Caso 2: Mi amigo N, médico internista, está casado hace un buen tiempo. Se casó en una ceremonia religiosa oficiado por un monseñor y toda la cosa. Tiene dos hijos y su señora está esperando mellizos. Se están matando. En las últimas semanas el número de emergencias nocturnas que ha tenido que atender ha aumentado exponencialmente. Cada vez son más. Está volviendo a hacer turnos. Las posibilidades de quedarse en la casa se volvió aterradora. Prefiere una madrugada en el Hospital Santafé. Puede que las escapadas médicas nocturnas sean "turnos" o turnos de verdad--quien sabe--pero el hecho de que esté tratando de pasar cada vez menos tiempo es la evidencia de que tampoco están pasando por su mejor momento.
Como estas dos historias tengo muchísimas más en el repertorio. También tengo la versión de sus parejas, pero en esta entrada quisiera concentrarme en lo que están pensando los señores.
J y N tienen en común que están tremendamente aburridos con la vida y se lo achacan a sus esposas. Les parecen cada vez más gordas, fofas, aburridas, repetitivas y sin tema. Mi primer impulso, al oírlos quejarse sin parar, es por supuesto prestarles un espejo. Ellos tampoco están muy atractivos que digamos. También repiten los mismos chistes, hacen los mismos comentarios de siempre y están en proceso de cultivar una barriga espantosa. Viven estresados porque la plata no alcanza, hablan demasiado de trabajo y sobre todo, sienten que la vida está en deuda con ellos. Y francamente, lo único menos sexy que un envidioso es un reparetas.
El punto es el siguiente: debido a que las parejas están esperando cada vez más y más tiempo para tener hijos, a los hombres se les están comenzando a mezclar dos etapas imposibles. La primera, la de cumplir cuarenta y enfrentar el hecho contundente de que uno ya no es joven bajo ningún estándar, y la segunda, la de ser papás de unos niñitos energéticos y a veces insoportables, que hacen que el primer proceso sea aún más difícil. Así, llegan al momento en el que los hombres solían comenzar a repensar sus vida, comprar una moto y dejarse la cola de caballo, en un contexto, en el que hay un bono de un colegio bilingüe que pagar y un chino al que hay que enseñarle a nadar. Y obviamente, las primeras culpables terminan siendo sus esposas simplemente porque son las que están más cerca y porque personifican ese grandísimo dilema. Ellas en realidad no tienen nada que ver con la situación particular del señor, aparte del hecho de que probablemente están pasando por las mismas. Al fin y al cabo, es más fácil echarle la culpa a la señora quien evidentemente ya no tiene el mismo trasero que tenía a los 20, que mirarse el propio ombligo y ver que los únicos culpables de sus infelices vidas son ellos.
El problema de fondo es precisamente la incapacidad masculina de examinar sus vida y reinventarse. Claramente hay mujeres que tampoco pueden hacerlo, pero son bastante menos que los hombres en la misma situación. Oigo más historias de mujeres de 40 están tomando clases de pole dancing, aprendiendo alemán y leyendo (y aplicando) el Kamasutra, que de hombres que estén haciendo algún esfuerzo por sorprender a sus mujeres. Así sea con unas pinches flores o un pequeñísimo cambio de rutina. Incluso, así sea sucumbiendo ante los lugares comunes del mid life crisis.
Sorprendentemente, son precisamente los señores que se quejan amargamente de sus señoras y de sus vidas repetitivas los no se dan cuenta de que sus trucos también se están poniendo viejos y sobre todo, de que esa señora que duerme al lado de ellos cuya cara parece borrarse de tanto verla, es lo mejor que van a conseguir.
Así este es un llamado para algunos señores de 40 (ustedes sabrán quienes son) para que se den cuenta de que ese aburrimiento sale de adentro. Si es necesario, cómprense esa Harley gigante y lobísima y los pantalones de cuero que combinan. Déjense la cola de caballo. Aprendan a cocinar. Tírense por parapente. Salgan del clóset. Hagan algo--no sé qué--pero vuélvanse a pensar. Por su salud mental, por la de sus señoras y por la mía, porque me aburrí de oírlos quejarse.
**F me pregunta que cuando voy a hablar de los de 30 y mi respuesta es fácil: pronto. En esta serie de entradas sobre las etapas de los hombres no va a quedar títere sin cabeza.
*Todos los que conocemos médicos íntimamente sabemos que los "turnos" son la mejor excusa para revolcarse con el novio o la novio o con el otro, para no dormir en la casa, para escaparse, etc.
1 comentario:
Mi percepción es otra. Tal vez es porque los cuarentones que me rodean, en lugar de quejarse, viven tranquilos, chévere, con sus niños pequeñitos y ya sin ganas de andar brincando. Ninguno de ellos es médico, aclaro.
La conclusión a la que llegamos en una conversación sobre el tema es que nuestra generación (la nuestra es la de los nacidos entre 1967 y 1974) abusó de la ley peter pan y no quisimos crecer y "organizarnos" hasta no haber terminado de hacer todos los pendientes que teníamos, como viajar, estudiar, tener el carro o la moto que queríamos y demás. Así, pensamos en tener hijos pasados los 30 -las mujeres- y llegando o en los 40 -los hombres-. Es cierto que probablemente seamos padres menos energéticos para actividades de largo aliento, pero diría yo que también menos ansiosos, menos frustrados.
Me da además la impresión de que mi generación fue la última que se tomó esa libertad. Lo digo porque yo suelo ser la mayor entre las otras madres de niños con la edad del mío con las que interactúo; no sé de todos los papás, pero la mayoría son también menores de 30 o con 30 y poquitos.
Me gustó tu blog. Por aquí seguiré pasando de visita.
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