Llamé a mi tío A a contarle que el señor colombiano al que le dieron la nacionalidad belga el mismo día que a C, Tomás Uribe Mosquera, se había muerto. Me contestó un "Ah..." bastante condescendiente, como si estuviera loca, preguntándose por qué lo llamaba un domingo a las 9 de la noche a decirle eso. La verdad, y no pude explicarle, es que me dio mucha tristeza cuando me enteré de su muerte. Aparentemente, le dio un cáncer de esos espantosos que se lo llevó bastante rápido. Yo no tenía la suficiente confianza como para haberlo visitado ni la suficiente cercanía como para haberme enterado de su enfermedad antes. Sin embargo, es una de esas muertes que duelen un poco porque era una persona a la que admiré muchísimo.
La primera vez que lo vi en mi vida fue en una sesión solemne en una corte en Bruselas en la que lo estaban entrevistando para ver si le otorgaban la nacionalidad belga y mi tía política estaba en el mismo proceso. Ese día solo se nos presentó, dijo que también era colombiano y le deseó suerte a mi tía. En ese momento tenía 18 años y no tenía ni idea ni quien era ese señor y si que menos que mi camino de historiadora iba a tomar un viraje tan drástico que iba a terminar conociendo a este matemático experto en comercio exterior en algún momento de mi vida.
Unos años después, cuando comencé a trabajar en temas de comercio exterior por cuestiones del destino, Tomás Uribe le pidió a mi jefe, que también había sido jefe de él (con la diferencia de que yo era solo la asistente y tenía 23 años y él había sido el jefe negociador del Ministerio de Comercio cuando mi jefa había sido Ministra) que le diera una carta de recomendación para su aplicación como director de la Fulbright en Colombia y nos sentamos un par de horas a redactarla juntos. El puesto no le salió y unos años más tarde me lo encontré otra vez, en un puesto nuevo tanto él como yo, en el que yo estaba en el equipo que estaba defendiendo el TLC con Estados Unidos y él en el que estaba más o menos en contra. Para ser más específicos, yo trabajaba en el equipo de Agenda Interna del Departamento Nacional de Planeación y él era asesor del Partido Liberal en estos asuntos. El Partido Liberal había preparado un cuestionario de 50 preguntas sobre los temas más candentes del TLC que nos había tomado un mes responder trabajando día y noche. Y lo grave del cuestionario es que no era la típica crítica desinformada que preguntaba si el TLC le iba a permitir a los gringos patentar la riqueza étnica del país y esos mitos urbanos sin fundamento y para los cuales ya había una respuesta prefabricada, sino que atacaba realmente los puntos débiles del tratado. Tocaba las fibras sensibles.
Era evidente que el cuestionario no lo había preparado un político cualquiera y que tenía manos "técnicas" involucradas. Cuando llegamos a la reunión con los liberales a presentarles las respuestas y vi a Tomás sentado al lado de Cecilia López, fue más que evidente de donde había salido todo, de las manos más técnicas de todas. Me dio mucha felicidad verlo esa vez. Me dio felicidad porque me había puesto a pensar y porque estaba tratando de hacer lo mejor que le puede pasar a un país democrático: oposición sólida e informada. Al finalizar la reunión, él se acercó a mí y me preguntó que si ya no trabajaba más con Marta Lucía (la jefe inicial) y que si estaba en el DNP. Eso nunca pasa y me sorprendió gratamente. Normalmente, la gente "mayor" e importante, se acuerda de uno por el puesto y el contexto y no sería capaz de reconocerlo en otra parte. Él lo hizo y lo hizo de una forma amable. Recuerdo que durante la presidencia de Uribe, se presentaba siempre como Tomás Uribe, el bueno, no sin antes sonreír con la sonrisa más pícara que le permitía su caballerosidad casi decimonónica.
No sé porque Tomás Uribe nunca fue ministro, pero está claro que estuvo detrás de la formulación de la política comercial de este país como hacedor y como crítico, dependiendo del momento. Sus opiniones fueron siempre relevantes y acertadas porque como buen estudioso, lo que decía siempre tenía fundamentos teóricos y asideros prácticos, como deben ser las posiciones de cualquier tecnócrata serio.
Durante los últimos 8 años nos encontramos muchas veces más en lugares diversos. En reuniones de colombo-belgas, en conferencias sobre comercio y competitividad, en reuniones del sector-público privado, etc. Además, no me perdía ni una de sus columnas en Portafolio. En las reuniones sociales, siempre estaba con su mujer, una rubia muy bonita y tan elegante como él, a la que nunca conocí. En las reuniones de trabajo, siempre estaba vestido como un lord inglés, aunque casi que sobraría el como del simil. Tomás Uribe era un lord inglés, sin lo inglés, en todos los ámbitos de su vida. Por eso, a pesar de que nunca lo conocí bien, cuando mi amiga L me contó que Tomás se había muerto el viernes me dieron unas ganas inexplicables de llorar y como mi tío A no me paró bolas, me tocó escribir este post para explicar porque la gente tiene que saber quién fue Tomás Uribe, el bueno, porque lo admiraba tanto y sobre todo, para darle sentido a mi tristeza.
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1 comentario:
Recibe mi muy sentido pésame.
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