Hay un concepto con el que tengo que lidiar en mi trabajo que francamente me aterra y es el de estado fallido, o “failed state”. Además de su enorme trascendencia y al margen de su utilización en las reuniones de los y las plumas blancas de los organismos multilaterales, de las cumbres y los foros que están tan de moda en las últimas semanas, es un concepto supremamente triste. Es la idea de un Estado que se rajó, de un estado regañado. Que no logró cumplir con los objetivos de desarrollo y con los estándares impuestos por los Estados que sí son exitosos. Y lo peor, es que a pesar de que un estado sea declarado pública y globalmente como un fracaso, sigue siendo un estado con mandatarios, instituciones y organizaciones y sobre todo, con gente. Gente que además no va a dejar de sentir hambre, de enfermarse, de sentir tristeza, desolación y desasosiego. Pero también de gente que sigue soñando, cuyos corazones palpitan, y que no necesariamente fracasa porque así lo definió un grupo de “expertos” reunidos en Nueva York, porque realmente, les importa poco lo que tengan que decir (y viceversa, desafortunadamente).
La idea del “estado regañado” es una apreciación bastante ingenua a un problema supremamente grave, pero les cuento que llevo todo el día escribiendo sobre estados fallidos y estados al borde del fracaso y estoy muerta de la tristeza. Pobrecitos los estados fallidos.
jueves, noviembre 03, 2005
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1 comentario:
Me voy a autocomentar porque me acabo de dar cuenta de lo cursi y estúpido que quedó el blog. Hombre, le deberían a uno inspirar más que pesar 40 millones de personas de un país pobre al que declararon fracasado.
No lo voy a quitar porque quiere ver que opina la gente.
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