosa. Sin embargo, lo que más le preocupaba a A. sobre el tema era que esas cosas que parecían tan trascendentes y que se discutían con tanta prosopopeya, en el fondo no tenían nada que ver con las personas. ¿A quién realmente le importa que Plutón ya no sea un planeta? Me imagino que las únicas favorecidas son las mamás de los niñitos vagos ya que cuando tengan que hacerle al niñito **** el proyecto de la feria de la ciencia la noche antes cuando se dieron cuenta que el niñito **** no había hecho nada, solo van a tener que hacer ocho planetas en icopor y no nueve. Y los perjudicados…ni idea, pero seguro debe existir una secta extraña en la que veneran al planetica o a alguna deidad asociada con él.
Lo más lindo de todo es que A. está pasando por tal vez uno de los momentos más difíciles de su vida, y es tan maravilloso que todavía tiene sentido del humor para matarme de la risa con sus teorías sobre Plutón y la planeteidad.
domingo, agosto 27, 2006
domingo, agosto 13, 2006
Cogiendo impulso
El viernes renuncié a mi trabajo. Fue una decisión que bailó por mi cabeza durante meses y a pesar de que era la cosa más evidente del mundo, me costó mucho trabajo hacerlo. Finalmente lo hice con todas las de la ley, que incluyó decirle a mi jefe lo atormentada que quedaba con cada uno de sus gritos y lo maltratada que me sentía con su forma de hacer las cosas. Ella me explicó que ella no gritaba, sino que cuando regañaba hablaba demasiado rápido y por eso la gente creía que gritaba y también, que cuando tuvo mi edad, tenía un jefe que la hacía llorar mucho más de lo que ella me había hecho llorar a mí y precisamente por eso, había llegado donde estaba.
Yo de alguna forma extraña la comprendí un poco y por un momento le tuve lástima, lo que me hizo convencerme aún más de que yo no quería llegar a donde ella estaba y de que al fin había tenido los cojones para hacer algo que debí haber hecho hace mucho tiempo.
Ahora estoy en el momento de la post tormenta. Por una parte, tratando de entender porqué me dejé amarrar a un trabajo en el que me maltrataban y me di cuenta del terrible poder que pueden tener las cosas más superficiales. Tengo que confesar que me sentía muy importante cuando los demás se sorprendían por lo que hacían, cuando me preguntaban perplejos como hacía para aguantarme a mi jefe, famoso por ser una mujer imposible, cuando podía sentarme a echarle cuentos a señores de cincuenta sobre como íbamos a cambiar el país y ellos me paraban bolas.
Por otra parte, también me di cuenta lo difícil que es reconocerse como víctima y reconocer que uno está metido en algo de lo que no se puede salir solo, porque por alguna razón extraña, uno siempre termina justificando a su maltratador.
Finalmente, después de todo lo que pasó durante este tiempo, me enfrenté con la más difícil de todas las realidades. No tengo ni idea qué quiero hacer con mi vida. Estuve tan ocupada con zafarme de todos los lazos que me estaban amarrando a un trabajo de tres pesos disfrazado de elegante, que nunca se me ocurrió pensar en qué iba a pasar después.
Estoy sentada frente a un mundo de posibilidades, muerta del susto y absolutamente conciente de que al tercer strike, estoy fuera. Tengo un mes—el que le di de margen a mi jefe para entregar el trabajo—para saber qué diablos voy a hacer y tengo que pensar con muchísimo cuidado para no ir a dar otro paso en falso ni tomar decisiones basadas en argumentos estúpidos como los que acabo de mencionar.
Afortunadamente, nunca me he varado en la vida. Tal vez, lo más varado que he estado es en este momento, aunque creo que es solo porque estoy cogiendo impulso.
Yo de alguna forma extraña la comprendí un poco y por un momento le tuve lástima, lo que me hizo convencerme aún más de que yo no quería llegar a donde ella estaba y de que al fin había tenido los cojones para hacer algo que debí haber hecho hace mucho tiempo.
Ahora estoy en el momento de la post tormenta. Por una parte, tratando de entender porqué me dejé amarrar a un trabajo en el que me maltrataban y me di cuenta del terrible poder que pueden tener las cosas más superficiales. Tengo que confesar que me sentía muy importante cuando los demás se sorprendían por lo que hacían, cuando me preguntaban perplejos como hacía para aguantarme a mi jefe, famoso por ser una mujer imposible, cuando podía sentarme a echarle cuentos a señores de cincuenta sobre como íbamos a cambiar el país y ellos me paraban bolas.
Por otra parte, también me di cuenta lo difícil que es reconocerse como víctima y reconocer que uno está metido en algo de lo que no se puede salir solo, porque por alguna razón extraña, uno siempre termina justificando a su maltratador.
Finalmente, después de todo lo que pasó durante este tiempo, me enfrenté con la más difícil de todas las realidades. No tengo ni idea qué quiero hacer con mi vida. Estuve tan ocupada con zafarme de todos los lazos que me estaban amarrando a un trabajo de tres pesos disfrazado de elegante, que nunca se me ocurrió pensar en qué iba a pasar después.
Estoy sentada frente a un mundo de posibilidades, muerta del susto y absolutamente conciente de que al tercer strike, estoy fuera. Tengo un mes—el que le di de margen a mi jefe para entregar el trabajo—para saber qué diablos voy a hacer y tengo que pensar con muchísimo cuidado para no ir a dar otro paso en falso ni tomar decisiones basadas en argumentos estúpidos como los que acabo de mencionar.
Afortunadamente, nunca me he varado en la vida. Tal vez, lo más varado que he estado es en este momento, aunque creo que es solo porque estoy cogiendo impulso.
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