Hoy salí a hacer el simulacro de la Media Maratón. El entrenador elegantísimo que está pagando Excercise is Medicine para los estudiantes de la Universidad de los Andes nos dijo que era el último fin de semana que quedaba para hacer ese chiste. Que si lo hacíamos después, no alcanzábamos a recuperarnos para la carrera de verdad. Como yo soy una niña juiciosa y sigo instrucciones, salí a hacer la tarea. Y como salí a correr sola y sin música, tuve la oportunidad de hacer dos horas largas de sociología de ciclovía y de observar el funcionamiento de la cultura del piropo bogotana.
1. Hay una forma de saber si uno le está pareciendo buena a los tipos de la ciclovía: el doble chequeo. Siempre que salía a correr con mi amiga Maclu, me daba cuenta que los señores en bicicleta la pasaban y después de pasarla volteaban la cabeza para chequearla por el frente. Los señores son bastante liberales con a quien le aplican el doble chequeo: básicamente a cualquier humano con cromosomas XX. Sin embargo, creo que como normalmente salgo a correr empujando un coche, no había sido objeto de la técnica. Los coches (con niños adentro, valga aclarar) son el principal factor de intimidación para el sexo opuesto. Hoy salí sola y pillé por primera vez en muchos años a varios señores aplicándome el doble chequeo. Los adoré porque me hicieron reír muchísimo por lo predecibles. También porque estuvo bien para el ego, debo confesar.
2. La segunda forma de saber si uno les está pareciendo buena a los tipos de la ciclovía son los piropos. La mayoría de los señores optan por el cobarde doble chequeo silencioso, pero los más elocuentes (y suelen ser señores mayores con bicicletas más sencillas) se despachan en piropos. Hoy me dijeron varios. Eso tiene que ver con que estuve mucho tiempo corriendo e hice un recorrido diverso: de la 92 por la 15 hasta la 72, de la 72 hasta la 32 por la séptima y desde allí hasta la 116. Lo anoto porque hace rato no me pasaba. Uno me dijo el clásico "con esa pierna para que la otra". Otros optaron por el típico "mamacita". Sin embargo, el piropo que nunca voy a olvidar fue del de dos señores que venían en la dirección contraria caminando. Al pasar, uno me dijo "hermosura" pero después del doble chequeo le dijo al otro: "pero no es pa'tanto hermano, está como culiplancha". Casi me matan de la risa.
3. El doble chequeo es la práctica estándar en las zonas en las que predominan las viviendas estrato 6: la 15, y la 7 de la 72 a la 116. Los piropos explícitos se intensifican en Chapinero y llegan a su pico en el centro de la ciudad.
Entiendo que esa manía de los hombres colombianos de ir diciendo qué opinan de como se ven las mujeres sin que nadie les haya preguntado es machista y detestable. Sin embargo, tengo que decirles que en una labor tan difícil y dolorosa como correr y correr y correr sin ningún rumbo fuera del de terminar un carrera para decir que uno la terminó, el análisis de los piropos de ciclovía me mantuvo ocupada durante dos horas. Y agradecí, por primera vez, lo básicos que son los señores bogotanos.
*Concepto original de @nelsonamayad
domingo, junio 26, 2011
sábado, junio 25, 2011
Yo corro porque puedo
Yo tuve Legg Perthes en mi cadera izquierda hace 22 años. Mi perfil era el de cualquier libro de ortopedia pediátrica: una niña inquieta, deportista, menor de 8 años con un cojeo raro. Mi papá había tenido una osteocondritis avascular en la rodilla y mi tío había tenido Perthes en ambas caderas. Era un caso rarísimo. Hasta el momento no se habían reportado casos de Perthes en una misma familia. Un doctor a quien detesté publicó un paper documentando el caso y lanzando la idea de que se trataba de una enfermedad hereditaria. La tesis ya está descartada. Lo de mi familia fue solo una mala racha. Lo busqué porque me dio susto de que Amelia fuera a heredarlo.
De haber pasado por dos cirugías difíciles y dolorosas a los 7 años, me quedó un umbral del dolor ridículamente alto. No me duelen las cosas. Me aparecen morados que no me acuerdo cómo me hice. Hace un mes me dio una otitis terrible y me di cuenta cuando la infección estaba avanzadísima solo porque me empezaron a dar mareos. No sentí las contracciones cuando iba a nacer Amelia. Me fracturé el cóndilo una vez y me di cuenta meses después cuando se me desencajó la mandíbula. Cosas así.
También me quedó una capacidad de aguante importante. Nadé, nadé y nadé porque eso era lo único que me iba a permitir recuperar la fuerza de mis piernas para caminar sin cojear. Todavía, cuando nado, siento que lo estoy haciendo por eso. Me senté en la banca muchísimos años con una ilusión infinita hasta que por fin fui titular del equipo de basket de mi colegio. Aunque corría chueco, nunca paré de hacerlo. Corría más rápido que las niñas que caminaban derecho y podían usar tacones. Cuando me gradué, me gané el premio a la mejor deportista de mi curso. Me volví estoica, juiciosa y paciente. Muy paciente.
Mis papás son los protagonistas de esta historia. Ellos fueron los que tomaron las decisiones correctas en el momento correcto. Por ejemplo, prefirieron que me hicieran una cirugía experimental en lugar de enyesarme las piernas dos años. Ellos sabían que inmovilizar a una niña hiperactiva como yo habría sido un desastre. Hoy hay artículos sobre las secuelas psicológicas de esos tipos de tratamientos y la cirugía es el tratamiento estándar. Como secuela, solo me quedó una cicatriz de 25 centímetros--que tiene su encanto--en el muslo izquierdo. Se ve cuando me pongo las espantosas pantalonetas de correr. Tampoco trataron la enfermedad como si fuera un problema. Hacían parecer todo como algo normal. Una casualidad que se iba a superar facilísimo. Ahora que soy mamá sé que les debió costar mucho trabajo hacer que yo creyera eso y se los agradeceré siempre.
