A. nació en Cartagena y en su casa en Bogotá, cuando no hay posta negra y arroz con coco, se sirve un ajiaco delicioso con un extraño sabor costeño: la máxima expresión de las tradiciones cartacachacas.
A mí me encanta Cartagena. En parte, porque pasé muchas vacaciones en una casa en bellísimo San Diego y vi el barrio transformarse de un lugar residencial y tranquilo (yo jugaba futbol en la calle Tumbamuertos, al pie de la plaza, con mis primos y todos los de la cuadra) al lugar play de la ciudad, desplazando a los niñitos que andaban enpandillados y a los estudiantes de la Escuela de Bellas Artes que formaban tremendas tertulias sentados en los andenes de la Plaza. Yo, en un ejercicio bastante infértil, todavía trato de buscarle el sabor bohemio, residencial y mágico que tenía el barrio y que me fascinaba cuando chiquita.
Por eso me encanta ir a Cartagena en octubre cuando no está pasando nada, los restaurantes elegantes se ven vacíos, las tiendas de las esquinas llenas y los taxistas se quejan porque no hay turistas. Me encantan los solfeos desafinados que salen de la Escuela de Bellas Artes que suenan a lo que debería sonar una universidad cubana en la que a pesar del sopor del medio día, la gente practica escalas rigurosamente en un clarinete destartalado con pajillas viejas.
Tengo que confesar sin embargo, que también me gusta ir a Cartagena en diciembre porque es otra ciudad y porque la gente camina elegantísima por la calle y va a tomarse "drinks" en una parte, a cenar a otro lugar, y la gente que toca se mezcla con la gente que toca. Yo, con toda la arrogancia del mundo, los miro pasar desde el balcón de la casa de Tumbamuertos y voy a las fiestas a las que me invitan en tono de experimento antropológico. Aunque a veces me divierto enormemente tomando "drinks" y cenando (ojo, vs. tomarse algo y comer) y me visto bonito para pasear a las seis de la tarde por la ciudad vieja.
En fin, el verdadero propósito de esta entrada es que me tiene enormemente preocupada çque no exista una historia social de Cartagena siglo XX bien hecha. Los colonialistas identificaron procesos sociales de enorme complejidad que se estaban llevando a cabo en este intrigante puerto, que involucraban a los esclavizados africanos y todos sus matices, a los portugueses-judíos-conversos, a los oficiales españoles y a los inmigrantes que necesariamente llegan a los puertos. Por otra parte, las personas que estudian la historia de Cartagena del siglo XIX han tratado de dilucidar que sucedió con este caldo de humanidad en los comienzos de la república con algo de éxito. El problema radica en que la historiografía social de Cartagena saltó de Alfonso Múnera al vacío, aterrizando temporalmente en el trabajo de Eduardo Posada Carbó sobre el Caribe, que es excelente pero es sobre todo económico.
Es fundamental estudiar la historia sociald y cultural de Cartagena del siglo XX porque creo que es la única forma de comprender la terrible situación de los barrrios marginales cartageneros que tienen poco que ver con mi San Diego mítico. Ahora, que estoy terminando mi tesis de maestría sobre los inmigrantes sirios y libaneses a Cartagena a principios de siglo, me voy a poner a recopilar documentos y a comenzar a pensar sobre la historia social de Cartagena para ver si me aventuro en este proyecto. Quiero ver que pasó con todos los procesos sociales que comenzaron con la conquista y sobre todo, quiero ver cuales son las posibilidades de la ciudad. Un proyecto ambicioso, pero necesario. Escribo este blog porque sé que me leen algunos colegas historiadores y quiero saber sus sugerencias y opiniones anónimas. Al fin y al cabo, si voy a ser cartacachaca por adopción, pues hay que hacerle honor a los orígenes.
domingo, noviembre 13, 2005
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1 comentario:
por lo visto no eran tantos los anónimos historiadores ... pero ojalá la escribas, para que no caiga en el olvido.
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