Ahora, cuando la vara está puesta un poco más alta, y se espera que escriba cosas relativamente interesantes, no tengo nada que decir. Mi vida está copada minuto a minuto por una y otra obligación y no he tenido tiempo de respirar. Tengo contabilizado el tiempo que puedo perder. A duras penas he escrito un par de ideas en un libreta roja que cargo en la cartera. La libreta es más bonita que útil: roja, marca moleskine que me trajo A. de un viaje de trabajo.
Para seguir añadiendo a la lista de quejas, las iniciales-que pretendían mantener el anonimato de las personas sobre las que escribía tienen poco sentido. A. es A. y la nueva A., pues la nueva A. De ahí en adelante todos tienen nombre y apellido. Y hasta contexto. Horrible.
A., el primero, está viendo una de esas películas gringas en las que dicen fuck, fucking y todas las posibles conjugaciones de to fuck por lo menos diez veces por minuto. El protagonista es el novio de Juno, de Juno, pero eso no salva la peli de las obviedades. Todo indica que al final el nerd se come a la mona. La nueva A. se durmió hace poco después de haber estado absolutamente insoportable todo el día. Desde las seis de la mañana. Parece que son los dientes. Y yo, estoy tratando de trabajar—lunes festivo por la noche—porque estoy atrasadísima en todas las cosas que tengo que hacer. En medio de mi cansancio delirioso lo único que se me ocurre es que voy a terminar como una de esas mamás de película gringa en la que sale un psicólogo como Dr. Phil que parecen las reinas del suburbio pero toman vodka en vez de agua embotellada y se roban la ritalina de sus hijos.
Por ahora, voy a tomarme otro café a ver que pasa. Mañana será otro día, a la expectativa de que hoy acabe temprano.
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