Hace unos meses corrí una carrera de 5k y hace unas semanas una de 10k. Mañana voy a correr 18k. Todo esto es porque estoy entrenando para la Media Maratón de Bogotá. Corro chueco, todavía lo hago. Nunca me enderecé del todo. Mi papá ha estado pendiente de los tiempos que me he hecho. Al principio pensé que se trataba de una de esas cortesías paternales ante las locuras de los hijos, pero hoy me di cuenta de que se trataba de mucho más. A mí se me había olvidado lo del Perthes y me parecía más que normal que estuviera corriendo. Al fin y al cabo, eso lo hace mucha gente cuando cumple 30. Hasta Murakami lo hizo. Vendió su bar y se dedicó a escribir y a correr. Yo no tenía un bar, pero decidí dedicarme a estudiar y a correr para poder estudiar sin enloquecerme.
Pero que yo corra no tiene nada de obvio y mis papás lo saben. Lo que no les he dicho es que yo corro porque puedo. Y que puedo gracias a ellos.
De haber pasado por dos cirugías difíciles y dolorosas a los 7 años, me quedó un umbral del dolor ridículamente alto. No me duelen las cosas. Me aparecen morados que no me acuerdo cómo me hice. Hace un mes me dio una otitis terrible y me di cuenta cuando la infección estaba avanzadísima solo porque me empezaron a dar mareos. No sentí las contracciones cuando iba a nacer Amelia. Me fracturé el cóndilo una vez y me di cuenta meses después cuando se me desencajó la mandíbula. Cosas así.
También me quedó una capacidad de aguante importante. Nadé, nadé y nadé porque eso era lo único que me iba a permitir recuperar la fuerza de mis piernas para caminar sin cojear. Todavía, cuando nado, siento que lo estoy haciendo por eso. Me senté en la banca muchísimos años con una ilusión infinita hasta que por fin fui titular del equipo de basket de mi colegio. Aunque corría chueco, nunca paré de hacerlo. Corría más rápido que las niñas que caminaban derecho y podían usar tacones. Cuando me gradué, me gané el premio a la mejor deportista de mi curso. Me volví estoica, juiciosa y paciente. Muy paciente.
Mis papás son los protagonistas de esta historia. Ellos fueron los que tomaron las decisiones correctas en el momento correcto. Por ejemplo, prefirieron que me hicieran una cirugía experimental en lugar de enyesarme las piernas dos años. Ellos sabían que inmovilizar a una niña hiperactiva como yo habría sido un desastre. Hoy hay artículos sobre las secuelas psicológicas de esos tipos de tratamientos y la cirugía es el tratamiento estándar. Como secuela, solo me quedó una cicatriz de 25 centímetros--que tiene su encanto--en el muslo izquierdo. Se ve cuando me pongo las espantosas pantalonetas de correr. Tampoco trataron la enfermedad como si fuera un problema. Hacían parecer todo como algo normal. Una casualidad que se iba a superar facilísimo. Ahora que soy mamá sé que les debió costar mucho trabajo hacer que yo creyera eso y se los agradeceré siempre.
Hace unos meses corrí una carrera de 5k y hace unas semanas una de 10k. Mañana voy a correr 18k. Todo esto es porque estoy entrenando para la Media Maratón de Bogotá. Corro chueco, todavía lo hago. Nunca me enderecé del todo. Mi papá ha estado pendiente de los tiempos que me he hecho. Al principio pensé que se trataba de una de esas cortesías paternales ante las locuras de los hijos, pero hoy me di cuenta de que se trataba de mucho más. A mí se me había olvidado lo del Perthes y me parecía más que normal que estuviera corriendo. Al fin y al cabo, eso lo hace mucha gente cuando cumple 30. Hasta Murakami lo hizo. Vendió su bar y se dedicó a escribir y a correr. Yo no tenía un bar, pero decidí dedicarme a estudiar y a correr para poder estudiar sin enloquecerme.
Pero que yo corra no tiene nada de obvio y mis papás lo saben. Lo que no les he dicho es que yo corro porque puedo. Y que puedo gracias a ellos.
jueves, junio 23, 2011
Llamadas detestables
Las llamadas de los bancos son detestables. Son detestables cuando llaman a cobrar pero peores (si es posible) cuando llaman a ofrecer cosas. Peores cuando son por la mañana. Y se ponen aún peores cuando la llamada es para alguien más. Digamos que para el esposo. Y entonces la señorita en el call center supone que si contestó una señora con voz de esposa a las ocho de la mañana es porque uno está en la casa cuidando a los niños y por eso no entiende nada de bancos y por supuesto, cuidar a los niños está dentro de la categoría "no tiene nada que hacer". Y así, cuando uno le dice que el señor X no está, ella le pide a uno el celular, porque tiene que explicarle a él, que sí entiende de esas cosas, que tiene que comprar un producto chimbo que le cobrarían por la derecha en su tarjeta de crédito hasta el día en que se muera. Y uno no se lo da, obviamente. Y ella se pone brava, e intenta de nuevo explicarle a uno, de una manera detestablemente correcta, que uno no entiende de eso y que tiene que hablar con el señor. Y cuando uno está al borde de empezar a gritar, se acuerda que puede colgar. Y cuelga. Pero el mal genio dura hasta el medio día.
Las llamadas de los bancos son detestables.
Las llamadas de los bancos son detestables.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)