Desde la fundación en 1993 de la revista The Idler, que se traduce en algo así como El holgazán, Tom Hodgkinson ha invitado a sus lectores a trabajar menos, a gozar más, a tomar mucho vino y por qué no, a aprender a tocar el ukulele.
Para lograrlo hay que renunciar a muchos de los supuestos placeres de la vida moderna, que son, según él, los que hacen que la relación entre individuo y corporación se perpetúe, amarrándonos a trabajos que detestamos y llevándonos a llenar nuestros vacíos con cosas que no necesitamos y que no podemos pagar. Hodgkinson nos invita a vivir vidas más sencillas en las que recuperemos el viejo arte de la vida cotidiana y el placer de las tareas domésticas.
Fuera de los consejos prácticos, que están escritos más para provocar y hacer reír que para ser tomados en serio--por ejemplo, dice que los niños adoran a una mamá tomada--Hodgkinson parece tener mucha razón. Somos capaces de comprar aparatos que no necesitamos, que supuestamente nos van a hacer la vida más fácil, pero no sabemos remendar un par de medias, hacer nuestro propio pan o siquiera arreglar el artilugio que acabamos de comprar cuando se dañe. La moraleja del manifiesto del holgazán es que la tranquilidad, y por ende, los espacios para vagar, no vienen empacados en un contenedor que salió del puerto de Shanghái, sino en las decisiones que tomemos sobre cómo llevar nuestras vidas.
Lo más atractivo de la propuesta de Hodgkinson es que invita a una forma de hipismo sin los discursos psicodélicos y abraza-árboles que suelen darle erisipela a quienes, como yo, nos creemos racionales y científicos. La idea es que recuperemos nuestra casa y nuestras vidas, trabajemos menos y vivamos la vida que realmente queremos y no la que nos venden en los comerciales de televisión. Obviamente, esto supone que dejemos de querer tantas cosas, que cortemos por la mitad la tarjeta de crédito y que, en cuanto a la educación de los hijos se trata, vayamos más al bosque que al centro comercial. La lógica que está detrás de esta propuesta es muy básica: entre más sencilla sea nuestra vida y menos plata gastemos, menos plata vamos a tener que hacer, y por ende, menos vamos a tener que trabajar. Hodgkinson no nos hace invitaciones a que cambiemos nuestras vidas por culpa, por misticismo, o por cosas profundas que muevan esas fibras que los escépticos no tenemos.
Claro, para renunciar a nuestros trabajos de tiempo completo, fundar una revista y un movimiento pro holganazería, hay que dejar de comprar juguetes de plástico, empezar a entretener a nuestros hijos con piedras y hojas de papel y aprender a arreglar las cosas. En esencia, hay que recuperar la vida doméstica para poder vivir vidas más tranquilas. Tal vez la semilla de un cambio real en la economía global: en un estilo de vida que permite tomar más trago, dormir más y ser más felices trabajando menos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario