Hace unas semanas estuve en Puerto Inirida en tal vez la empresa más absurda que he emprendido en mi vida: la instalación de la Comisión Regional de Competitividad de Guainía, la última que faltaba para completar todos los departamentos. 32 monas en el álbum.
Le dedicamos mucho tiempo a planear una presentación que fuera relevante para la situación del departamento. Sabíamos que hablar de un documento Conpes de Competitividad, de sectores de clase mundial e incluso de formalización, no tenía ningún sentido. Decidimos hablar del desarrollo empresarial responsable, de la importancia de aprovechar las condiciones particulares del departamento, de proteger el ambiente y ofrecerles nuestro apoyo incondicional para elaborar planes de negocio atractivos para inversionistas. Con proyecciones, p y g y todo el cuento. Hasta estudios de mercado. La presentación, por supuesto, la hicimos en Power Point.
Como los vuelos a Puerto Inírida salen cada tres días, tuvimos que viajar el domingo a primera hora para poder ir a la instalación el martes. Además, le habíamos dedicado mucho tiempo a pensar en cómo participan los indígenas de esta historia y sentíamos que habíamos hecho un buen trabajo.
Sin embargo, en los días antes de la instalación, en los que tuvimos la oportunidad de navegar por los ríos de la estrella fluvial de Humboldt, visitar los caseríos ribereños, pasar la frontera con Venezuela, quedarnos en El Remanso con una comunidad puinave y conocer los cerros de Mavecure, nos fuimos dando cuenta de lo equivocada que era la ilusión de pertinencia de nuestra presentación.
Primer alerta: Llegamos a Puerto Indírida y nos estaba esperando una chalupa en el puerto sobre el río. El puerto, que fue el primer tropiezo con la realidad, tenía espacio para que atracaran dos embarcaciones. Las embarcaciones, que podían ser voladoras o chalupas, dependiendo del tamaño del motor, eran cascaron de lancha con un techo hechizo y dos motores. Las más bonitas, que usaban los indígenas (90% de la población, segunda alerta), eran de grandes troncos de ceiba talladas.
Nuestro guía, era el dueño del hotel, secretario de la próxima a instalarse Comisión, amigo del gobernador, visionario del turismo en el departamento y el ingeniero más prestante de Inírida. Todo a la vez (tercera alerta). Como era de esperarse era de Bogotá, blanco, y había llegado al Guainía un poco por descarte y un poco por seguir los pasos soñadores de sus padres que se habían instalada allí hace mucho tiempo. En la tienda de su hotel, vendían chocolates americanos, cervezas, gaseosas y revistas de actualidad (con dos meses de atraso, pero Cosmopolitan, Soho, Playboy y Maxim’s de todas formas). En la de enfrente, vendían frutas, hamburguesas y perros. Sin embargo, en la mayoría de las tiendas, a pesar de su vivacidad, se conseguían productos de tercera con etiquetas similares a las de los productos de marca. Yo compré shampoo de manzanilla Jennyjol & Jennyjol y rinse Suedal, hechos en Neiva.
Al final del primer día de nuestro espectacular viaje, que incluyó una parada en Venezuela a tomar cerveza Polar, la original pola, y un chapuzón en el río Atabapo antes de su desembocadura en el río Guaviare, llegamos a El Remanso, sobre el río Inírida. Mi jefe, J., que había trabajado a finales de los 80’s en un programa de saneamiento básico con las comunidades indígenas del Putumayo y Vaupés, tenía una idea romántica de lo que iba a ser nuestra noche con los puinaves. Él estaba soñando con una noche veinteañera en una maloka, condimentada con mambecito, el cigarrillo húmedo que todavía le quedaba en el fondo morral y con las historias del capitán (recuerdos bastante fuera de lugar para un graduado de MBA, ex consultor y experto en competitividad).
Cuando llegamos, la comunidad estaba preparándose para un encuentro evangélico en Puerto Inírida al que iban a asistir todos las comunidades indígenas del Inírida, del Guaviare y del Atabapo. Tenían conectada la planta eléctrica porque unas niñas estaban ensayando la canción, que parecía sacada del CD de la Tigresa del Oriente, que iban a presentar en el encuentro. Todo esto se hacía en la capilla, centro de reunión de la comunidad, que queda justo al lado de la sala de computadores. Doña Gloria, la señora que limpiaba la escuela, no nos quiso vender una piña a pesar de que le rogamos por horas. ¿De qué servían 15,000 pesos si se quedaban sin provisiones para el viaje al encuentro? (quinta alerta)
El segundo día fue absolutamente idílico. Sustuvimos conversaciones de pseudointelectuales blancos con ínfulas de exploradores durante la caminata a la punta del cerro y todo fue exactamente lo que nos estábamos esperando. Vi un par de orquídeas que no conocía, recogí semillas de un sietecueros blanco y de uno amarillo para mi amigo E. y nos bañamos otra vez en el río en una playita que no tenía nada que envidiarle a Aruba.
En el tercer día vivimos la sumatoria de las cinco alertas sentadas en un quiosco a las afueras de la gobernación. Llegamos con nuestra memoria USB a la reunión, con el portátil cargado, listos para preparar la presentación que haría J. Primera sorpresa, no había video beam. Comenzamos a hablar y segunda sorpresa, el único empresario presente era nuestro guía que estaba representando al sector turístico, a la construcción y al comercio, todo en uno. Tercera sorpresa, el Gobernador, un señor absolutamente adorado, estaba totalmente enredado con líos políticos, investigado hasta las orejas y con un apoyo limitado debido a la polarización partidista. Cuarta sorpresa, la reunión duró más de tres horas y las quejas de la comunidad sumaron una lista interminable de agrabios.
El resultado: nuestra presentación interactiva y aparentemente aterrizada a la realidad del departamento quedó guardada en algún archivo cibernético en los servidores del Estado, ya que era la prueba del trabajo que habíamos ido ir a hacer a esas lejanas tierras y, nuestro discurso, “Colombia será un país de ingresos medios altos en el 2032 gracias a la promoción de la competitividad” se hizo añicos ante la realidad de un olvidado departamento del sureste colombiano, donde según afirmó uno de los asistentes a la instalación, “no hay ni contrabando.”
Lo más sorprendente es que todo nos haya sorprendido.
1 comentario:
Como sueles lograr, me despeirtas envidia. No tanto por tu trabajo como por tu mirada. Enhorabuena.
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